Literatura

La poesía sucia de realidad de Juan de Frono

16 / 01 / 2021

En esta entrevista visitamos la obra del poeta colombiano Juan de Frono. Pasamos por su historia lectora, su proceso creativo, su trabajo como periodista y su interés por el trabajo de otros poetas.

Tenía programado hacer esta entrevista en abril. Visitaría a Juan de Frono y a otros poetas que habían aceptado mi invitación a hablar de sus trabajos. Desde febrero había comprado los tiquetes, pero la pandemia llegó. Entonces, para no perder el impulso, le propuse a Juan de Frono un cuestionario compartido por correo electrónico. A sus respuestas les sumé otras preguntas, por lo que esta entrevista se parece más a una correspondencia.

Juan de Frono nació en Frontino en 1983. A Medellín llegó a terminar el colegio y estudiar Medicina y, como se pasaba la mayor parte del día leyendo y prestando libros en la biblioteca pública de su barrio, se pasó a Periodismo. En su ejercicio como periodista ha publicado perfiles, crónicas y entrevistas de algunos de sus poetas favoritos. Reseña libros en el Boletín Cultural y Bibliográfico del Banco de la República. En 2014, gracias a una beca de la Alcaldía de Medellín, publica su primer libro de poemas El coro blanco y en el 2016 es reconocido, con un libro hasta ahora inédito, con el Premio Nacional de Poesía José Manuel Arango. Con su tercer libro, Hoja de furias, publicado en 2019, gana el Premio de Poemas Inédito de la Alcaldía de Medellín.

Desde Bogotá nos escribe este poeta que, por libro o por poema, construye una voz: una voz que cambia y hace pensar que es otro, con el mismo nombre, el que nos habla.

Juan de Frono

El poeta Juan de Frono. Cortesía.

Jorge Luis: Cuentas, en un perfil que se publicó en 2015, que jugabas con los libros de la biblioteca de tu casa. ¿Recuerdas quién te enseñó a leer y qué fue lo primero que leíste?

Juan de Frono: La biblioteca de la que hablo es la de mi papá, quien fue profesor de español y literatura en colegios durante treinta años. Si la lectura se aprende viendo, él es el responsable de mi amor por esta actividad, porque tengo muchos recuerdos suyos leyendo mientras preparaba clases. Sin embargo, no fui un lector en mi infancia. Mucho después, a mis 16 años, redescubrí los libros que siempre había visto en casa: particularmente una colección de cuadernillos de poetas colombianos y latinoamericanos y el libro que más aprecio de esa colección, una bella edición de Hojas de hierba, de Walt Whitman.

Ahora, con respecto a tu pregunta, aprendí a leer en la escuela. Y lo primero que leí, o lo primero que me emocionó como lector, fue una lectura semanal y en voz alta de diferentes cuentos que hacía mi profesora de español en tercero de primaria. Los hacía por entregas, lo que en ese entonces resultaba muy emocionante, porque esperábamos esa clase y los últimos minutos para escuchar el fragmento en marcha. La profesora era una especie de escritora de folletines con sus lecturas orales.

L: Para tu escritura, ¿qué significó crecer en un pueblo?

D. F: Mis primeros dos libros de poesía tienen muchos poemas que surgieron de imágenes o recuerdos de esos años. Pero no sé bien cómo cambia la escritura el ser o no de pueblo. Posiblemente hay una mirada, un sentimiento, que te deja Una vida de pueblo, para usar el título del último libro de la poeta norteamericana Louise Glück.

L: Tu infancia son lugares y partes de tu pueblo. ¿Qué te gustaba hacer, cómo eran los días en Frontino?

D. F: Mi infancia estuvo ligada al deporte. En el fondo, más que poeta, soy un deportista, ahora retirado. Desde los 6 años lo fui y estuve en muchas competiciones. En ese sentido, las partes de mi pueblo que más recuerdo son las canchas, el coliseo, las calles a las 5 de la mañana por las que caminábamos para ir a entrenar. Por otro lado, a una hora del pueblo, en una vereda, vivían mis abuelos maternos, y los paisajes y las actividades de ese lugar son recuerdos muy importantes de esos años.

L: Llegas a Medellín a los 15 años a terminar el colegio, ¿qué pensabas de la ciudad y qué encontraste?

