Literatura

El gorrino mayor

27 / 12 / 2017

La perdición bien puede usar máscara para parecer todo lo contrario.

III

Ahí lo veo llegar. Vuelve con ese aire orondo de siempre. Se contonea por estos pasillos de los que bien se sabe el dueño. Su traje está impecable, como su integridad. No sabe que su ordinaria aparición me representa una derrota. Para él nada más es un regreso de lunes al instituto con una historia inverosímil que ya imagino, pero que tendré que escuchar junto a mis otros compañeros y fingir una patética cara de asombro.

En el fondo mi parte más racional se siente aliviada. Pero si hubiese sido de otro modo… todos saben que soy muy bueno guardando secretos. Mi parte más cruel lo disfruta.

I

Estoy en la ventana del bar. Pausamos la tertulia porque Dany la domina y se fue a pedir una canción. Qué bueno es ver la ciudad a través de un cristal. Todo tiene potencia de peligro y me siento a salvo de este lado, dentro de algún sitio. Esa parejita que va allí puede ser de asesinos en serie; ese perro que dobla la esquina puede morderme la pierna y la entrepierna, nada más por capricho; esos taxis… no, los taxis de Medellín son almas de Dios  –o eso pensaba–; esos dos tipos en la puerta del bar pueden ser malandros de talla mayor. Esto último lo pienso a modo de broma. Ulises y Romano salieron a fumar y su imagen no inspira el menor terror. A lo sumo, son una bandada de buitres.

Un taxista se detiene, sale de su carro y comienza a pelear con una rubia hermosa que venía como su pasajera.

Dany llega y juntos vemos la escena desde el otro lado de la ventana. Se puede adivinar la situación sin escuchar con claridad lo que dicen: Ella está notablemente borracha, y a cada momento, se encoge de hombros mientras aprieta los labios. El taxista abre sus brazos en un gesto de reclamo y se contiene para no golpearla. Pienso hacer un comentario, pero Dany ya está afuera. Él y Ulises van en rescate de la mujer. Romano bota su colilla y regresa conmigo.

–VGT-197 –dice Romano.

–¿Qué?

–La placa del carro, por si el lío se va a mayores.

–No creo.

Ahora Dany saca su billetera. Le entrega unos billetes al taxista, que se monta a su carro y sigue derecho. La rubia ahora entra al bar de gancho con Dany y Ulises.

II

Comienzan a sonar las primeras notas de la Aida de Verdi. Yo adivino que ésa fue la canción que pidió Dany. Sólo tipos como él se pueden dar el lujo de persuadir a un mesero para que ponga música clásica en el bar más anodino de la ciudad.

–¿Cómo te llamas, ángel mío? –le pregunta Dany a nuestra borracha invitada.

–Elena, ¿y ustedes? –responde ella bastante suelta.

–Nosotros no importamos ahora. Pero si me permites, te quiero llamar Aida, como la canción que estás escuchando. ¿No te parece la mejor coincidencia del mundo que entraras al momento que comienza tu canción? –repone él.

Aida no sabe qué responder.

Yo miro a Ulises y éste mira a Romano. Ya sabemos que Dany será el que se lleve a la rubia Aida. Sin embargo, mientras sigue la cuenta regresiva, cada uno intentará arrebatarle la presa. Yo, de entrada, me retiro sin que ninguno lo sepa: la rubia tiene una belleza grotesca. Todo en ella desconoce la mesura. Los rasgos de su cara se esconden bajo varias capas de maquillaje. Sus labios están más inflados que un zeppelín. Y si mi vista no me falla, por medio de su escote lateral puedo ver la marca del bisturí en sus pechos. Cuánto me gustaría que el licor adormeciera mis filtros, pero antes me vuelve más detallista y pedante. De los cuatro, creo que yo soy al último que se le olvida que somos humanistas ilustres: una maestría o un libro publicado es el requisito mínimo de esta tertulia. Yo evito ser un intelectualoide prepotente cuando estoy sobrio; en cambio a mis tres amigos les ocurre lo contrario, como debe ser. Lo que no puedo desconocerle a Aida es su aire de sabia popular, graduada en la universidad de la calle, por eso se nota a leguas que Dany no hace el mínimo esfuerzo en ninguna frase; a ésta no tiene que citarla a ningún filósofo ni ningún literato. Esto es lo que me molesta de mi amigo: siempre sabe de qué color ponerse; es el mejor de los camaleones. Le digo amigo, aunque no me dolería verlo caer en desgracia. Y es más, creo que lo disfrutaría. Finge ser un idiota, se rebaja a nuestro nivel porque sabe que está por encima de muchos de nosotros. Dice compartir nuestras posturas y se burla de todos en secreto. No necesita compartir sus risas con nadie, sólo con su ego.

En pro de una sana competencia, Dany propone hablar de fantasías sexuales, o sea, que cada uno, sin decirlo directamente, le haga su propuesta a Aida. Todos estamos de acuerdo. Pero antes Romano, el más sensato de todos, aclara que se las compartamos sólo a nuestra invitada, y al oído. Yo digo que es justo y Ulises comienza. Ella sonríe. Sigue Romano. Aida ni se inmuta. Sigue mi turno. Hago mi mejor esfuerzo y lo consigo: me cachetea. Por fin habla Dany. Ella vuelve a sonreír.

–Señores, ustedes son unos cerdos –dice ella con esas erres torpes de los borrachos.

–No, mi querida Aida, cerdos no, gorrinos, que es lo mismo pero suena más sofisticado –repongo yo con las mismas erres dormidas.

–Exacto, ángel mío, gorrinos. Buena ésa, Pipe –aprueba Dany y me da un golpecito en la espalda.

Aida va al baño. Nosotros hacemos un balance. Todos estallan en risas y se mueren de la curiosidad por saber lo que le dije a nuestra invitada. No les quiero decir y comienzan a especular. Ella no se demora en volver.

–Yo creo que ya quiero irme, ¿Será que el gorrino mayor tiene el honor de darme hospedaje? –dice Aida sin sentarse.

Pensé que me lo había dicho a mí, pero miraba fijamente a Dany. Él se levanta, la toma de la mano y se despide de todos. Los veo salir a parar un taxi. Sólo los veo yo porque Romano y Ulises, animados por el ejemplo, buscaron pareja de baile. Dany estira la mano para llamar uno, pero antes Aida lo evita con un beso largo y desaliñado, lo que me hace pensar que la rubia tiene algún plan y no está tan borracha como pensábamos. Luego de dos o tres taxis que pasan, por fin ella lo deja respirar y se suben a uno. Miro las placas de pura casualidad: VGT-197. Sonrío de tal modo que yo mismo sé que, en algún momento, me avergonzaré de mi pensamiento. Sin embargo, no le digo a nadie.

IV

            –… en pocas palabras, un trío de puta madre; yo dándoles por el culo a Bonnie y Clyde –concluye Dany para rematar su historia, y nos hace una señal de brindis con su café.