Filbo

Ingrid Betancourt en Colombia: “me he sentido muy en paz”

27 / 04 / 2018

Ingrid Betancourt, invitada especial a la FILBo, habló de literatura, de sus libros, de teología y reconciliación. Una entrevista que fue más conversación.

El regreso

A las 2:00 de la madrugada del 20 de abril de 2018, mientras en Bogotá muchos dormían o trataban de conciliar el sueño, Ingrid Betancourt llegaba a la capital colombiana en un vuelo procedente de Francia. Hace dos años que no regresaba a Colombia y, aunque el suyo no sería un viaje de descanso, no dejaría de darse un respiro, estar con los suyos y reflexionar.

Invitada especial en la Feria Internacional del Libro de Bogotá (FILBo) 2018, tendría, como una personalidad de su magnitud, una agenda ocupada: el domingo 22, conversaría con el historiador Jorge Orlando Melo sobre la guerra y la paz en Colombia, partiendo del dolor acumulado en sus seis años de cautiverio y cómo lo superó tras su muy resonante liberación; una charla con la escritora Carolina Sanín – titulada de forma sugerente Lo personal y lo político – a realizarse el martes 24 de abril, en el auditorio Ernesto Bein del Gimnasio Moderno; y, para cerrar su participación en la FILBo, el sábado 28 de abril, en el auditorio José Asunción Silva a las 5:00 PM, participaría con el escritor Santiago Gamboa en el conversatorio La fe por encima del duelo, en el que hablaría de cómo la fe le ayudó a vencer el miedo y la violencia, aparte de cómo la escogió como una alternativa frente a la deshumanización, tan propia de la guerra y sus nefastas dinámicas.

Ingrid Betancourt, en entrevista para medios.

Pero la agenda de la politóloga, excandidata a la Presidencia de la República, exrepresentante en la Cámara, exsenadora y escritora, no solo se limitaría a la tercera feria del libro más importante de América Latina; también atendería compromisos más personales, como la celebración de los 100 años del nacimiento de su padre, Gabriel Betancourt — ministro de educación durante el gobierno del Gustavo Rojas Pinilla y fundador del ICETEX, quien falleció un mes después de que a su hija la secuestraran las FARC en 2002, cuando se dirigía a San Vicente del Caguán (antigua zona de despeje) días después de suspenderse las fallidas negociaciones de paz que con esa guerrilla adelantaba el gobierno del entonces presidente Andrés Pastrana — y el sexagésimo aniversario de los hogares infantiles creados por su madre, Yolanda Pulecio.

Lógicamente, su estadía en el país no pasaría inadvertida para la prensa, que quería preguntarle por cómo la fe y la reconciliación le han ayudado a rehacer su andar. Y bueno, también preguntarle por lo que piensa del proceso de paz y su crisis, la polarización en la actual campaña electoral, la captura del excomandante y exnegociador de las FARC, Jesús Santrich, por narcotráfico; y demás temas coyunturales del macondiano acontecer nacional.

Justo el mismo día en que llegó a Bogotá, Ingrid concedería entrevistas. Muchas entrevistas. Desde días antes, los medios internacionales, nacionales y regionales que la entrevistarían ya estaban en la lista de espera, con el tiempo preciso y las preguntas bajo la manga. Ni más, ni menos. El cansancio que tenía no se comparaba con sus 11 horas de vuelo. Sin embargo, ella mantendría disposición para responder las preguntas de los periodistas. Con voz sosegada, eso sí — muy distinta a la de sus años como congresista, cuando no dejaba títere con cabeza —. Aunque no por ello despojaría de carácter a sus palabras.

El lugar donde atendería a la prensa no podía ser más simbólico: el Club El Nogal (norte de Bogotá), escenario de un brutal atentado con carro bomba perpetrado por las FARC el viernes 7 de febrero de 2003, cuando ella cumplía el primer año de su largo secuestro. 36 muertos y 198 heridos fue el saldo de aquella noche que aún resulta dolorosa en el recuerdo de muchos. Justo 15 años después, estaba Ingrid en El Nogal, un viernes. Ella, víctima del conflicto armado, esperaba a unos periodistas en un lujoso club sacudido por el terror. Las coincidencias a veces se pasan de caprichosas.