D. F: Desde el comienzo de mi adolescencia, 11 o 12 años, siempre quise irme. A Medellín la visitaba con frecuencia porque allí vivían mis abuelos paternos. Quería irme del pueblo porque la infancia había terminado y comenzaba la exploración sexual, y allí era prácticamente imposible una sexualidad diferente a la establecida. Era mucho más difícil si tenemos en cuenta que en aquella época el lugar comenzó a llenarse de paramilitares. Y se hicieron comunes las listas, los muertos y el miedo.

Mi mamá y mi papá eran profesores y después de mucho buscar los trasladan a Medellín. La llegada a esta ciudad, y la entrada un par de años después a la Universidad de Antioquia, comienzan a construir lo que realmente soy, la persona y el lector.

Para contestar con exactitud tu pregunta: en Medellín veía la posibilidad de ser libre, al menos más libre que en mi pueblo, y lo que encontré, además de esto, fue el descubrimiento verdadero de la literatura.

L: De la biblioteca familiar pasas a una más grande: la biblioteca pública. ¿Cuál fue esa primera biblioteca que visitaste y qué te gustaba leer? ¿Qué significan para ti estos espacios

D. F: Voy a decir una frase que es un lugar común, pero para mí es verdadera: las bibliotecas son unos de mis lugares favoritos del mundo. Paraísos, como dijo ya sabemos quién. A todas las ciudades que voy, grandes o pequeñas, más que museos, me gusta visitar bibliotecas. A esto también, con los años, se han sumado las librerías, desde luego.

De la biblioteca de mi papá pasé a la biblioteca pública del pueblo, donde participé en el primer club de lectura. Ya en Medellín fui un usuario constante de la Biblioteca Pública Piloto, la Biblioteca Héctor González Mejía (de Comfenalco) y la Biblioteca Central de la Universidad de Antioquia. Y en Bogotá, donde vivo hace un par de años, amo la BLAA y las bibliotecas de BibloRed.

Soy un comprador constante de libros, y un usuario aún más constante de las bibliotecas públicas. Y en este momento trabajo en un programa de cooperación internacional relacionado con estas instituciones, y raramente soy feliz, más feliz de lo normal en un trabajo.

L: ¿A los cuántos años empezaste a escribir y sobre qué escribías? ¿Conservas esos primeros textos?

D. F: A los 15. Poesía amorosa. Y espero que no se conserven en ningún lugar.

L: Antes de estudiar Periodismo estuviste en Medicina. ¿Por qué abandonaste esa carrera y por qué decidiste estudiar Periodismo?

D. F: Exceso de juventud. Tenía 18 años cuando decidí salirme, en cuarto, quinto semestre. En ese entonces pensé que debía entregarle todo mi tiempo a una gran responsabilidad, y no quise hacerlo. Además, era la época en la que lo único que quería hacer en la mayor parte del día era leer.

L: ¿Cuáles fueron tus clases favoritas?

D. F: ¿En Medicina? No recuerdo. ¿En Periodismo? La que recuerdo con más emoción es Literatura Latinoamericana, con un profesor de nombre John Jairo Gómez. Una maravilla. Uno de los mejores lectores y profesores que conozco.

L: Y te gradúas en Periodismo con un trabajo sobre la obra del poeta José Manuel Arango ¿Qué fue lo primero que leíste de José Manuel Arango y qué hallazgos resultaron de tu tesis?

D. F: Cuando me salí de Medicina quería irme a Literatura pero, como muchos jóvenes, me parecía triste convertirme en un profesor de literatura o transformar una pasión en un trabajo. Ya no lo pienso así. Pero por eso estudié Periodismo. Y por eso siempre me he sentido un extraño en el oficio. Esa tesis que mencionas nace de esa extrañeza: no quería graduarme con un ejercicio periodístico solamente. Por eso propuse una multimedia alrededor de la obra de José Manuel Arango, que incluyó entrevistas y algunos materiales periodísticos.

Lo primero que leí de Arango fue Este lugar de la noche, uno de los libros más bellos de la literatura colombiana y el resto de su obra breve. Arango es, probablemente, el poeta más interesante de Colombia en la última mitad del siglo XX. Su obra crece cada día. Bueno, para no ser injustos, él y un par más.

