Fiesta del libro

Ecos: fragmentos de un trayecto

14 / 09 / 2019

Durante una estancia en Bolivia “Al parecer, La Paz solo emerge cuando se está solo”.

Estos dos fragmentos hacen parte de un ejercicio de documentación que realicé en 2016, durante un periodo de estancia en La Paz, Bolivia. Habité la ciudad durante un mes, luego de exponer temporalmente en el Museo Tambo Quirquincho de La paz, en el marco del FotoFest de ese año. Decidí no usar mi cámara en los trayectos, y opté por observar y conversar con quienes me acogieron durante el viaje. Estar solo y La necrópolis, son impresiones que se materializaron en la noche, en la soledad de un cuarto de hotel, luego de sentir la ciudad.

Día uno

[Estar solo]

Al parecer, La Paz sólo emerge cuando se está solo. Cuando se imponen las rutinas de los paceños y uno es un perro más que pasea por las plazas o las avenidas.

De día, la ciudad duerme. Un mutismo aparente acompaña el continuo movimiento de los autos, los apurados pasos de los transeúntes, los ojos vigilantes de los policías. Y uno avanza entre las multitudes y percibe el murmullo de las mujeres y el ácido olor que dejan los hombres al mojar las calles con sus orines.

«Ya», dice una mujer al devolver un «gracias». Apenas y se intuye el balbuceo. Mueven apenas los labios y muestran los dientes. Un hombre en la noche me lo dijo: los paceños somos seres tristes. Y luego de afirmarlo, sonrió. Hablaba de canciones andinas con letras de desamor.

Como ahora estoy solo, camino. Caminar es abrazarse con los apuros de los peatones. Atravieso la Avenida Montes y cruzo la calle. Allí hay un lugar tranquilo que he descubierto, en la terraza de un edificio. Se perciben los techos de los edificios y las cúpulas de las iglesias. Ichuri, se llama el lugar. En aymará, uno de los tantos dialectos que se habla en Bolivia, significa «cargar al niño en brazos». Tal vez por eso me siento a gusto allí, donde acudo a leer o a percibir el arrullo de los hombres, que como yo, pasean solos.

Día dos

[La necrópolis]

Al sur de La Paz hay un puente que atraviesa dos colinas: alto y de apariencia firme. Abajo logra verse una avenida que lo cruza en sentido horizontal (la Avenida de los Poetas), la cual se ilumina por las farolas de los autos, como cocuyos.

—Observa—, me dice Alice y señala abajo.

—No puedo. Le temo a las alturas—, respondo.

Alice se ríe.

Esta ciudad, según cuentan los paceños, es una necrópolis. En los desiertos o en las montañas, hay cruces enterradas que señalan las pérdidas. Pueden observarse en los caminos pedregosos que conducen de El Alto (un municipio asentado en la periferia de la ciudad), hacia el nevado Potosí, donde los muertos, como plantas, bordean los caminos. Pero en las ciudades, como en La Paz, los edificios y los puentes son las cruces. Hace unos días, Ahmed, un amigo paceño, nos contaba mientras bebíamos mate de coca, que los cimientos de estas ciudades están soportados por algo más que el cemento. Alice también me lo hizo notar, al mostrarme una placa con una cruz verde que custodia la calle Jane, de los llantos de las mujeres y las ruedas de las carrozas.

«Es difícil para los borrachines», dijo Ahmed.

Existe la creencia que, para dar firmeza a las columnas, una pareja de mortales debe custodiar desde adentro los gruesos bloques de hormigón, que se elevarán sobre el cielo paceño.

«Ponían señuelos», continuó. «Te invitaban a un trago y cuando estabas ebrio, te metían en la mezcla».

El Puente de La Américas, del que hablé al comienzo, guarda este secreto. Dicen que a un hombre y una mujer, quienes fueron invitados a beber, luego de estar ebrios, los cubrieron de mezcla. El hombre despertó, impaciente, y logró escapar. Los trabajadores de la obra decidieron continuar, con la mujer adentro, y construyeron el puente.

«Lo curioso», aseguraba Ahmed, «es que desde el puente han ocurrido muchos suicidios. Hombres que se tiran y van a dar abajo. Y es normal, hay una mujer que aún llama a su novio», aseguró.

Cuando le contaba esta historia a Camilo y a Catalina, luego de su regreso desde Uyuni, en un café discreto, cerca del Palacio de Gobierno, Camilo afirmó: «tiene sentido. Por algo la muralla China es tan resistente. Está construida a sangre y piedra».

[Los muros de la Paz]

Antes de salir hacia Uyuni, anoche, vi esta imagen. Todos los retratos pertenecen a desaparecidos. Estaban exhibidos en una pared, en la jefatura de policía de la terminal de buses. Como estas copias, hubo un graffiti que vi escrito en diferentes paredes de la ciudad, que decía: “Elio, asesino, dónde estás?