Literatura

El bebé de Rosemary

25 / 01 / 2020

Laterales Magazine comparte con sus lectores un fragmento de Limbo. Una historia de horror en el Caribe, nueva novela del escritor barranquillero John Templanza Better.

El Hombre:

«Será imposible sostener la Video 8 cuando esa cosa emerja destrozándola por dentro. Apenas nazca deberían meterla en un balde de agua. Yo mismo voy a ahogar a ese malnacido».

La Mujer dormía desnuda mientras él la miraba desde una esquina de la cama y se llevaba a la boca un puñado de sal que tenía en el bolsillo.

«A ella la amo, eso no se discute, no importa que desde hace ocho meses se haya convertido en la incubadora de algo que no deseo, algo que odio desde que anunció su llegada con una serie de vómitos negros y espesos. Algo que llegó derrumbando todo y se ensañó con ella. En menos de tres meses la redujo a una mujer digna de lástima por tanto peso perdido y, después, a partir del quinto mes, la hinchó. La infló. La abultó, como pasa con todas. Se ve deforme con esa barriga. Un hijo es solo un estorbo, un apéndice que hay que extirpar a tiempo. Pero a diario llegan al mundo entre llantos y balbuceos. Sedientos de leche se pegan como sanguijuelas al pecho sus madres».

El Hombre masticaba con la lengua seca.

«No necesito tocarla, desde aquí puedo percibir los movimientos de lo que lleva dentro. Su olor es más fuerte desde entonces, y esa cosa ha alterado su estado de ánimo como le ha dado la gana: le ordena desde adentro que coma, que llore, que teja durante horas y horas y horas. Hace que su presión arterial suba o baje y la pone a imaginar cómo serán su cara, sus manos, sus pies, el color de su piel y la forma de sus ojos. La llena de esperanzas. La hace soñar con su género y su porvenir: ¿será niño, será niña? ¿Tendrá un futuro brillante? A mí me tiene los nervios destrozados».

El Hombre extrajo otro puñado de sal del bolsillo.

«Por eso desde el momento en que supe de su estado no la he vuelto a tocar, porque tengo la certeza de que hospeda en su vientre a un intruso, igual o peor que yo».

El Hombre la seguía observando. Se llevó a la boca el nuevo puñado de sal.

—¿Qué haces ahí parado mirándome? —preguntó La Mujer.

 

La Mujer (tejiendo un gorrito de lana negra):

«Dulce niño mío, ¿o niña? Dime por qué nunca me dejaste ver tu sexo en las ecografías, ¿ah? Ahora no sé cómo llamarte, juguetón. Juguetona. Travesurita. Ya se va a terminar julio. Falta poco para que llegues y eso me llena de expectativas; no sabes lo emocionada que estoy. ¿O sí lo sabes? ¿Y cómo no lo vas a saber si estoy así por ti? ¿Verdad? Según mis cálculos debes estar naciendo a finales de junio, a lo mejor el 29 o el 30. Nacerás bajo el signo de cáncer, ya tienes mi corazón de uno de los lados de la balanza.

»¿Sabes?, anoche tuve una pesadilla, algo muy raro. La imagen era borrosa, como cuando miras por un vidrio mojado, pero no te alteres, fue solo un sueño. Te lo voy a contar como una película, así que pon atención:

»Primero me vi en un paraje solitario, alguien corría desnudo por un campo de maíz y era perseguido por espantosas liebres; digo espantosas porque estaban casi desolladas. Yo iba conduciendo un auto; frené, me bajé y corrí hasta la orilla de la carretera, luego abrí los brazos y recibí a aquella figura que venía huyendo de esos seres horribles.

»La levanté en mis brazos, pero la imagen seguía siendo turbia, no podía verle el rostro con claridad. Él o ella solo me señalaba el centro del cultivo de maíz en donde se distinguía algo parecido a un espantapájaros. Le pregunté de quién escapaba. “Del guardián”, respondió. Del guardián. Del guardián. Fue como un eco.

»Sentí algo tibio que resbalaba por la pretina de mi falda, pasé mi mano y era sangre que brotaba de la entrepierna de aquel ser. Un espejo manchado. Pude distinguir su sexo cuando llevé la mirada hasta sus genitales, eso fue lo que me hizo despertar, pero no quiero contarte lo que vi porque no deseo perturbar tu vida desde ahora; aunque tú y yo estamos conectados, y lo más seguro es que también vieras esa imagen horrorosa. Si fue así, solo espero que no hayas entendido nada. ¿Ah? Está bien, vida mía. Está bien. No te muevas así. Vamos a cambiar el tema. Hablemos de tu nombre. Yo sigo pensando que debe contener el universo entero. Al pronunciarlo, me gustaría sentir ese mismo vértigo de aquella mañana de finales de septiembre cuando me hiciste saber que estabas con nosotros.

»Son muchas las cosas que deseo para ti, si me pusiera a enumerarlas, al terminar ya te habría hecho cien gorritos. O mil gorritos. Todos los gorritos del mundo. Para serte franca, lo que más deseo es que nazcas en otra parte, este lugar es feo, no sé cómo pude venirme a vivir acá. La gente de esta ciudad es rara, te miran como a través de un velo. En ocasiones me siento como si me vigilaran, como si alguien estuviese pendiente de cada paso que doy. Y de la casa mejor no hablo, las paredes sudan, literalmente. Cuando les paso la mano por encima me queda la palma empapada.

»Recuerdo que una noche estaba sola, tu padre no había regresado a casa. Eso fue antes de quedar embarazada de ti. Yo lavaba la losa en la cocina cuando lo escuché claramente: era una voz de niño. Oí que dijeron “Mamá”. Los platos que llevaba para guardar en la alacena se me desvanecieron de las manos y cayeron al piso.

»¡Perdón, perdón! No debería estar contándote estas cosas, puedo alterarte. Aunque no pareces tan inquieto, yo creo que estás atento a todo lo que te digo, o atenta. Inquieta. Casi no me has pateado desde que empecé a tejerte este gorrito negro, que ya estoy a punto de terminar. Mira: ¿te gusta? Te va a quedar precioso.

»Oye, mamá te va a contar un secretito, algo que nadie sabe, y ahora tú me lo guardarás para siempre, ¿vale? Es y será un secreto entre tú y yo, como los cigarrillos que me fumo a escondidas…

»Antes de ti tuve una pérdida, ignoraba que estaba preñada en esos días y tal vez no me cuidé como debía. Una mañana tuve una fuerte punzada en el vientre y salí corriendo al baño. Cuando me levanté vi aquello flotando en el agua del sanitario, una yema roja con un punto oscuro en la mitad. Entré en pánico, pero como pude me limpié la sangre entre las piernas, luego bajé la palanca y nunca dije nada. Nunca. Fue mejor así.