Sobre mi tesis: el trabajo lo dividí en seis grandes temas de su obra: el lenguaje, la muerte, la ciudad, el amor, la naturaleza y lo sagrado. La obra completa de Arango es el libro colombiano que más he regalado. Y lo que me impresionó en un comienzo es lo mismo por lo que continúo admirando su poesía: la capacidad de síntesis sin ser abstracta; la presencia poderosa del lugar en el que se origina, principalmente Medellín; y el oído atento para el habla cotidiana. Arango es muy influyente hoy, o así lo veo. Él dijo que Nicanor Parra le había hecho un mal muy grande a la literatura latinoamericana, y se refería a la cantidad de imitadores, porque hizo ver fácil la antipoesía, y nada más alejado de la realidad. Eso mismo pasa con Arango en Colombia.

L: Si hiciéramos la historia de la poesía que has leído, ¿quiénes serían esos primeros libros o autores que leíste, que pasaron por tu mesa de noche?

D. F: Comienza y termina en César Vallejo. Fue el poeta que me reveló lo que realmente es la poesía, lo que se puede hacer con el lenguaje. Vallejo nunca sale de mi mesa de noche. Tampoco Quevedo, Lorca, Di Giorgio, Arango, Vestrini, Lihn, Parra, Maia, Bertoni, Watanabe, Casas, Wittner, y muchas más. Solo por hablar de la poesía en español. Porque la mitad de mi mesa de noche está ocupada por la poesía polaca, norteamericana y portuguesa. Y muchas narradoras y ensayistas. De hecho, mis primeras y aún lecturas más felices son con novelas cortas y ensayos.

L: ¿Qué novelas o ensayos destacas para entender el ejercicio de la creación literaria?

D. F: Con el tiempo, los ensayos se han vuelto más estimulantes para escribir poesía. Los ensayos te vacunan contra los poemas sin ideas, solo hechos de imágenes lindas. ¿La respuesta a esta pregunta debe ser una lista? Me gustan las listas, pero ya sabemos que son injustas. Te hablo de Cynthia Ozick, una ensayista que estoy leyendo en este momento y me tiene fascinado. Sus ensayos son provocadores, azarosos, bellos e inteligentes, cosas que debe tener un buen poema.

Y quisiera decir algo más. Es extraño que cuando solo has publicado poesía te pregunten exclusivamente por poetas, poemas y libros de poesía. Es raro. Lo digo porque no puedo separar la escritura de poemas de la lectura de novelas, ensayos, filosofía, periodismo, cómic o de las series, la música, de Instagram, no sé. En este sentido, muchas entrevistas a poetas parecen conversaciones con caníbales: poetas que solo leen poetas. Supongo que hay poetas que solo leen poesía. Yo no. No soy un poeta caníbal.

L: Pasemos ahora a tu primer libro. El coro blanco (2014) es un libro de estructura, con el abecedario, letra a letra, hablan unos personajes y con los números del 1 al 26 una voz, si se quiere única, que va describiendo el paisaje y el tiempo de esas voces. ¿Cómo llegaste a este libro, a este coro? ¿Primero surgió la idea del libro y después los poemas? ¿O fue al contrario?

 D. F: De ese libro lo que más me gusta ahora es la estructura. La voz ya no tanto. Pero he terminado por aceptar que era un libro que tenía que hacer. Y surgió, evidentemente, de las personas que conocí y murieron asesinadas en mi pueblo en los últimos años que estuve allí. Y la forma la encontré en mi admiración por los poemas largos del siglo XX, principalmente Eliot, Perse o Alfabeto, de Inger Chirstirsen, uno de esos libros que me hubiera gustado escribir. Además, del impacto que me produjo El libro de los muertos del Antiguo Egipto y la Antología del Spoon River, de Edgar Lee Master. Creo que es una mezcla, quizá mala, de todo eso. Pero ya está. La literatura, de alguna manera, es asumir lo que pudimos haber hecho en los libros que logramos.

Con respecto a las estructuras de los libros, escuché hace algunos días a la poeta Tania Ganitsky hablar de que en algún momento le ha interesado escribir libros en que los poemas digan algo de manera solitaria pero también el conjunto lo haga, la totalidad, la suma de todos. Me parece una bella manera de verlo.

L: Hablemos de los poemas que tienen por título las letras. ¿Estas voces, estos epitafios tienen un acento real?

