Literatura

Kafka toca a la puerta

12 / 05 / 2020

“(…) ya se ha acostumbrado a verme convertido en insecto cada mañana dominical”.

Un ejército de hormigas rojas se cruza en mi camino de la sala a la cocina. Perfectamente enfiladas, transportan sobre ellas una enorme y brillante cucaracha.

Desde mi metro noventa de altura todo luce como un cortejo fúnebre en miniatura que no escapa al hecho de producirnos asombro o esa incómoda sensación de toparnos por casualidad a mitad de la calle con un cortejo real. Sigo el curso de los pequeños insectos hasta verlos desaparecer debajo de la nevera.

Antes de dormir sirvo mi habitual vaso de agua y pasiflora. Lo bebo. Llego al cuarto y me tiro sobre la cama. Pienso en estas pequeñas ceremonias que pocas veces presenciamos y que, sin duda, forman parte de esos sucesos a los que llamamos «el paso del tiempo». Eventos que me resultan igual de trascendentales como la puesta de sol o una luna llena en el cielo.

La pasiflora empieza a hacer efecto. Ya las hormigas deben haber desmembrado su presa para poder almacenarla en su escondite; y cómo no pensar también en mi despertar cada domingo convertido en un monstruoso insecto que luego se levanta y con torpeza mete su deforme caparazón entre las ropas planchadas por una mujer que le mira cada día con más indiferencia.

—Hoy hice huevos —dice ella.

—Siempre haces huevos —le contesto en mi habitual lenguaje de insecto.

Telarañas cuelgan del techo. Alguna mariposa aletea atrapada en una de ellas. La línea de comején en los maderos que sostienen las canaletas de Eternit sigue avanzando. Un día se caerá el techo.

Es el paso del tiempo, me digo, mientras una línea de hormigas negras trata de llegar hasta el platillo donde reposan tres cubos de azúcar. Mi madre decía que las hormigas negras son de buena suerte. En el periódico, lo de siempre. Las mismas noticias abismales; lo único que cambia es la modelo de la página central. “Katia huele a verano”, dice el encabezado. Es una mujer hermosa, la más hermosa que he visto en ese diario de pacotilla. Hay una breve entrevista y Katia dice que le gusta el helado de fresa, que su color favorito es el azul rey y que les tiene miedo a los insectos; asustarla un día de estos no es una mala idea.

— Mi muñeca no habla —dice una niña de 7 años con la cara embarrotada de chocolate. Es mi hija, a ella no le causo miedo, ya se ha acostumbrado a verme convertido en insecto cada mañana dominical.

—Debe ser la batería, casi siempre es eso. Es que te la pasas hablando con tu muñeca. Dime, ¿qué tanto hablan?

—Del clima, de Millie, mi amiga que come arena, de mi mamá, de ti.

—¿Y qué hablan de mamá? Cuéntame.

—Cosas…

—¿Cómo cuáles?

—Una vez, antes de irme a la escuela, dejé a Britt (la muñeca) en el cuarto de mamá. Y cuando regresé me contó que vio a mamá hacer cosas raras.

—¿Qué tipo de cosas raras?

—Hablaba sola frente al espejo, bueno, le hablaba a alguien llamado Dios o algo así, eso me dijo.

—La pobre debe estar muy mal.

— Papá, ¿quién es ese Dios?

—Un hombre viejo de alas enormes.

—¿Un insecto, así como tú al levantarte los domingos?

—No, más bien como un pájaro.

—¿Y qué hace Dios?

—Está muy cansado y viejo para hacer algo. Bueno, a duras penas puede volar.

—¿Y dónde vive?

—En los tejados.

— En la noche escucho ruidos en el techo. ¿Podría ser Dios?

—Tal vez, o quizá sean gatos.

Mi hija se ha aburrido de la charla y con su muñeca en brazos me dice adiós. Es domingo, a diferencia de aquellos que dicen sentirse como bichos un día como hoy, yo lo soy literalmente. Tengo caparazón, alas, tórax, abdomen, seis patas y una dura cabeza negruzca. Un escarabajo estercolero para ser exactos. A veces doy un paseo por el vecindario. La gente se ha acostumbrado a verme pasar rodando mi enorme bola de estiércol la que luego deposito en una cueva secreta. Pero hoy no saldré a ningún lado, permaneceré en casa viendo a mi mujer ir de aquí para allá murmurando frases que no entiendo, aunque quien sabe, el cielo se ve de un azul inusual, tal vez me anime y salga por la ventana de este edifico desplegando mis tornasoladas alas.

*El presente cuento hace parte de Fantasmata, libro ganador del primer lugar en el Portafolio de Estímulos de Barranquilla 2019 y que será publicado por la editorial Lugar Común.