Literatura

John Templanza Better: “Mi bandera es el lenguaje, la belleza, no otra”

28 / 06 / 2019

Una conversación con el autor de A la cas/za del chico espantapájaros que ve en la escritura su resistencia.

Escribo, con el mismo fervor que lo hacen en el mármol de las lápidas. Porque con cada palabra quiero cavar mi propio hueco, con cada acento, cada tilde, cada punto, con cada error ortográfico; quiero infligirme  el dolor necesario, el justo a la medida de lo que escribo”, escribe con fuerza John Templanza Better (1978) para la Revista Corónica.

Barranquillero, periodista y escritor (aunque prefiere denominarse “esqueertor”); melómano, auténtico y agudo, Better tiene en su haber cuatro libros —China White (poesía, 2006), Locas de felicidad. Crónicas travestis y otros relatos (crónica, 2009, prologado por Pedro Lemebel), A la cas/za del chico espantapájaros (novela, 2017) y 16 atmósferas enrarecidas (cuento, 2019, y con el que ganó el Premio Nacional de Cuento Jorge Gaitán Durán)—; varios artículos y cuentos publicados en diversas publicaciones como El Heraldo, Soho, Revista Credencial, Arcadia, El Tiempo, Diners, Carrusel, la argentina Página/12, Cartel Urbano, Revista Corónica y este sitio web cultural; tres programas de televisión —Educando a Lucía, Crónicas translocadas y 12 crónicas del Caribe, todos emitidos por el canal regional Telecaribe—, un programa radial —Frecuencia Pop, junto al argentino Alfredo Bendek—  y un par de cuentos —La brevedad de los cigarrillos y A la casa de los bellos durmientes— traducidos respectivamente al inglés e italiano.

Su vida ha sido esto: una lucha desde la palabra para ser él mismo y de paso producir en quien lo lea un temblor. Poco le interesa ser parte del establishment literario colombiano (o “el club de la escarapela”, como lo llama con filosa ironía) porque él prefiere pararse en la otra orilla para reírse de todos, de su vanidad letrada y caretas quebradizas; para conjurar los demonios y recordar a los olvidados.

Aprovechando estos días de orgullo y diversidad, lo inundé con varias preguntas relacionadas con el oficio de escribir, la música, sus influencias, el pasado que desenmaraña mientras escribe, lo limitante que es para él la etiqueta de “literatura gay”, su resistencia a la homofobia que se respira en el caribe colombiano (y que nada dista de la de otras regiones) y ese universo visceral, sonoro y surreal que ha creado con sus crónicas, cuentos, novelas y poemas. Better, a vuelta de email, respondió cada pregunta y aquí va esta conversación “loca de felicidad”.

Portada de A la cas/za del chico espantapájaros. Editorial Emecé. Autor: John Templanza Better

Portada de A la cas/za del chico espantapájaros. Editorial Emecé.

¿En qué momento decidiste ser escritor o, como te denominó Pedro Lemebel, una “narratríz”?

No creo que haya decidido tal cosa, a menos de forma consciente. Es más, un día me levanté y dije: “no deseo hacerlo más” —refiriéndome al acto de escribir—, y empaqué mis cosas y me fui de Barranquilla a Bogotá a supuestamente olvidarme del asunto. Estaba muy joven y el látigo del que habla Capote hizo lo suyo y me azotó hasta el cansancio. Luego fue aceptar que uno no escapa a ciertos verdugos. En cuanto a lo de Narratríz, me lo dijo Lemebel después de leer Locas de felicidad, el libro post-escape del que hablo y que retrata una época difícil en mi vida.

Crónica, poesía y novela ¿cómo has logrado desenvolverte en estos tres géneros y cuáles son tus búsquedas (y afirmaciones) con ellos?

Con algo de torpeza. Aprendiendo sobre la marcha. Experimentando. Con la intención de no parecerme a nada, ni nadie. Consiguiéndolo a veces, otras no. También hago relatos, debo confesar que es el género que más me gusta y en el que mejor me desenvuelvo. Sólo deseo sacar a la luz todo aquello enterrado, exiliado, escondido en este mundo.

Hay quienes dicen (como un mantra) que la escritura es un oficio solitario ¿ese es tu caso o, al contrario, te sientes acompañado cuando escribes?

Siempre acompañado. Las voces que me hablan son múltiples, esto ocurre durante el proceso de escritura o en cualquier otro momento. Hay voces insistentes que se imponen, y ahí viene lo complejo: sacar de la nada todos estos seres de quienes, muchas veces, desconoces casi todo.

