Literatura

Orión acusa

8 / 04 / 2021

“[…] El libro es indispensable a la hora de contar parte de los hechos alrededor de la operación Orión y hacer entender por qué esas 6402 víctimas debemos sentirlas como propias…”

Hace unos meses, la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) dio a conocer la cifra más escandalosa de los últimos años del conflicto armado colombiano:  6402 personas fueron asesinadas con la intención de hacerlas pasar como miembros de las guerrillas, para demostrar resultados eficientes en la guerra; todo esto, ordenado por una sombra siniestra que sigue pidiendo muerte y sangre, y que encomendaba a los medios de comunicación presentarlos como bajas en combate. Revisando la historia de los conflictos armados, la situación es inédita: los muertos no pertenecían a ningún bando del conflicto, fueron miles de jóvenes inocentes masacrados y presentados como bajas de un combate que no existió. ¿Cuánta maldad debe existir en un sistema para ejecutar un acto de tal calibre?

A la par llegó el nuevo libro de Pablo Montoya, La sombra de Orión, cuya lectura es una ventana hacia la respuesta de este interrogante y muchos más sobre las diversas violencias que acompañan la sangrienta historia de Medellín. En sus primeras páginas, el relato es una narración contundente de los sucesos llevados a cabo durante la Operación Orión, que en muy resumidas cuentas fue una toma violenta a la Comuna 13 de Medellín -en la que, según el autor, se conjugaron paramilitares y Fuerzas del Estado en una operación en contra de las milicias populares que habitaron la zona, dejando sometidos a los habitantes de la comuna-. El libro también narra cómo se fue polarizando la ciudad mientras torturaban, desaparecían y asesinaban a inocentes bajo la excusa de la “Seguridad Democrática” y con la coordinación de un presidente que peligrosamente se presentaba como la solución al flagelo de la guerrilla y a quien la “gente de bien” comenzaba a rendirle culto.

-La necesidad de una reforma agraria, por ejemplo, la necesidad de una mayor igualdad social.

Típicas proclamas comunistas- dijo Giraldo manoteando el aire.

Los ganaderos, los empresarios, los terratenientes siempre dicen eso. Pero son proclamas democráticas.

Con argumentaciones de ese estilo ustedes incendiaron a Colombia.

Colombia está incendiada desde que nació como país. Y si hay grandes responsables de ese incendio, son ustedes los que se llevan el primer puesto.

-Nosotros solamente hemos respondido a sus ataques. (Montoya, 2021, pág. 55)

Un elemento que alimenta la narración de los hechos, es la división de las opiniones entorno a la “figura” del presidente. También de todas las personas que le rodean, pues desnuda el cinismo, el egoísmo y el odio de ministros, gobernadores, alcaldes, artistas y escritores frente a una ciudad que iba -y sigue- en una espiral hacia el fondo de la violencia; aunque de manera inteligente ficcionaliza los nombres que todos conocemos. Esto, para salvarse de los peligros legales que implica cada página del libro.

Es ahí donde La sombra de Orión tiene el alcance de ser una novela histórica contemporánea, porque logra reflejar el sentir y el pensamiento de una ciudad y de unos personajes tan reales (de hecho, muchos lo son). Son muchas versiones de Medellín que hay en sus más de 400 páginas: el escenario en el que transcurren los hechos, ese lugar indiferente y frívolo a los desplazamientos y a la violencia que le circula, que es mostrado a los turistas bajo la modalidad de la porno-miseria como un ejemplo de superación y de seguridad para las inversiones. También la otra ciudad, la de los barrios y las comunas, aquella que no tiene blindaje para defenderse, que resiste dignamente por medio del arte para rendirle memoria a quienes fueron arrojados a las fauces del paramilitarismo. También está la ciudad que habitan los muertos: uno de los momentos más fuertes y emotivos del libro son los capítulos de La Sonoteca y La Escombrera. El primero es la descripción de la comuna a través de sus juglares quienes, por medio del rap, narran una revolución sin muertos; y de la obsesión de Mateo Piedrahíta por conocer los sonidos, en especial aquellos que se emiten desde la escombrera.

Mateo decía que lo suyo, además del interés sonoro, perseguía un objetivo: domesticar la muerte. (…)él se conformaba con grabar los rastros sonoros de los desaparecidos. ¡Algo es algo!, exclamaba para consolarse. (Montoya, 2021, pág. 290)

Otro de los elementos que dignifican a las víctimas es el viaje al inframundo, en el que se exponen las narraciones de aquellos seres sepultados en La Escombrera. En un corto espacio, algunas víctimas logran hablar desde la muerte como una forma de no ser olvidados, tal vez como un último adiós, o tal vez con el fin de dejar una lección de dignidad humana.

