Fiesta del libro

Gilmer Mesa: “Uno realmente es carne de recuerdos”

16 / 09 / 2018

En una conversación callejera, el autor de La cuadra habló de
literatura, música y memoria.

Quizás Gilmer Mesa (Medellín, 1978) no imaginó encontrarse en pleno Medellín con el cantante de los cantantes, Héctor Lavoe. Pero así ocurrió el 3 de septiembre de 2018 antes de entrar a una charcutería frente al Parque de los Deseos, donde conversaríamos sobre literatura, baloncesto, música y memoria, la misma que está presente en su célebre novela, La cuadra.

Al verlo sonrió, como quien acaba de encontrarse con un viejo parcero de esquina después de muchas ausencias, pero Héctor nada dijo. Y cómo iba a hacerlo, si él estaba congelado en un afiche y de los labios no despegaba su sonrisa de bohemio.

Es chévere ser grande, pero es más grande ser chévere”, leyó Gilmer la célebre frase del cantante antes de destapar una botella de agua para quitarse la sed. Hacía un calor de mil diablos y en su agenda tenía varios compromisos que provocaban sofoco con solo mencionarlos: un taller de escritura en redes sociales, entrevistas a medios de comunicación, ultimar detalles para su participación en la 12ª Fiesta del Libro y la Cultura (donde, entre otras cosas, tuvo la charla Memorias para el desarraigo con Juan Carlos Méndez Guédez y presentó el libro Colección de tragedias y una mujer de David Gil) y dictar clases en la universidad.

Descansaremos cuando nos muramos”, dijo no para quejarse, sino para resaltar que hay mucho por hacer en esta vida. Y es que desde que publicó La cuadra —ganadora en 2015 del XII Concurso Nacional de Novela y Cuento de la Cámara de Comercio de Medellín y finalista este año del Premio Nacional de Novela del Ministerio de Cultura—, Gilmer (graduado en Filosofía y Letras de la Universidad Pontificia Bolivariana, profesor en varias universidades y también colaborador en medios) ha estado presente en el panorama literario actual por escribir una novela de violencia, duelo y memoria.

Tras la muerte de su hermano (caído en la guerra que azotó a su natal barrio, Aranjuez) Gilmer se tomó 25 años para escribirla, las heridas de la pérdida debían cicatrizar y había que encontrar el tono certero para esa historia que retumbaba en su cabeza. Cuando llegó el momento, lo hizo con una fuerza que hoy se siente en cada página, en las contradicciones de sus personajes y en esa dura evocación de episodios que, aunque pasados, siguen vigentes. Más que una novela de barrio, La cuadra es una memoria de Medellín, de sus dolores, alegrías y violencias.

Cuando antes de mi cumpleaños me regalé La cuadra, no pude parar en la primera página, así lo que leyera fuera estremecedor. Las situaciones que en ella aparecen, aunque distintas, no distan de las ocurridas en Castilla durante los furiosos años 80 y 90. Ese barrio del noroccidente de Medellín, que con Aranjuez comparte historias, calamidades y resistencias, fue donde yo crecí y aún paso mis días. De ahí que la novela me llegara hondo, como un caudal que, aunque arrasa con todo, deja fuerzas para seguir viviendo en esta ciudad de furias y demonios.

De hecho, al decirle a Gilmer que era de allí (en parte para romper el hielo, en parte para que nuestra conversación no fuera tan formal), empezamos a hablar de lugares, calles y recuerdos, en medio del ruido de buses, motos y vendedores de helado (“medio litro de helado por tan solo 2000 pesitos”). Parece que a los que nos hicimos en estos barrios nos unen las mismas cicatrices en la memoria, las alegrías efímeras pero intensas, la resistencia con que caminamos sus calles.