Fórmulas y hasta decálogos para escribir hay por montones ¿Tienes alguna fórmula o simplemente dejas que la escritura ocurra por sí sola y se encargue del resto?

No hay fórmulas, en el caso de la ficción, si algo como eso existe. Nunca tengo nada claro; no soy tan “afortunado” como otros autores que tienen todo resuelto de principio a fin. Como dije, siempre es una voz que se impone: una frase, a veces una imagen rápida en mi cabeza. Un diálogo. Entonces decido si es momento de sacar aquello de la oscuridad y narrarlo.

China White. Los cantos oscuros de Sioux Vidal. Ediciones Pluma de Monpox. Autor: John Templanza Better

China White. Los cantos oscuros de Sioux Vidal. Ediciones Pluma de Monpox.

La homosexualidad, el amor y el desamor, la relación a ratos amorosa y siempre conflictiva con la madre, la soledad, la muerte, el humor y lo mágico se asoman en muchos de tus textos ¿por qué tu interés como escritor por estas temáticas y qué universo has construido con todas ellas?

Yo me canto y me hablo a mí mismo. He sido muchos en estos cuarenta años. Por ejemplo, una novela como A la cas/za del chico espantapájaros es mi propia exhumación. Fue mi primera novela y era necesario hacerlo. Viví en un viejo caserón del Caribe, con dos mujeres (madre y abuela) que se movían de acuerdo a la superstición. Viví bajo el manto de lo mágico, cada suceso estaba regido por la magia o lo paranormal. Y en A la cas/za queda claro que no hay diferencia entre lo real y la ficción, que no puede separarse lo uno de lo otro. Ignoro si he construido algún universo, con haber hecho una maqueta de planeta nostálgico me conformo. En cuanto al humor, es mi mejor arma y la de mis personajes; se necesita para trabajar en esto de la “literatura”, más en Colombia donde tantos escritores son tan serios y rigurosos. Y aburridos, por supuesto. Lo de la homosexualidad aparece como un traje de luces que ilumina mi escenario escritural.

En una entrevista para Suburbano mencionaste como referentes a Mario Bellatín, Fernando Iwasaki, Carolina Sanín, Frank Báez, Pedro Lemebel, Fernando Vallejo, Raymond Carver, Truman Capote, Carmen Berenguer y hasta Corín Tellado.  ¿Si te encontraras con ellos, de frente o en sueños, qué les dirías?

A Vallejo le di un beso en Barranquilla durante un Carnaval de las Artes; un beso tan frio como una lápida. A Bellatín lo abracé también en Barranquilla, un abrazo roto de un genio de nuestras letras contemporáneas. Con Sanín me tomé una cerveza helada en un pueblo polvoriento del Atlántico. A Pedro le dije todo lo que tenía que decirle hasta en sueños. Al resto les diría solamente: “Gracias por dejarme entrar sin zapatos a sus libros”.

Dice Greg, protagonista de A la cas/za del chico espantapájaros: “Yo no soy de esos tipos extraños como dice mucha gente. Tampoco un solitario como Sandy insiste en tildarme. A veces suelo ser algo compulsivo y tiendo a deprimirme. A veces me aíslo, y ese vacío suele darles forma a asuntos inexistentes. A veces el pasado regresa y es preciso narrarlo, es necesario contarlo, desenmarañarlo como si en ese mismo instante estuviera ocurriendo”. ¿Qué tanto hay de John Templanza Better en estas palabras? ¿Con cada crónica, poema, cuento o novela que escribes desenmarañas el pasado?

Greg es mi alter ego en esa novela. En mis textos casi siempre estoy presente en diversas formas. Con los escombros de mi biografía construyo mi obra, creo que algo así dijo Pablo Ramos, y me adueño de ello. Pero también habla el otro, el que está al otro lado del espejo, de la pupila, de la sombra.

Locas de Felicidad. Crónicas travestis y otros relatos. Editorial La Iguana Ciega.

Locas de Felicidad. Crónicas travestis y otros relatos. Editorial La Iguana Ciega.

Hay un elemento importante en tu obra, que lo conversamos en alguna ocasión, y es la música: tanto en la sonoridad de las palabras y los diálogos, como en las referencias a canciones y músicos. ¿Por qué darle esa importancia a la música y qué músicos (o canciones) te animan a escribir?

