11 / 07 / 2020

Una mirada a los comedores, testigos de la cotidianidad y de los lazos que se tejen alrededor de la comida, propiciadores del encuentro, la unión y el afecto.

La mesa, hijo, está tendida, en blancura quieta de nata,

y en cuatro muros azulea, dando relumbres, la cerámica.

Ésta es la sal, éste el aceite y al centro el pan que casi habla.

Gabriela Mistral

 

En el mundo del comer, el plural de comedor ―comedores― tiene tres acepciones esenciales: la de los comensales, la de los espacios cualificados para comer y la de los muebles donde se come; las tres inspiran bodegones de los cinco sentidos, las cuatro estaciones, la trinidad religiosa, la hospitalidad con el otro y la reminiscencia del ritual. Como dice Neruda, todo va a la mesa, sobre la mesa se pone el mundo, y con piedras y palos, cuchillos y cimitarras, fuego y tambores, los pueblos han avanzado hacia ella.

A través de la boca, de acuerdo a los códigos del encuentro ―tumbados, en cuclillas, en corro o sentados en banquetas y taburetes― y alrededor de superficies de piedra, madera, metal, poliuretano o vidrio dispuestas en estancias domésticas y públicas ―salas, refectorios, cenadores, merenderos, tabernas y restaurantes―, los comensales se disponen a la congregación para yantar, beber, conversar y articular emociones sobre la vulnerabilidad y la impresionabilidad humanas.

Como centros materiales y simbólicos de seres y de eventos, los comedores son realidades dinámicas y complejas determinadas por órdenes físicos, mentales, estéticos y contextuales. Más allá de ser las tablas donde se sirven los alimentos son el suelo de las manos; más que tecnología y ergonomía, son poesía; más que matriz de la sensibilidad y de la estética familiar, son testigos silenciosos de las riquezas de la tierra, la glorificación de la comida y del comer en compañía.

Los comedores son metáforas y paradigmas de una comunidad, vínculos de uno con uno mismo y con otros, referentes singulares y mutables de una humanidad satisfecha. Entrañan imágenes culturales como las de mensa ―comida ofrecida a los dioses― de la cual se derivaran comensal, sobremesa y mesura; la de tabula ―cuadrilátero con un solo sembrado, superficie, tablero― de la cual son herederas la table francesa, la tavola italiana y la tafel alemana; y la de trapeza ―mesa del banquero―, creada en la Grecia clásica desde la admiración de la condición bípeda del hombre que se sostiene con los pies sobre la tierra, una mesa que con énfasis en las patas evoluciona a la mesa del comedor.

Como sujetos, espacios y parafernalia de mesas, sillas, platos, cubiertos y protocolos, los comedores han sido formas de ordenar lo humano, la comida, la convivencia y las celebraciones de vida y muerte; en ellos nace la imagen amorosa de los hijos que con sus dedos puros y sus palmas blandas parten el pan; en sus mesas el hombre vincula el sentido del domus (casa), del focus (hogar) y del voluptas (placer).