Ingrid Betancourt en entrevista para medios.

Al Salón Oslo del Nogal fueron conducidos los periodistas, entre ellos quien escribe estas palabras y que haría la entrevista junto a Javier Restrepo, jefe de redacción del periódico El Mundo de Medellín. De 3:20 a 3:50 PM estaba programado su encuentro con Ingrid, pero este sólo pudo darse hasta pasadas las 4:00 PM, dado que ella había almorzado con su madre y las dos conversaron por varios minutos, retrasando la entrevista que antes tenía para El País de Cali y una corta sesión de fotos.

Javier y su colega de Medellín no tuvieron más opción que ir a la sala de espera. Se sentaron en un cómodo sofá, aunque los minutos que corrían los hicieron sentir incómodos. Y nerviosos, además. Tenían las preguntas preparadas, pero no sabían con qué Ingrid se encontrarían una vez entraran al Salón. Tampoco sabían cómo los recibiría, mucho menos si reaccionaría bien a sus preguntas. ¿Qué pasaría? Nada sabían, y cualquier suposición de ellos habría sido innecesaria, como un cenicero en una casa sin fumadores.

Por momentos parecía que el silencio se hubiera sentado en uno de los sofás de la sala de espera porque, a excepción del rápido teclear de un ejecutivo en su portátil y una conversación a media voz (de la que salían unas cuantas risas), no se escuchaba más nada en el club. Ni siquiera la galería de arte que había al fondo, las pinturas de Ignacio Gómez Jaramillo colgadas en las paredes o el tapete dorado de Olga Amaral que se veía desde el balcón (exquisito e imponente), pudieron darle al joven periodista un poco de sosiego, así fuera estético. Tanta belleza llegó a abrumarlo, incluso.

Los dos vieron la hora, luego gente yendo de un lado a otro. El momento había llegado, Ingrid ya estaba lista. Se acercaron a la entrada del salón, donde los recibió su asistente, con quien conversaron algunos detalles del itinerario de la excandidata presidencial en la ciudad. La conversación no fue extensa, porque en menos de lo que creían ya les estaban haciendo señas para que entraran. De los nervios pasaron a la expectativa, que no pudieron ocultar ni siquiera con sus suaves pasos.

Una conversación más que entrevista

Ingrid Betancourt en entrevista para medios.

Cuando la puerta se cerró, encontraron a Ingrid Betancourt sentada en un sofá lila y delante de un ramo de margaritas rojas, con las manos cruzadas, sobriamente vestida (camisa beige de cuello alto, pantalón negro, aretes de perlas, rostro sutilmente maquillado) y serenidad en la mirada. Se paró, con una sonrisa los recibió y, por momentos, era inevitable pensar en aquella mujer que vivió todos los dolores imaginados e inimaginables, pero que hoy se mostraba tranquila, en paz consigo misma y con todos; a pesar de la suspicacia, las críticas y los resentimientos que recibió.

Había perdido toda mi libertad y, con ella, todo cuanto me importaba. Alejada de la fuerza de mis hijos, de mi madre, de mi vida y de mis sueños; con el cuello encadenado a un árbol… en condiciones de la más infame humillación conservaba, no obstante, la más preciosa de las libertades, que nadie podría arrebatarme jamás: la de decidir quién quería ser”. Estas palabras suyas son la sinopsis de No hay silencio que termine, las memorias de su secuestro que escribió como catarsis.

