Mancha negra y furia

DE AGONÍAS Y MUERTES

16 / 10 / 2021

«Seremos vencidos por la muerte. Y eso, en el fondo, nos agravia. Queremos verla derrotada y hacemos lo que sea para alcanzar tal fin.»

Si bien el pensamiento se genera singularmente, en la individualidad, el ejercicio colectivo es su validación. Las ideas son escasas, pese al esfuerzo. La mayoría de personas se reúnen en la repetición, buscan un lugar cómodo, seguro.

Cuando hay ideas verdaderas se genera un rompimiento, la tradición tambalea, y quien alcanza a pensar por sí mismo es expulsado de la tribu. No se tolera que uno de sus miembros sea libre, capaz de dar otro paso. Lograr una resonancia se logra en años, incluso en siglos. Pensar es pensar por uno mismo. Algunos pagan un precio bastante alto.

Algunas veces, o siempre, ocurre que pensamos que no vamos a morir nunca, que somos inmortales. En efecto, el ansia de perdurar nos pone al límite mismo de la caída y el tiempo se intensifica de tal manera que desaparece, y nuestra vida con él. Moriremos, eso es todo.

Seremos vencidos por la muerte. Y eso, en el fondo, nos agravia. Queremos verla derrotada y hacemos lo que sea para alcanzar tal fin. De allí que anunciemos metafísicas que van más allá de la idea de mundo: no aceptamos que la vida se agote como se agota nuestra intención de comprender y miramos a lo alto buscando un sitio donde habitar luego del desastre definitivo.

Tal pérdida nos anima a saltar, refresca el baile, los gestos y, de igual modo, revive el halo de nuestra juventud: momento en que soñamos con la eternidad, en que amamos y, por el hecho de cruzarnos con el impulso creador, buscamos cambiar la barbarie que nos rodea; ser transformados por la esperanza de no morir inútilmente.

La vía de dicha transformación incluye la abrupta caída hacia las alturas, ni más faltaba. Pero hemos buscado una sabiduría que sea un saber teórico y no un “darnos cuenta”, una experiencia acontecida. Hemos renunciado a la pasión que subraya la reciprocidad, nos hemos acostumbrado a la desmesura y evitamos entrar en “conexión”. De tal forma vamos aumentando el sepulcro global.

¿La tierra no quiere brotar, es incapaz de dar alimento, su fuerza se ha vuelto contra nosotros? ¿Ha sido nuestra propia decisión? ¿Es la respuesta de la naturaleza ante los cadáveres de la civilización? ¿Es la vida que ha sido humillada y que, insepulta, nos alerta de la herida fatal?

Hemos maltratado lo que no nos pertenece: la respiración ha sido rasgada con el puñal del consumo y su desproporción. Nuestros muertos necesitan ser conjurados para que puedan partir. Ni políticas ni dogmas han pensado en una ética del amor, han robado a lo sagrado su lugar de origen y comercian con sus bondades hasta romperlo y convertirlo en moneda de cambio. Hemos olvidado los rituales primordiales. Hemos dejado atrás las raíces y crece el vacío, la usura, la astucia de la muerte.

Lo que hemos encontrado no va más allá del cuerpo —razón y naturaleza, instinto e inteligencia—: en él sólo habrá lucidez si la elipse que asciende y desciende encuentra en la superficie de sus ondulantes variaciones una savia expandida. Activar la memoria y la imaginación requiere de un pensamiento plural, una manera de actuar menos intransigente, despojada de su intento por la permanencia absoluta. 

Al recibir con humildad lo que cuenta, dispondremos de otra manera de vivir, con el suficiente amor para poder aceptar todo lo que ocurre. Solo así podremos darle un giro cuando se empecina la destrucción. Cambiar de parecer quiere decir que aún palpita en nosotros el pasado, significa que aún no hemos dejado de mirar al porvenir. Nos muestra que, a pesar de todo, seguimos vivos. Pero propugnar por la salud y envenenar todo sin límites es enfermizo, una necia contradicción.

¿Qué hacer? Habremos de volver sobre nosotros mismos, desentrañando la energía de un ser humano distinto, más humano. No bastará con acoger a los que han sido arrojados: deberemos acunar las voces perdidas, hacer públicos sus lamentos, sanar la herida que hemos impuesto a la tierra y a nuestra especie, descreer del abuso estéril.

Lo que cuenta es el amor de una voluntad de crear que, luego de inyectar lo que petrifica, genere una visión liberadora, una danza que alivie nuestra pesadumbre. Debemos estar dispuestos para la desmitificación de nuestra impostura. Habremos de asumir nuestras diferencias, los conflictos que enriquecen y generar un diálogo que fortifique las relaciones y la convivencia que busca ser apertura y no palabra final.

Con una decisión conjunta lograremos la paz, una hermandad reverdecida, un amor que asuma el crecimiento sin escalar sobre los demás: dando la mano, ofreciendo la mutua ayuda. Comprender que, pese a estar solos, somos movidos por el hambre de comunidad que nos habría de enseñar el respeto a los demás, en lugar de excluirlos y robarles la posibilidad de una vida digna. Esa es la prueba que los jóvenes esperan. Es la manera de conjurar los muertos que hemos puesto en esta guerra milenaria.

Porque aún hay cosas por nombrar. Porque en la apetencia por lo mismo no hay devoción. Porque la extrema velocidad por la conquista y el dominio nos ha estrellado contra la roca de la insensatez. Porque al no aceptar que los puntos de encuentro son más fuertes que aquellos que nos distancian, seguiremos siendo presas del vértigo, de un ocurrir terrorífico, de una existencia miserable, asfixiada por tentáculos funestos.

Porque aún hay quienes se atreven a reír en este preciso instante en que el amor ha enmudecido. Porque hemos creado un muro donde nos lamentamos y desiertos donde la prédica es arenosa. Porque asumimos un falso llamado al reino e inoculamos el odio en la leche de los recién nacidos. Porque hemos olvidado los pájaros de la mañana, el canto del agua, el alfabeto de las piedras. Porque también hoy nos pesa el hedor de todos los muertos.

VÍCTOR RAÚL JARAMILLO

Medellín, 1 de agosto de 2021