Felipe Sánchez Hincapié: Hablando del barrio, la infancia tuya en Aranjuez estuvo llena de juegos, amigos y familia. Trasladémonos a ese momento tan especial para vos

Gilmer Mesa: Mi infancia fue de lo más feliz que hay, como supongo que nos pasó a todos, porque había mucha comunión en la vecindad. Es decir, uno es hijo de la calle también, [como] todos los que nacimos y nos criamos en los barrios populares; uno tiene una familia que es una maravilla y crea otra en la calle que también es una maravilla, porque nosotros somos una generación en que ni siquiera había preescolares y nada de eso. Entonces, digamos que la infancia de uno era la mamá en la casa y en la calle los amiguitos, yo tuve una infancia muy buena, llena de muchos juegos, de un barrio muy luminoso, de diciembres muy animados, y pues, de todas maneras uno está acompañado por la inocencia; entonces no entiende muy bien las dinámicas sino hasta que va creciendo. Me la pasé muy bien, mucho fútbol en la calle, jugando “yeimi”, “chucha”… todas las cosas. Realmente sí era el grupo de amigos [con] que termina uno creando unas simpatías muy chéveres que le duran a uno para siempre.

FSH: Vos jugaste baloncesto durante muchos años ¿Habría similitudes entre el baloncesto y la literatura? Porque digamos que la figura del escritor es como la de un basquetbolista, que después de mucho esfuerzo logra “encestar” una buena historia.

GM: En eso tiene cosas muy parecidas y tiene otra cosa, no el basquetbol sino todo el deporte en general, que es la disciplina. No hay manera de uno alcanzar un nivel aceptable en el deporte sino es dándole duro, duro todos los días, todo el día. Y al igual -creo yo- es en la escritura, para poder escribir, hay que escribir diario, con mucha disciplina para al final hacer un texto que valga la pena. Entonces, en cuanto a la disciplina, sí tienen cosas muy parecidas y también que es muy competida la dinámica en la que se da. Es decir, uno tiene que vencerse primero, antes que nada, a uno mismo; y después a un contrincante. Digamos que en la literatura no es que uno esté compitiendo con alguien, sino que llegar a ser publicado, y que lo lea la gente, es un esfuerzo muy teso y requiere también haberle camellado muy duro.

FSH: ¿En qué equipo jugaste?

GM: No, pues en muchos. Pero así como los más importantes: jugué en la Selección Antioquia desde infantil hasta mayores y llegué a ser profesional, cuando en esa época que era el equipo de Los Paisas. Estuve en su nómina, jugué como un minuto en el profesional (risas).

Gilme Mesa – Autor de La Cuadra – Fotografo: Jose Rojo

FSH: La aparición más corta… (risas)

GM: Sí, además con otro amigo de esa época, recordamos y decimos que cuál Messi y cuál Ronaldo, nosotros fuimos los manes que más ganamos, en esa época nos pagaron $300.000 pesos por ¡un minuto que jugamos! (risas).

FSH: ¿En qué momento decidís que la escritura sería tu camino? Y digamos,  ¿hubo apoyo en tu casa o resistencia?

GM: No, eso ni fue tanto así. Yo empecé estudiando ingeniería química, me salí en quinto [semestre] porque no vi que por ahí fuera. Vagué un año pues estudiaba inglés, pero eso es lo mismo que vagar (risas); y después decidí que iba a estudiar una vaina que tuviera más que ver con toda la antípoda de la ingeniería.

Entonces terminé estudiando Filosofía sin saber muy bien qué era y allá sí fue como el punto teso de mi vida, porque conocí compañeros muy tesos, primero muy tesos porque habían leído mucho, porque sabían muchas cosas y fueron muy entrañables conmigo, y siguen siendo mis grandes amigos hasta hoy. Entonces yo, como por estar a la altura de ellos, empecé a leer, a cogerle amor a los libros, a todo esto; y ya estudiando me aficioné tanto a la literatura y a leer… supongo que eso nos pasa a todos, cuando uno empieza a querer y a consumir tanto una vaina llega el momento que cree que es capaz de hacerla, y ahí empecé a escribir cuentos y vi que era una buena manera de estar en el mundo, de uno nunca estar solo, de uno siempre estarse contando una historia, de buscarle la cuerda y darle la vuelta hasta que le quede más o menos decente. Eso fue a los 22 o 23 años, empecé a escribir y no [lo] he dejado nunca.