Han pasado ocho años después de su publicación e Ingrid sigue siendo quien quiere ser. Lectora avezada, estudia Teología y Griego Antiguo en la Universidad de Oxford. En 2014, publicó La línea azul, su primera novela de ficción que narra una historia de amor ambientada en la dictadura militar en Argentina y sazonada con la Teología de la Liberación, tema que ha estudiado apasionadamente; y viaja por el mundo para contar su experiencia e invitar, a quienes la escuchan, a no dejarse dominar por el odio y la deshumanización.

De todo esto conversó con los periodistas de Medellín que la escucharon atentos, la miraron a los ojos y también a sus manos, que no dejaron de moverse a medida que hilaba cada palabra con paciencia. Por momentos, parecía la directora de una orquesta, aunque reposaba las manos sobre su regazo quizás para transmitir paz; la que sintió apenas pisó suelo colombiano.

Acá inicia esta entrevista, que fue más conversación. O bien, quien la lea dará su veredicto.

***

¿Cómo le ha ayudado la escritura a sanar las heridas que le han dejado las difíciles experiencias que ha tenido que afrontar?

Yo creo que uno sana las heridas de mil maneras ¿no? Lo más importante es estar rodeado de la gente que uno ama, pero yo creo que el mérito de la literatura es poder transformar ese dolor, esa experiencia negativa, en una experiencia de luz, positiva; transformar lo que se vivió en conocimiento que le pueda ser útil a otros. Entonces, creo que ese esfuerzo le reivindica a uno el tiempo doloroso, le hace a uno sentir que lo que uno vivió no fue en vano, y yo creo que permite cambiar esa experiencia traumática en algo que fortalece.

Yo creo, realmente, que el poder compartir con los demás le ayuda a uno a transformar una experiencia en conocimiento.

Y entre los libros leídos, ¿cuáles le han “salvado la vida”?

Hay uno, obviamente, que es el de Primo Levi (Si esto es un hombre, 1947), que es la narración de un hombre que vivió en un campo de concentración y es una manera muy humana [el] cómo logra salir de ese horror y transmitirlo al mundo, eso fue importante.

Pero hay libros que me han ayudado, digamos, en la reflexión. Ahora, a mí me gusta mucho la literatura, me gusta leer autores que son un poquito controversiales, hay uno en Francia que se llama [Michael] Houellebecq que es muy negativo, una cosa como muy negra; pero que sí le abre a uno los ojos sobre cosas que son esenciales, pero [sic]  que uno no ve y le parecen como normales.Es como aprender a mirar el mundo con ojos despiertos y también aprender a maravillarse de lo que nos trae la vida. Entonces la literatura da eso.

Su más reciente libro, La línea azul, cuenta una historia de amor enmarcada en la dictadura argentina. ¿A qué se debe ese interés en un período tan complejo de ese país?

Me interesó poder hablar de un país diferente al nuestro, para poder hablar de cosas que nos sucedieron a nosotros. Me interesaba también mostrar una situación en la cual hechos muy difíciles como la tortura y, bueno, lo que sucedió en Argentina, que fue terrible, pues sucedieron con una ideología de extrema derecha. Y lo que yo quería era un poco reflexionar sobre el hecho de que la locura del humano, cuando el ser humano traspasa las fronteras de lo aceptable y se vuelve cruel para el otro, eso se viste de cualquier ideología, eso puede ser extrema izquierda, como el caso de Camboya o los campos de prisioneros en la Unión Soviética en los tiempos de Stalin, en fin; o de extrema derecha, como en Argentina. Y me parece que eso es importante, porque la reflexión a la que esto me ha llevado es a tener como una especie de prevención frente a todo lo que es doctrinario, creo que los seres humanos estamos en un momento de nuestra evolución en que tenemos que tomar con mucha cautela [de] lo que son las ideologías y las doctrinas. Tenemos que llegar a una madurez del pensamiento en que podamos ser libres, sentirnos cómodos con ideas de diferentes o que parecen venir de diferentes ideologías, sin que por ello le pongan un rótulo.