D. F: No. Es una mezcla. Una impostura. Una voz hecha de muchas.

L: Es curioso que la Z no tenga un poema. ¿Fue intencional?

D. F: No. Creo que la Y tampoco tiene, ¿no? Simplemente son los poemas que se dieron.

L: Con los poemas, que en el libro se ordenan por números, sucede otra cosa, hay una voz, una voz que quiere ordenar ese mundo, ese coro. ¿Qué trabajo, en la escritura, hiciste para distinguirlo del coro?

D. F: Sí. De nuevo, era un intento de coro, a la manera griega. Intermedios entre la muerte.

L: “Con el oído en el caracol se escucha el mar. / Con la mirada en un puñado de tierra se adivina la historia.” ¿Qué idea de la poesía buscabas en estos poemas?

D. F: Una idea muy diferente de lo que creo ahora que es la poesía. Posiblemente buscaba una poesía comunitaria, excedido por la realidad intensa de Colombia. Una poesía alejada del yo. Hace unos días leí un poema de Hans Magnus Enzensberger que compartió el poeta dominicano Frank Báez en su Instagram, y creo que puede resumir ese intento de mi libro. Los versos finales son: “Porque las palabras acuden siempre demasiado tarde / o demasiado pronto. / Porque de hecho es otro, / siempre otro, / el que habla, / y porque aquel de quien se habla / calla”.

L: Este libro es producto de una Beca de Creación en Poesía. ¿Qué importancia tiene para ti este tipo de estímulo?

D. F: Tienen mucha importancia. No suelo mostrar lo que hago. Por eso, hasta ahora, los estímulos, becas o premios son una manera de poner a prueba los poemas y libros con otras lectoras y lectores. Además del dinero, por supuesto.

L: Tu segundo libro, Hoja de furias (2019) resultó ganador del premio Libro de Poemas Inédito de la Alcaldía de Medellín, y uno de los jurados fue el poeta Juan Manuel Roca, quien te dio el máximo puntaje. ¿Por qué se llama así?

D. F: Hoja de furias es un guiño claro a Hoja de hierbas, de Whitman, y Hojas de Parra, de Nicanor Parra. Y furias porque uno de los versos que más me gustan en el mundo es “Hay en mi corazón furias y penas”, de Quevedo. Y creo que las penas y las furias nos definen con mucha exactitud. Deberían aparecer en nuestra Hoja de vida “real”.

En un poema de Juana Bignozzi, una poeta argentina que me encanta, el primer verso es una reinterpretación de aquel de Quevedo. “En medio de mi furia y mi tristeza”. Un poema que además es un arte poética que comparto, porque ella escribía para incomodar. Termina así: “siempre se escribe para un fantasma / para una cuenta pendiente y oculta / para un fantasma íntimo y secreto / su presencia hace a los poetas”.

Portada de libro Hoja de Furias

Portada del libro Hoja de furias, publicado por Tragaluz Editores. Cortesía.

L: Precisamente debajo de este libro hay una estructura: la hoja de vida Minerva que muchos usaron para conseguir trabajo, antes de que se impusiera la hoja de vida electrónica. ¿Esta forma fue anterior a los poemas? ¿Qué camino hiciste para llegar a ella?

 D. F: Como te dije en una pregunta anterior, no sé por qué me interesan las estructuras de los libros. Parece que no puedo huir de eso. En este libro, la forma y los poemas nacieron de manera simultánea en un momento en que fui un desempleado durante un par de años. Mientras hacía y enviaba muchas hojas de vida, escribí los primeros veinte poemas, y después vi que obedecían a grupos temáticos asociados a los campos de la hoja de vida.

L: El libro está compuesto por ocho capítulos, ocho hojas de vida con Foto, Datos, Lecciones, Experiencias, Referencias y Firma. En su conjunto, ¿qué parte o sección te generó dificultad escribir?

 D. F: Siempre lo he visto más como una sola hoja de vida. No había pensado que podían ser varias. Me gusta eso. Porque en realidad podríamos hacer decenas de hojas de vida propias. Ahora, dificultad… no sé si puede hablarse de dificultad en poesía. Se escribe de manera más o menos natural y eso, pasado los días o las semanas, puede resultar bueno o no.