FSH: ¿De qué trataban esos primeros cuentos?

GM: Todos eran muy malos (risas), realmente sí. Eso es así, yo creo que cualquier cosa que usted haga al principio va muy a tientas, entonces uno prueba. Eran cuentos —de hecho, yo por ahí tengo muchos cuentos de esos— que emulaban a los escritores que a uno le gustaban, eran cuentos como medio de suspenso, muy a lo Cortázar. Eran cuentos muy terribles otros, como Edgar Allan Poe. Y así, hasta que empecé a escribir cuentos que tuvieran que ver con el barrio, con cosas de uno. Hice muchos basándome en la mitología que iba encontrando, la que más me gustara, la leyenda antioqueña. Hice cuentos, por ejemplo, sobre la niña a la carta, la patasola…

FSH: ¿Pero todos adaptados al barrio?

GM: Sí, algunos. Otros no, era lo que me iba saliendo. Yo entendí que era muy bacano escribir, que me gustaba y que era bacano uno dedicarle todo un día o una semana a buscarle la vuelta a una historia. No tenía mucha técnica, pero lo que sí he tenido toda la vida es mucha imaginación, entonces yo ponía esos cuentos como al servicio de una imaginación toda tesa…

FSH: ¿No terminaba siendo eso un juego? Es que hablar de la patasola en Aranjuez, el barrio en que creciste…

GM: Sí… cuando eso, había empezado a trabajar en una universidad a distancia, entonces yo daba clase en muchos municipios y me iba los fines de semana a dar clases… y allá escuchaba cosas que la gente contaba o había leído, por ejemplo del Mohán. Por esos días, en Vegachí, me inventé una vaina del Mohán en Vegachí todo parchado… (risas) y en Fredonia con las brujas y cosas así.

FSH: Hablabas ahora de Cortázar, de Edgar Allan Poe. ¿Pero qué otros escritores te formaron a vos como escritor?

GM: Yo creo que, si tuviera que decir los más renombrados, son Ernesto Sábato, Juan Rulfo. Pero los más importantes de todos: Mario Escobar Velásquez y Rubén Blades que, sin ser estrictamente un escritor de literatura, fue tal vez la más grande influencia en la manera en la que cuenta sus historias, que eran las historias que yo quería contar.

FSH: Es que de todas maneras hay un influjo literario muy fuerte en las canciones de él

GM: A mí me parece un literato que no escribe. Bueno, que no escribe literatura; pero me parece el literato total. “Maestra vida” es una novela larga, “Pedro Navajas” es un cuentazo y él tiene un cuento en segunda persona, que es uno de los más difíciles que hay en la manera de escribir: se llama G.D.B.D. y traduce Gente Despertando Bajo Dictaduras. Ese es un cuento que incluso lo lee mientras suena música de fondo. Él es un escritor del carajo y, es más, yo antes de pensar en literatura, antes de pensar que iba a estudiar [algo] que tuviera que ver con eso, antes de saber que me gustaba la literatura, yo era encantado con las historias de Rubén Blades y con la salsa en general, pero de Rubén Blades en particular. Me descrestaban las cosas que el man hacía y que hace todavía, el man tenía de todo.

FSH: ¿Pensaste en algún momento dedicarte a la música?

GM: Pues yo creo que toda mi vida esa va ser la gran frustración, ya pa’ la próxima vuelta, porque soy sordo y muy mal músico. Uno de mis grandes amigos de la universidad es un músico del carajo, otros de mis grandes amigos son los de AlcolirykoZ, que son remúsicos y todos han intentado como ‘venga y tin’. Marica, y yo no caigo, no me da la nota (risas). Entonces yo tengo el oído como una tapia, pero he sido refanático de la música y, si hay algo que he querido ser en la vida, es músico. Yo cambiaría cualquier cosa por haber sido músico, es el arte supremo.

Gilme Mesa – Autor de La Cuadra – Fotografo: Jose Rojo

FSH: A veces se habla de ese término del escritor de periferia. ¿A vos qué reacción te genera? ¿Te sientes identificado o te consideras un escritor a secas?