Pero valiente fuego este que no ilumina nada aquí abajo. Otras veces he intentado abrir la boca. Pero ella es otra forma de la tierra. Los guijarros me apretujan la cabeza. Un chamuscado hoyo de cenizas, eso es mi útero. Y mi pelo, que algún día fue negro como la noche, es un territorio enarenado. (Montoya, 2021, págs. 297-298)

Los libros, concebidos por su autor, tienen una vida propia, pero estos llegan a habitar la vida de los lectores, quienes a su vez tendrán la posibilidad de enfrentarse a una realidad fuerte que los pondrá en contra de la obra y quien la escribió. Otros, en cambio, podrán asomarse por medio de la literatura a una verdad que puede avergonzar gracias a la indiferencia. Pero lo que sí es innegable es que este libro será indispensable a la hora de contar parte de los hechos alrededor de la operación Orión y hacer entender por qué esas 6402 víctimas debemos sentirlas como propias, para comenzar a curarnos realmente como sociedad sin el olvido de nuestro oscuro pasado.

De entrada, el libro relata de primera mano los hechos generales en los que se desarrolló la operación Orión en el año 2002, detalla algunos excesos y desapariciones cometidos tanto por las fuerzas armadas, las milicias y los paramilitares. Es fuerte y se va matizando –sin perder la tensión de las primeras páginas-, sobre todo cuando el protagonista de la historia, Pedro Cadavid, un escritor que vuelve a Medellín luego de vivir un periodo en París, relata las observaciones del Medellín que encontró y en la que poco a poco comienza a entender y a adaptarse. Es aquí donde se encuentra su fortaleza narrativa, pues es capaz de hacer entendible una trama difícil de asimilar, en una construcción que da saltos entre uno y otro evento que tiene como fondo a la Comuna 13 y algunos espacios de la ciudad como la Universidad de Antioquia, el Centro y el barrio Calasanz. El último capítulo es un relato forzado de las formas en las que el protagonista busca su sanación mental y espiritual, un recurso que no logra conectar muy bien con el cuerpo del relato, un final redundante el cual puede leerse luego u omitirse, esto sin perderse la riqueza narrativa de los capítulos anteriores.

Desde lo personal, La sombra de Orión retrata la universidad en la que me formé, recordé aquellos espacios en los que la historia me comenzaba a cambiar la forma de ver el mundo. También me transportó a espacios como la biblioteca y las cafeterías, lugares donde conocí que la vida es una lucha constante. Sus páginas, por momentos, fueron muy incómodas por el hecho de sentirme acusado por la indiferencia con que presencié el conflicto armado y donde pocas veces me ha llevado, al menos, a levantar mi voz y sentar una posición más activa de cara a una realidad que sigue atropellando la vida de la ciudad. Ese es un sinsabor que deja el libro, esa acusación implícita de dónde ha estado, esa empatía por el otro en la que supuestamente fuimos educados.

Colombia es un país de contrastes: es un territorio sorprendente desde el punto de vista de recursos y del talento con el que muchos logran proyectarse. Un lado complejo es aquel que lo ha formado en su historia, Las Violencias son periodos que han repercutido en la esencia del país a tal punto que se habla de que somos hijos de una cultura violenta. Las temporalidades, las causas y los efectos de las mismas varían según la época en la que se ubiquen, comenzando desde los primeros años de las independencias hasta la actualidad, de ahí que de estas se deba hablar en plural.

En los últimos años han mutado con nuevos actores y contextos que han tocado a gran parte de los habitantes, la guerra en contra del narcotráfico es una forma que ha ido degradando a los actores del conflicto a tal punto que las fuerzas del Estado han cometido acciones violentas en contra de la población, esto sin dejar atrás a paramilitares y guerrilleros que han arrasado con una parte del país. La corrupción y los dineros del tráfico de drogas han alimentado la máquina de guerra actual, a tal punto que es difícil desligar a la política y a los dirigentes de estos males. Con la excusa de tener mano firme en contra de la guerrilla, desde hace más de 20 años se ha venido radicalizando el discurso en esta etapa de la violencia, consecuencia de ello es el recrudecimiento del paramilitarismo y las acciones de las fuerzas militares en contra de la población civil, además la polarización de la sociedad colombiana, dejando heridas que social, cultural y psicológicamente tardarán años en cerrar.

*La foto de portada, Medellín. Comuna 13, barrio Las Independencias. Nueva carretera y viejas viviendas, fue tomada de aquí