Sí, el abrelatas del alma: la música. Así la definió Henry Miller. Soy un cantante y músico frustrado. Siempre me veo en sueños tocando los teclados o el piano. Tuve un programa de radio en una emisora universitaria durante años. Soy un melómano terrible. Tuve centenares de CDs, casetes y vinilos, todo se lo llevó el viento. Pero la música continua vibrando en mí. Si hago una lista no acabo hoy, pero te doy un par de nombres: Badalamenti, Björk, Portishead, Cigarettes After Sex, Thom Yorke, Bowie, Tricky, Spinetta, García, Mykki Blanco. Acabo de descubrir una banda llamada Say Yes Dog, me tiene enamorado. Cuando escribo, muchas veces pongo a sonar algún álbum de Aphex Twin o Cornelius, ese maravilloso genio japonés.

Y también hay varios guiños al cine y a series de televisión. Tu cuento El anfitrión fantasma (que está en La cas/za del chico espantapájaros) parece sacado de una película de David Lynch o de Almodóvar. Detállanos más esa pasión por el cine y las series ¿cuáles películas o series te han dejado sin aliento? ¿En cuáles piensas al momento de escribir?

Me gusta mucho el cine de Lynch  y Almodóvar, en muchos de mis textos hay una notable influencia de estos directores. Así como de Fellini, tal vez el más grande director de todos los tiempos. Creo que he visto Julieta de los espíritus unas cien veces. Desde muy chico me atrajo el mundo de las películas. En el barrio había una familia que poseía un betamax, un lujo para gente (de un barrio) estrato dos. Allí se proyectaban pelis martes y jueves, por un precio módico pagábamos para poder entrar. Aquella sala se convertía en un teatro maravilloso donde vi cosas como El resplandor de Kubrick y un sinnúmero de filmes de horror que me sedujeron. En cuanto a las series de televisión, Dimensión Desconocida fue una obsesión. De las series actuales solo dos me han interesado: Black Mirror y American Horror Story, podría decir que Limbo, mi nueva novela que sale en octubre, es una temporada perdida de esta última.

Además de escribir libros, has hecho televisión. ¿Cómo fue esa experiencia y qué lecciones te dejó para contar historias?

A la fecha he hecho tres series para Telecaribe de la mano de los productores Lee Morales y Miguel Mendoza, gente de ideas renovadas. Un programa de opinión y dos series de crónicas periodísticas. La experiencia ha sido maravillosa, en el caso de Crónicas Translocadas pude narrar el mundo LGBTI desde otras ópticas más allá de las identidades de género, pude observar de cerca cómo era la interacción de estas personas en sus ambientes laborales y familiares, una grata experiencia. Aspiro seguir en esta faceta.

¿Por qué, cuando tus libros son catalogados como “literatura gay”, insistes en que intentas hacer literatura más allá de las etiquetas? ¿Sientes que una etiqueta como esa, más que visibilizar, encasilla a lo gay?

Sí, es otra forma de exclusión. A veces para que te vean como el autor de temas maricas, temas queer, nada serios o trascendentales, más en un país tan homofóbico como este. Pero yo voy más allá sin duda, mi bandera es el lenguaje, la belleza, no otra.

Ante las etiquetas has optado por reivindicar lo marginal ¿es una forma de estar en el mundo y a la vez de vivirlo y escribirlo?

Yo he vivido y vivo ese mundo. Aunque ciertas mariquillas literarias digan que funjo de “marginal” para llamar la atención. Así publique por el momento con una editorial como Planeta, mis temas siguen el curso de los márgenes. Mis personajes son terribles, salvajes, siniestros, es mejor no provocarlos.

16 atmósferas enrarecidas. Gobernación Norte de Santander.

Todavía hay discriminación hacia la comunidad LGBTI, a pesar de algunos avances. Incluso, en la misma comunidad hay discriminación ¿ocurre lo mismo en la escena literaria cuando un escritor o una escritora asumen su sexualidad abiertamente, como los has hecho tú?

Y cuando no formamos parte de las roscas literarias, por supuesto que sí, y no sólo si eres gay o lesbiana, si eres negro es igual. Lo bueno es que yo y otros autores emergentes, que no venimos precisamente de ese mundillo aburguesado, estamos aquí con nuestras obras para desenmascararlos, para decirles que no se autoproclamen como pioneros ni representantes de nada, que aquí estamos nosotros, ni tan blanquitos, ni tan rubiecitos, ni tan llenos de títulos, pero con nuestras letras dispuestas a soltarlas como una jauría de rottwailers a quienes intenten censurarlas. El problema con estos “niños bien” de la literatura es que no tienen una historia propia que narrar, se la pasaron sacándole brillo a los barrotes de oro de sus cunillas.