GM: Todas esas catalogaciones, catalogar a la gente, me parece muy bobo. Yo creo que en el arte hay dos formas de diferenciarla: el arte bien hecho y el arte mal hecho. Porque uno debe escribir sobre lo que quiera, entonces me parece cerrar muchas posibilidades [el hecho de] decir “este es un escritor de periferia, un escritor urbano”.

Yo hace nada terminé de escribir una novela sobre una vereda del municipio de Ituango que se llama La Granja, que es de la familia de mi mamá. No tiene nada que ver con el barrio y sigo siendo del barrio a ultranza, hasta la médula; pero uno escribe lo que le dé la gana. O sea, catalogar a alguien así, no. O como “este es un escritor de suspenso”. Habrá momentos en que uno sí desarrolla mejor una temática, tal vez por estar más cerca de ella, por conocerla mejor; pero yo creo que a ningún escritor que hayan catalogado de x o y manera él mismo se catalogara, él mismo diría: “yo solamente escribo y ya”.

FSH: ¿Cómo sientes que han sido narrados los barrios en la literatura y qué mirada han hecho otras expresiones como la música, el cine?

GM: Creo que la mejor forma de escribir los barrios en Medellín la ha tenido la música, quizás porque haya tenido una cantera muy fértil, porque muchos  músicos han sido de los barrios. Ahora, por ejemplo, AlcolirykoZ y el rap, lo que están haciendo con el barrio es una cosa maravillosa, es la mejor música que se está haciendo en Colombia para mí. Pero también hubo otras expresiones, como 1280 Almas en Bogotá. La música ha sido muy importante, en la literatura yo he visto que hay expresiones chéveres. Helí Ramírez es uno de los grandes poetas que ha dado cuenta del barrio, Juan José Hoyos lo hizo también muy acertadamente.

FSH: Inclusive escribió una novela sobre Aranjuez [Tuyo es mi corazón].

GM: Claro, es que yo hablo por esa sobre todo. [Luis Fernando] Macías también lo hizo con una novela que se llama Ganzúa, que es tremenda novela. Yo a los que he conocido creo que lo hacen de una manera muy respetuosa y muy certera en algunos casos, Helí Ramírez es súper certero en la definiciones que dio del barrio. Pero he visto algunos pocos que hablan del barrio como un sitio que no conocen muy bien…

FSH: ¿Una mirada idealizada?

GM: Sí, y muy desde afuera. Incluso haciendo énfasis en unas truculencias que no existen, pero son menos la verdad. Tal vez son más conocidos, pero son menos los que escriben así, que los que escriben de verdad y con el sentimiento puesto en el barrio.

FSH: Ya que hablabas de AlcolirykoZ, porque participaste en el disco reciente de ellos y apareces en un vídeo, Changó

GM: Son mis hermanos del alma. Ellos y Julián Gaviria, que dirige el vídeo, son mis hermanos. Yo los conozco desde niño, pero soy un poquito mayor que ellos. No fuimos amigos en la infancia, pero nos hicimos muy amigos ya grandes. Ellos fueron los primeros que leyeron La cuadra, de hecho; y empezó una vaina ahí como de admiración mutua que devino en una amistad muy poderosa entre nosotros, ya yo pa’ arriba y pa’ abajo con ellos. Voy a todos los conciertos, soy “la refan enamorada” de ellos; ellos van a todas las cosas mías y nos mantenemos pa’ arriba y pa’ abajo, en mi casa y en la de ellos. Es una amistad muy tesa.

Ya hablando de lo que están haciendo, no porque sean muy amigos míos —antes los admiraba mucho—, siento que tienen una visión muy honesta de la realidad contemporánea y creo que la tratan de una manera supremamente inteligente. Ahí si como decía Dante: “es la manera lo que me estremece”. Una canción como El salón de la injusticia me parece de lo más acertado que se está dando sobre la política hoy en día. Y bueno, todas las canciones de ellos me parecen la mejor música que se está haciendo no solo en Colombia, sino -me atrevería a decir- en Latinoamérica; junto con otros que también están haciendo cosas maravillosas. Ellos están en lo más alto y le dieron un viraje muy teso al rap. El rap era una música de gueto, con una temática eminentemente callejera, pero tratada de una manera muy desprolija. En cambio, estos manes sí lo hicieron a una altura literaria y musical.