L: Una de mis partes favoritas son las Firmas; en ellas está tu genealogía. La materia familiar o biográfica. ¿Qué tanto dejas que se filtre en tu escritura?

D. F: Mi primer libro se escribió bajo distancia. Me explico: voces que no son directamente yo. Ya lo expliqué un poco. Y Hoja… nació en el otro extremo: se puede ver como un streptease, aunque siempre hay que dudar de la conexión de los poemas con la vida de las poetas. Es una duda que se nos olvida como lector o lectora, quizá por la necesidad de identificarnos. No sé.

L: Para hacer este libro vuelves a utilizar una estructura o una idea para estimular la escritura. Repites la idea de la estructura, pero los poemas, entre un libro y otro, son muy distintos. ¿Qué trabajo previo haces para lograr este cambio, si se quiere, de voz?

D. F: Sí, de nuevo una estructura. Es algo inconsciente. No sé qué puede decir el psicoanálisis sobre esto. O la crítica. O el horóscopo. Ahora, el otro tema que mencionas, el de la voz, me interesa mucho. Y particularmente las poetas que han tenido más de una voz o que su voz cambia de manera muy evidente. Porque estamos acostumbrados a poetas que encuentran una voz y la repiten hasta gastarla. ¿En realidad solo se puede ser buena o buen poeta con un solo registro? Creo que no, hay pruebas de ello.

L: Dice Juan Manuel Roca de tu libro: “Uno encuentra que su poesía no es realista, pero está sucia de realidad.” ¿Lo crees así? ¿Qué buscas en tu poesía?

D. F: Esas palabras de Juan Manuel Roca me parecieron bellas y me gustaría pensar que es así. La poesía que más me emociona, aunque me interesen como lector otros tipos de poesías, está sucia de realidad. Y lo entiendo en el sentido de evitar lo poético, la solemnidad, y dejar que la imperfección de la vida se cuele.

L: Háblanos por favor del diseño del libro que, con las ilustraciones y el color, proponen un segundo libro inspirado en los poemas.

D. F: Es un bello trabajo de Tragaluz, una de las editoriales colombianas que más admiro y quiero. Y especialmente de Ricardo Cardona Arango, el ilustrador y diseñador. Me pareció lindo el uso del color de los sobres de manila, en que muchas personas entregamos cientos de hojas de vida antes de los envíos electrónicos. Creo que eso y las ilustraciones lo vuelven un objetivo lindo y divertido. Para quien no quiera o no le gusten los poemas, por fortuna el libro tiene collages, colores, una belleza física.

L: Tal vez uno de los proyectos más importantes de la Revista Arcadia fue la última Lista Arcadia que hicieron antes de su cierre, en la que fuiste coordinador y que estuvo dedicada a la literatura escrita por mujeres en lengua española. Cuéntanos, ¿cómo nació esta idea y cuáles fueron tus descubrimientos?

D. F: Fue una idea del último director de la Revista, Camilo Jiménez, y la editora, Sara Malagón Llano. Yo llevaba año y algunos meses encargado de la sección de poesía y escribiendo artículos, y me llamaron para sumarme a ese maravilloso proyecto. Creo, sin equivocarme, que es uno de los trabajos periodísticos más interesantes que se han hecho en Colombia en los últimos años. Yo soy de la generación que le tocó estudiar la universidad en el momento de los redescubrimientos de las escritoras que el machismo invisibilizó, sumado al trabajo grandioso de escritoras actuales en Latinoamérica. Son mi biblioteca fundamental. Así que participar en este proyecto fue una gran experiencia. Al ser una lista, es limitada e injusta. Hay libros y escritoras que no entraron en los cien libros seleccionados por el jurado, y que me extrañó. Pero las listas hay que verlas como oportunidades para acercarse a libros que seguramente conducirán a otros y no como paisajes cerrados.

Y sobre los descubrimientos que me dejó… muchos. Incluso varios libros que no quedaron seleccionados después del cómputo final, pero que conocí porque recibí las votaciones de cada jurado y que luego he buscado y he leído, como Río de las congojas, de Libertad Demitrópulus; Órdenes al corazón, de Miyó Vestrini; o Aguas abajo, de Marta Brunet.