A uno, por ejemplo, le puede apasionar la justicia social y eso no implica que uno sea comunista. O a uno le puede apasionar el hecho de que haya prosperidad a través de la creación de riqueza en términos de una estructura en la cual la sociedad reparte y distribuye la riqueza sin que eso sea necesariamente un concepto socialista. Y hoy en día vemos países que están sacando un poco de todas esas recetas, lo que le conviene; y un poquito lo que hay en Francia en este momento es eso, que a mí me parece que nos debe llamar a reflexionar. Es decir, el presidente de Francia hoy día coge cosas de la izquierda, cosas de la derecha y está transformando a Francia de una manera libre, sacándose un poquito de esas armazones en las que lo quieren a uno encapsular con algún rótulo y terminan limitando la posibilidad de hacer cosas; entonces me gustaría que esa fuera un poco la reflexión en Colombia, que pudiéramos salir, liberarnos de las doctrinas.

Usted venía de hacer literatura testimonial, ¿por qué este salto a la ficción?

Hay un momento en la literatura testimonial que se agota y es el pudor. Hay ciertas cosas que uno no puede contar, cosas que uno no se siente tampoco con… [sic] es decir, que sabe que tendría beneficio compartirlas, pero que no quiere uno asumirlas en cabeza propia. Y la literatura da la posibilidad de liberarse y de crear un mundo en el cual uno puede mezclar la ficción con lo real, y puede uno tocar temas que son muy sensibles y que llegan al lector sin el peso de una vida vivida; sino con la posibilidad de sentir que hay una libertad de pensar lo que uno quiera sobre lo que se está contando.

Usted está estudiando teología . ¿Cómo ha sido la experiencia y cómo le ha ayudado a sobrellevar lo vivido?

La teología para mí ha sido descubrir un mundo extraordinario. Obviamente es una reflexión sobre preguntas esenciales: quiénes somos, a dónde vamos, de dónde venimos; es nuestra relación con algo que sentimos en nosotros que puede ser trascendental. Y más allá de eso está la reflexión como cristiana y como católica, que a mí me ha dado respuestas a preguntas que yo necesitaba resolver y que, en la educación que yo había tenido, no se me habían facilitado.

Pero esa teología también da un marco crítico, porque la teología obliga también a repensar el mundo en el cual estamos, y a ser críticos con lo que vemos, y a entender de una manera espiritual cosas como la política. La política es una actividad humana esencial, en la cual nos organizamos para crear el mejor de los mundos. Y nuestra responsabilidad, obviamente, no puede ser simplemente en el corto plazo. Es decir, nosotros tenemos que asumir una responsabilidad que es mucho mayor que el alcance de nuestra vida y de nuestro espacio, entonces yo creo que la teología permite mirar quienes somos en relación con la expectativa que tenemos, en el caso del catolicismo, de ese mundo, de ese reino de Dios, y que realmente estamos convocados a comenzar a hacerlo acá, con la palabra. La palabra es muy importante, de hecho. Dios comunica a través de las palabras. Es decir, el tema de la palabra, el tema de la relación con el otro, toda la reflexión sobre la percepción del otro como un igual a mí y, por lo tanto, la necesidad de respeto y de dignificación de la persona que no piensa como yo, o de la otra persona que ha sido, digamos, enemigo o contraparte.

Entonces son reflexiones obviamente teológicas, pero también muy filosóficas, que ayudan a enmarcar la vida, que le permiten a uno andar más tranquilo por el mundo, entendiendo que las relaciones que uno tiene son fundamentales, y darle importancia a cosas que uno no consideraba como importantes antes. Yo creo que es como si le pusieran a uno unos lentes, puede ver uno mejor.

¿No es un poco paradójico que en Colombia, que es considerado uno de los países más católicos de Latinoamérica, esas cosas que usted dice aparentemente la gente del común no las ponga en práctica?