FSH: Para los que nacimos y vivimos en un barrio popular, la relación que tenemos con él es de amor y odio, una cosa fluctuante. ¿Cómo es la tuya con Aranjuez?

GM: Siempre fue así. Es decir, el barrio me quitó cosas muy jodidas, pero me dio otras que ayudaron a conformarme. Aranjuez es la sangre en mis venas, yo hago parte de ese sitio y ese sitio hace parte de mí, ya una relación, un matrimonio pa’ siempre. Sirviéndonos del cine, un matrimonio no tiene momentos ni muy buenos ni muy malos, y yo he tenido los dos en el barrio, pero lo sigo queriendo mucho. Yo viviré allá por siempre. A menos que ocurra algo extraordinario, nunca me voy a ir de Aranjuez; y hasta después de muerto, que me echen tierra de Aranjuez en los bolsillos pa’ llevármelo. Yo lo quiero mucho,  en serio.

FSH: En un ambiente tan hostil, donde el ser humano muestra sus contrastes más fuertes, donde existe la violencia más dura y también la ternura más estremecedora ¿Cómo evitar los juicios y las idealizaciones al momento de escribir La Cuadra?

GM: Yo, la verdad, nunca he servido para juzgar. Creo que lo que uno tiene siempre que hacer es vivir, y la vida te presenta esas dos perspectivas siempre. Yo he encontrado, en gente supuestamente mala, sentimientos tan poderosos,  tan vitales, tan enormes; y lo contrario: también en gente que ha sido catalogada de muy buena gente, encuentro una bajezas y unas mezquindades  tremendas porque la vida es así. Los seres humanos somos contradictorios.

No sé, por el judeocristianismo de tantos años encima nos han vendido una idea de maniqueísmo de buenos y malos. [Pero] no, todas las personas tenemos una multitud… uno se levanta muy bien y en el día se vuelve un miserable o viceversa. Somos muy contradictorios y en uno conviven muchas cosas, eso es lo que he visto en todos los barrios. Creo que la diferencia realmente de los barrios populares con los otros es que, como nosotros nos criamos en la calle, uno entendió eso, lo vio en los vecinos, en los amigos, en la familia. En los otros tal vez no se ve mucho, no porque no exista, sino porque son tal vez de estar más encerrados. Supongo que en otra visión de un barrio que no sean tan callejeros como fuimos nosotros, tendrán historias internas muy poderosas donde se pueda hablar de lo mismo. No creo que sea una vaina del barrio, sino del ser humano. El ser humano es muy contradictorio.

FSH: Varios de los capítulos llevan por nombre el de los personajes de La Cuadra, ¿cómo fue precisamente la construcción de ellos? Y aunque retratas su complejidad, ¿hubo momentos donde los confrontaste o trataste de entenderlos?

GM: Más que confrontarlos, lo que trato siempre, en esta novela o en cualquier cosa que haya escrito, es ponerme en los zapatos del otro, de ver y explorar incluso esas complejidades mías a través de las voces de los personajes, por eso es muy teso y bacano escribir. Por ejemplo, un capítulo como el Chicle y El Calvo, obvio es un capítulo inventado, porque yo nada más sabía que había dos amigos que se llamaban así y después con el tiempo apareció un chisme de que el uno había matado al otro; el resto del capítulo son todas las cosas que yo pienso del barrio, que yo siento del barrio, la música que escuché, los amigos que tuve, el amor que siento por esos amigos, por los que uno es capaz de jugarse y darse la vida. Todo eso está puesto en esos personajes, tratando de entender qué lo puede llevar a uno a matar a un amigo de toda la vida, y así pasa con todos. Las maldades que uno tiene, las he puesto en otros personajes, el amor que uno tiene se lo pongo a otro. Es decir, escribir es eso, recrear ese montón de personajes que tiene uno adentro y que es uno también en el fondo.