Y te confesaré algo de lo que me siento más orgulloso de ese trabajo: después de que el equipo de diseño hizo muchas pruebas de portada que no convencían, sugerí a una escritora en portada: la maravillosa Hebe Uhart, una de mis escritoras favoritas. Y conseguimos unas fotos con su editorial, Adriana Hidalgo, de una sesión que le hicieron meses antes de su muerte. Así nació la portada.

L: Como recién mencionas eras el responsable de la sección Un poema para llevar. ¿Cómo hacías esa búsqueda? ¿Qué te interesaba compartir?

D. F: Es uno de los encargos más lindos que he tenido: elegir el poema que sale cada mes en una revista que admiras. Lo hice con mucho placer, pero sobre todo con responsabilidad, porque era uno de los pocos espacios para un poema en un medio de tiraje nacional. Me propuse hacerlo de la misma manera que se lee poesía, de manera azarosa, sólo guiado por los poetas y los poemas que me iba encontrando y me emocionaban, de relecturas y lecturas nuevas.

 L: En la misma revista publicas en 2018 el perfil Helí Ramírez, el poeta del éxodo. ¿Por qué escribir sobre un poeta que se esconde, que no quiere aparecer? ¿Qué te interesa de su escritura?

D. F: Helí Ramírez es un excelente poeta que debería tener muchos más lectores. En Medellín hay tres poetas que han captado de alguna manera el temblor de esa ciudad que, como la define muy bien la cineasta Laura Mora, es democrática con la violencia y la belleza. Tres poetas que nacieron en pueblos cercanos y la han definido: José Manuel Arango, Víctor Gaviria y Helí Ramírez. Para contestar a tu pregunta, de este último lo que más me interesa es su relación con el lenguaje cotidiano, callejero, y su relación con el hecho de escribir poesía: no le interesaba la figura pública de poeta. Era un celoso extremo de su anonimato y su independencia.

L: Una parte de tu trabajo reciente lo has dedicado a reseñar libros de poesía, muchos de ellos relacionados con la nueva poesía colombiana. ¿Qué obras o autores nos recomendarías?

D. F: La poesía colombiana actual es muy buena. Lo que están escribiendo poetas nacidas en los ochenta y noventa lo sigo con mucha emoción. Creo que es un gran momento. Tania Ganitsky, María Paz Guerrero, Michael Benítez Ortiz, María Gómez Lara, Santiago Rodas, Manuela Gómez, y muchas más que se pasan o quizá no he leído.

L: Y para cerrar esta entrevista hablemos del Premio Nobel de Literatura que este año [2020] eligió a la poeta norteamericana Louise Glück. ¿Ya la habías leído?

D. F: Sí. Y me encantó la sorpresa, ya que no estaba en las noticias febriles que comienzan a especular días antes con los favoritos. Muchos han comparado su galardón con el de Szymborska, porque puso en el radar de miles de lectoras y lectores a una excelente poeta. Pero me han parecido curiosas las críticas negativas que he visto en las redes sociales, específicamente a aquellas personas que decían: no la conocía, pero acabo de leer dos poemas y me pareció plana, regular, mala. Nunca he leído y oído eso de un narrador: acabo de leer las primeras páginas de su novela y no. Se entiende que la novela es un curso, un viaje con altibajos. Estamos de acuerdo en que un poema debe sostenerse de manera independiente, pero para comprender el propósito de una poeta debe leerse su obra y encontrar sus mejores poemas. Toda poeta puede ser autora de los mejores versos del mundo y de los peores, como lo dijo Borges. Ahora, mientras hablo, me dan ganas de contradecirme, porque está el derecho que tenemos los lectores a picotear y decir no. Sin embargo, creo que en el caso de Glück, una poeta con un estilo claro pero distante, por decirlo de algún modo, hay que leer algunos de sus libros para captar su belleza.

PREGUNTAS RÁPIDAS

Un libro de poesía colombiana: Morada al sur, de Aurelio Arturo

Un libro de poesía latinoamericana: Los papeles salvajes, de Marosa de Giorgio

Un verso que recuerdes: “El cerebro es más profundo que el mar”, de Emily Dickinson

Un libro que visites con frecuencia: Las pequeñas virtudes, de Natalia Ginzburg

Una película favorita: Persona, de Bergman

Una pintura: Sin título, 1965, Robert Ryman

Una canción: “Las ciudades”, de José Alfredo Jiménez