Hay en el caribe colombiano un refrán que reza que el hombre costeño tiene derecho a siete mujeres y a un “marica”. No es fácil ser gay en el Caribe, pero ¿cómo has resistido a la discriminación (y al odio) con lo que escribes, piensas y dices? 

Poniendo el culo, compañero, como escribió Lemebel. En ese lugar confluye todo; el culo receptor de patadas pero también de los más apasionados efluvios. Mi resistencia es a partir de mis escritos, ahí está mi lucha, mi marcha, mi odio, mi amor. Y ahí también está mi cuerpo, testimonio vivo de tantos relatos donde hasta el momento he salido victorioso.

Aun así ¿qué representa el Caribe para ti? ¿Es, como dirían los regionalistas, tu “patria chica” o más bien el lugar en el que escribes lo que eres y sientes, lo que otros no quieren ver o simplemente olvidan?

Es más un infierno grande. Tremendo y caluroso como todo infierno. Pero siempre encuentro un cuerpo donde reposar y refrescarme. Eso es para mí.

Recientemente publicaste en El Heraldo Del orgullo de ser lo que es, un texto en el que, entre otras cosas, revelas que hasta la pubertad te sentiste una persona transgénero, pero no continuaste el tránsito hacia tu identidad por el miedo al rechazo. ¿Cómo fue recordar ese momento para luego escribirlo y hacerlo público? Y agrego otra pregunta: ahora, con todo lo vivido, luchado y escrito, ¿qué le dirías a alguien que quiere afirmar su identidad y sexualidad?  

Creo que es un tema que retomaré en su momento. Temo no estar equivocado, pero eso fue lo que sentí. Deseaba ser una mujer, tenía que confesarlo así como Capote lo hace en Deslumbramiento, uno de sus textos de Música para camaleones. Pero el miedo te paraliza y eran otras épocas, estoy seguro que hay gente de mi generación a la que le tocó tragarse aquel deseo. Pero bueno, uno se construye, y si bien me tocó no hacer realidad aquel sueño, no me siento frustrado en lo absoluto. Quizá eran otros tiempos, y la culpa que me provocaba aquello ayudó en parte a que el miedo se acrecentara. Tal vez la escritura me permite transformar el mundo a mi antojo y en ella puedo ser lo que desee. Lo único que puede decirle al otro que pasa por lo mismo, es que deje a un lado el miedo y que sea lo que se tiene que ser.

Dicen que una vez publicado un libro este se defiende por sí solo, sin embargo ¿cómo es la relación con tus lectores? Y te hago esta pregunta porque este año, a propósito de los diez de Locas de felicidad, muchos lectores han compartido en sus redes desde fotos con el libro, hasta elogiosos comentarios al mismo ¿Qué sientes cuando ves estas muestras de gratitud?

Es divino encontrar nuevos y viejos lectores. Un libro como ese merece una segunda oportunidad sobre la tierra. Quiero ese libro, no lo he vuelto a hojear en diez años, pero sé que hay dentro algo que respira, algo que anhela ser visto, amado, querido.

Próximamente saldrá Limbo, tu nueva novela. Es una historia de horror ambientada en el Caribe, pero mejor cuéntanos tú de qué trata y cómo fue su proceso de escritura, más cuando incursionaste en un género hasta ahora novedoso en tu narrativa

No es tan nuevo, es más, mi primer relato fue el de una monja en un convento del Caribe que regresa en modo zombi. Je, tendría 13 años cuando lo hice. Fui muy fan del cine de terror de serie B, Martes 13, Pesadilla en la calle Elm y todas esas cosas. En el chico espantapájaros están esbozadas algunas ideas de Limbo, que será lanzada en octubre. Es un horror que se respira, no tanto lo gore o sangriento. Un horror de los espacios, de los rincones, de aquello que se mueve debajo de la mesa y no nos percatamos de ello. Va de dos hermanas gemelas albinas que regentan una casa en el sombrío pueblo de Crisantemo. Las hermanas están emparentadas con una santa polaca, y ayudan a que los niños que mueren sin bautismo puedan trascender del Limbo a la luz.

“Mis palabras explosionan y hacen florecer orquídeas en ambientes radioactivos”, escribiste, a manera de manifiesto, en Del por qué la Better escribe para la revista Corónica ¿Qué más quieres provocar con tus palabras?

Un temblor dentro de ustedes, así sea leve.