FSH: Llama la atención que los párrafos de la novela sean tan largos, ¿fue más un asunto estilístico, expresivo o práctico?

GM: Nada, yo sí me planteé eso en algún momento cuando vi que me estaban quedando muy largos y pensé darles una estructura para que fueran más digeribles. Después dije “¿Pero por qué? Si estoy contando un cuento”. Y cuando uno piensa [que] en un cuento no hay tantos puntos apartes, no hay tantos puntos y comas, no. Uno se va en una chorrera y lo que hace es que el ritmo en el que esté contando, hace que el otro le pare o no bolas y que sea bacano escuchar un cuento o no. Entonces lo dejé así, porque es más la manera en la que se contaban los cuentos antes, como a mí me contaba los cuentos mi mamá de lo que fue su familia, como me contaban los cuentos los parceros en la esquina. Quise que quedara con ese ritmo.

FSH: El tiempo en La Cuadra uno lo percibe circular, ¿vos creés que sea una metáfora de lo cíclica que desgraciadamente es la violencia en esta ciudad?

GM: Pues mirá, esa sí es otra cosa que me parece maravillosa de la literatura y es que uno escribe una vaina y la gente lee un montón de vainas, entonces cada rato me van dando datos como esos y yo digo: “ah, vea… bien” (risas).  Es más, yo no quise hacer una metáfora de nada. Lo que sí he tenido claro siempre es que una cuadra, una familia, uno mismo, es producto de lo que ha sido la historia de este país. Obvio, cuando estoy hablando de una cuadra, estoy hablando de este país, de la violencia de este país, de todo. Pongámoslo así: una cosa tan simple como pegarle a una mujer, el man no le está pegando a la mujer, es toda una sociedad que está haciendo estas vainas. Yo ayer estuve arreglando la moto en un taller, por ejemplo, y escuché a los mecánicos hablando y uno le decía al otro con una naturalidad: ‘’’Ome, ¿cómo es que le pego una patadita a la mujer mía y esta hijueputa me echa los tombos?”, y decía yo: “ay, marica”. Nosotros tenemos esto ya interiorizado y naturalizado.  Entonces, por eso te digo: hasta las historias más mínimas son en realidad el reflejo de todo lo que está pasando en esta sociedad

Gilme Mesa – Autor de La Cuadra – Fotografo: Jose Rojo

FSH: Uno siente, y volvemos a la música, que en La Cuadra hay un fuerte influjo musical, lee algunos apartes y siente que está escuchando una canción de Rubén Blades, Héctor Lavoe, Pink Floyd, Mutantex…

GM: Bueno, me estás dando un nivel muy alto (risas), pero bueno.

FSH: Bueno, pero la música incluso aparece como una alternativa para uno de los personajes, aunque al final termina arrojado a la droga. ¿Qué tanto la música fue una opción para los jóvenes en Aranjuez y para el resto de los jóvenes en esa época tan dura?

GM: En esa época era muy difícil. Yo conocí una guitarra de verdad, que es el instrumento más doméstico de todos, cuando tenía 16 años. Antes la había visto en fotos. Nosotros no teníamos acceso a hacer música, es lo que quiero decir. Por eso me parecen tan valiosas todas esas escuelas de música que hay hoy en día y que sean apoyadas, [aunque] hoy les rebajaron el presupuesto por comprarse un helicóptero. Pero bueno, estamos en esta ciudad, ¿cierto? Me parecía muy importante por eso, porque si uno aprende a tocar un instrumento, hacer música, no creo que esté muy seducido por la esquina.

