Fiesta del libro

Imposibili-mar

15 / 09 / 2019

Justo un mes antes, el 22 de febrero, parecía un día normal. Pero no iba a ser un día normal.

Tuve miedo: mucho miedo, alguna vez. Quisiera contarlo a modo de crónica, pero no recuerdo qué hora era. A los niños no les importa lo que dicta el reloj. Quisiera ser más precisa, pero no sé en qué día ni en qué fecha estábamos. A los niños no les importa lo que diga el calendario.

Tal como les narro, era una niña. A esa niña de 5 años, desde ese día, le empezó a importar la semántica: porque no es lo mismo ahogarse que morir ahogado. Desde entonces libro esa batalla. No morí, y sin embargo algo de mí, una parte incomprendida, inexplorada, se ahogó para siempre.

Tuve miedo. El sonido del agua fue durante mucho tiempo una voz de horror: una amenaza. Los años pasaron. La niña creció. Todos iban al mar y hablaban de él como si fuera el mismísimo cielo. Yo sólo podía temer. Todos iban al mar y volvían siendo otros, nuevos. Yo sólo podía imaginar la sal, la espuma, una ola ahogándome.

Era el miedo. Un día decidí que quería ser libre: no temer más. Lloré frente al espejo y salí:

–Deme un tiquete para ir a conocer el mar

Todo estaba listo. 22 de marzo era la fecha para el viaje. No tuve miedo.

Justo un mes antes, el 22 de febrero, parecía un día normal. Pero no iba a ser un día normal.

Hubo mucho ruido, luces, luego un golpe seco y dolor:

–No puedo mover las piernas

–Dos fracturas en la cadera. No podrás moverte. No podrás caminar. No podrás bailar. No podrás conocer el mar.