Pero nosotros no tuvimos esas posibilidades. Sí consumíamos mucha música, la música siempre estaba presente: mi mamá escuchaba música plancha y mi papá era un tanguero, en la calle éramos salserísimos hasta la muerte. Ya después más grandecitos, salieron amigos muy punkeros, muy rockeros, entonces la música suplió las historias que uno necesitaba en el crecimiento. A otra gente les leían un cuento antes de dormir, nosotros nos dormíamos escuchando Latina Estéreo. La idea de uno tener esas narraciones al lado, a toda hora, es eminentemente en el barrio popular musical: todos nos sabemos las canciones de diciembre, uno las escucha desde ya y siente el sabor a diciembre. Es decir, ahí está, siempre ha estado orbitando alrededor del crecimiento de uno en un barrio. Aunque a veces incomoda y jode, la gente en el barrio pone música y amanece, uno es putisimo pero ya se sabe todas las canciones. Uno tiene una banda sonora de las amanecidas de los vecinos borrachos, eso es muy teso. Entonces eso está ahí y para el crecimiento de uno es fundamental. Yo, de hecho, no me puedo pensar la vida mía sin música y sin ese tipo de músicas.

FSH: Pasaron 25 años para que escribieras La cuadra. ¿Qué pasó en vos durante ese tiempo y cómo fuiste construyendo la historia?

GM: ¿Qué pasó? La vida, ¿cierto? (risas). Crecí, me puse a jugar basquetbol, después me eduqué en una universidad -o bueno, una parte de la educación, porque la otra estaba en la calle- Fui creciendo y mirando esa historia que siempre tenía en la cabeza con otros ojos. Yo creo que a esa historia la pasé por todos los niveles que uno la pueda pasar, pasé desde la rabia y la tristeza infinita, hasta intentar comprender las cosas, el desespero y hasta que la escribí (risas). Eso fue lo que pasó con esa historia durante esos 25 años que fui creciendo.

FSH: ¿Por qué en primera persona?

GM: Eso sí fue una vaina muy axiológica que yo me planteé. Lo primero que escribí de esa novela fue Kokorico y empecé a hacerlo como un cuento porque, como te dije ahora, yo escribía cuento y tenía cierto temor a la novela, me parecía muy grande, muy inabordable. Ya cuando iba por la mitad, decidí que bueno, vamos a tirarnos para ver si nos da pa’ una novela.

Sin embargo, cuando terminé ese capítulo, todavía podía tomar una decisión muy importante, y era si seguía haciéndolo en primera persona o en tercera persona; sobre todo cuando empecé con El revolión, que me parece una historia tan jodida. Ahí fue que me planteé que debía escribir esto en primera persona, porque era la manera en que pensaba que me tenía que hacer cargo de una historia que estaba ahí flotando y era parte del inconsciente colectivo, pero que ha sido normalizada y naturalizada en todas partes y no se habla mucho de ella. Yo dije: “si la cuento en tercera persona, es quitarle la sangre, la mierda, el barro, las cosas horribles que tiene esa historia. En cambio si la hago en primera persona, es más tesa”, y ahí fue que tomé la decisión. Ya después vi que era mejor hacer toda la novela en primera persona, aunque eso me ha traído un poco de vainas, de que mucha gente cree que el narrador soy yo (risas), entonces me indagan: “¿usted sí hizo esto?”… pero yo creo que no lo hice tan mal si la gente cree que soy yo.

FSH: Voy a leer un fragmento de La cuadra que en lo personal me resultó muy conmovedor: “Quiso la muerte que me doliera como propia la cicatriz ajena y quiso el destino ensancharme la piel para que cupieran conmigo en el cuerpo los cuerpos de mis amigos y enemigos, que sus temores, sus odios, sus transgresiones, sus quereres, sus pensares y hasta ternuras fueran también las mías”. ¿Para vos escribir La Cuadra fue un proceso de duelo, memoria o catarsis?

GM: Yo creo que de todo un poco, aunque la de catarsis no tanto porque, digamos, la catarsis sirve para uno no sufrir más por eso y a mí la tristeza por la muerte de mi hermano, y por esa vaina de la infancia y la adolescencia tan negra que vivió esta ciudad, no se me ha quitado ni se me va quitar. Creo que esa suerte, digamos, ya no es tanto una tristeza tan profunda, sino una melancolía reposada. Esa melancolía creo que es la que me hace seguir escribiendo. Además, no quiero que se me quite nunca, porque eso es lo que lo sostiene a uno y le da un sustento vital. Entonces, por ese lado, no hubo una catarsis; pero sí fue un proceso de recordar.

Yo ahora estoy escribiendo una novela y metí una frase que viene muy al caso pa’ esto: “nos pasamos la mitad del resto de la poca vida que nos queda, recordando la mitad que ya vivimos”. Yo me emborracho con los amigos por la casa y llevamos 20 años contándonos las mismas historias, en estos días le dije a esos manes: “Oíste, marica, ¿es que nosotros en estos 20 años no hemos vivido más nada o qué? (risas) No nos contamos sino las mismas historias, empecemos a contarnos las que hemos vivido en estos últimos 20 años”, entonces uno realmente es carne de recuerdos.

FSH: Partiendo de que esta Fiesta del Libro está dedicada a la memoria, y que la charla se llama “memoria para el desarraigo”, ¿podría decirse que La Cuadra es una memoria de eso o de lo cotidiano?

GM: Sí, yo incluso hablé con esta pelada con que la que voy a estar [Dulce María Ramos, periodista cultural y moderadora de la charla que se realizó el domingo 9 de septiembre]. Ella me llamó también para hacerme una entrevista y le dije que yo creo que la verdadera patria de uno es la infancia y, extendiéndola un poco, a la adolescencia. Eso lo marca tanto a uno, que toda la vida se pasa buscando esos momentos que vivió ahí, por una cosa que creo que es muy tesa y que apenas ahora me estoy dando cuenta, y es porque uno  en esa época sí era feliz, pero no sabía; entonces toda la vida se ha pasado buscando esa felicidad que tuvo. Y cuando la tuvo y la perdió, no se dio cuenta de que era la felicidad y ahora se la pasa buscando.

Yo creo que esa patria es la que uno extraña de verdad, no creo que si uno se va de aquí empiece a extrañar otra cosa distinta a esa comunión que tuvo con ese momento y eso le pasa a uno incluso sin irse. Por eso yo hablaba con ella y le decía que sí hay un desarraigo muy teso con la infancia y la adolescencia, uno siempre extraña mucho eso. Por eso se acuerda tanto de esa época, los olores, las canciones, todas las vainas que le pasaron a uno.

FSH: ¿Crees, como dijo el compañero Lavoe [señalo el afiche del Cantante], “que la calle está dura, pero ya cambiará”?

GM: Sí, claro. Es que la calle siempre ha estado dura, pero la calle es una maravilla (risas). La calle es la que nos alimenta, la que nos ha hecho ser lo que somos. Yo aprendí mucho más en la calle que cualquier cosa, yo a la calle le debo la fidelidad que le tengo a las cosas que quiero, por ejemplo; y que sea capaz de jugarme la vida por las cosas que quiero, por la familia, por los amigos, por todas las vainas. Entonces una cosa no quita la otra, yo creo que la calle va seguir siendo dura, la calle es dura en una ciudad como Medellín, que tiene dientes filosos y muerde al que se descuide; pero también tiene unas cosas maravillosas. Creo que uno tiene que aprender a vivir así.

FSH: ¿Te ha sorprendido el éxito repentino de La Cuadra?

GM: Sí, claro. Escribir es un ejercicio muy solitario, donde uno se la pasa como medio paila; y que después las historias de uno, que uno tenía pa’ uno solo, tengan eco en otra gente, eso a mí no solo me sorprende, sino que me conmueve mucho. Estuve en Cartagena en el Hay Festival y una señora se me acercó llorando, [diciéndome] que ese libro la había acompañado con la pérdida de su hijo. Marica, yo casi me pongo a llorar con ella, porque en serio esa es una cosa que yo escribí en Aranjuez, encerrado en mi casa. Y que eso, de alguna manera, sirviera para consolar a esta señora… ¡Puta madre, eso es muy teso! Yo siempre he creído que lo único que sí nos emparenta como humanos es el dolor. Entonces, que una persona amaine un poco el dolor que tiene por una vaina que uno escribió, pa’ mí eso ya valió la pena. Todo en la vida, valió la pena haber vivido esta vida.