Sí. Y al mismo tiempo, el colombiano tiene una tradición social de una riqueza extraordinaria. Es decir, la solidaridad de familia y entre amigos, esas relaciones humanas que nosotros como colombianos sabemos formar – y que, de hecho, nos nutren y que nos hacen sentir especiales, que son nuestro equilibrio, que son nuestra felicidad, las personas con las cuales podemos compartir momentos de risa, de recreo – eso está profundamente ligado con una valoración del ser humano que es cristiana. Uno ve en el mundo sociedades en las cuales no hay ese vínculo familiar, en las cuales las personas envejecen solas y a las encuentran muertas en el apartamento y nadie se da cuenta. Eso es algo que no sucede en Colombia, aquí la gente vive con la gente.

Yo creo que los colombianos, cuando hablamos – por ejemplo – del rebusque, estamos contando con el otro para salir adelante y estamos encontrando las fórmulas.

Yo quiero contarles algo que viví: cuando yo estaba haciendo política en Colombia, esto hace ya muchos años, yo iba mucho a los barrios del sur de Bogotá y ahí llegaba mucha gente desplazada por la violencia. Y lo que a mí siempre me llamó la atención es que en esos barrios donde las necesidades eran todas – la necesidad de luz, de alcantarillado, las casas eran hechas con material de reciclaje, etcétera- esos hogares que formaban en esos ambientes tan empobrecidos, eran esos hogares los que cumplían una función que tenía que cumplir el estado, que era la de acoger a esas familias que llegaban de la periferia y del campo desplazadas por la violencia.

Entonces, yo creo en la bondad de los colombianos. Yo lo he visto, es algo que es para mí comprobado. Hemos tenido experiencias desastrosas como el narcotráfico, la corrupción, que han – digamos – roto nuestro tejido social; pero yo creo que lo podemos volver a recomponer.

En ese orden de ideas, ¿qué le despierta a usted la fe? ¿Qué la ayuda a usted a mantenerse fuerte?

Bueno, la fe para mí fue una revelación. Hacía parte de una familia con unas raíces católicas fuertes y practicantes; pero yo era escéptica, la verdad. La religión no me interesaba para nada y los ritos me parecían que no… [sic] es decir, no veía la necesidad de seguir los ritos de la tradición católica. Pero es verdad que la experiencia de la selva – de hecho de todas las cosas difíciles que viví – me trajo algo que fue extraordinario en una manera muy individual, que es la certeza de Dios. Difícil de explicar, no puedo explicarles el asunto. Lo único que puedo dar es testimonio de esto y eso obliga a un cambio en mil cosas.

La Feria del Libro tiene las emociones dentro de su eje temático. ¿Cuál es su emoción hoy, estando de nuevo en suelo colombiano?

Bueno, debo decir que me he sentido muy en paz. He sentido que la gente está… [sic] hay otra vibración. Cuando yo vine en los años pasados, sentía como una angustia, una inquietud, una febrilidad en el aire. Yo siento que hoy en día la gente se queja: sí, se queja mucho; pero no siento la angustia que se me transmitía. Siento que la gente está tranquila, las preocupaciones son preocupaciones manejables, la gente está aprendiendo a vivir normalmente. Es decir, yo creo que estamos pasando por un periodo interesante, que es destraumatizarnos, aprender a leer un periódico sin que la foto de primera página sea de cuerpos descuartizados. Nos estamos descontaminando, esa es la sensación que tengo.

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El resto de la entrevista giró alrededor de la reconciliación, otro de los temas que abordará Ingrid en sus conversatorios en la FILBo. Para ella, Colombia sí está en dicha vía, y puso como ejemplo al proceso de paz que, pese a sus aciertos y desaciertos, quitó de la mesa el tema de la guerra por otros igual de apremiantes, como la inseguridad o la corrupción. Es una muestra de madurez, según ella; pero insistió en que la reconciliación debe empezar por nosotros mismos, para que pueda darse con quienes están a nuestro alrededor. No es un camino fácil, lo saben ella y muchos otros; pero los primeros pasos ya se han dado. O por lo menos, así lo cree.

Y hablando de caminos, la entrevista terminó con una pregunta quizás de rigor, pero que dio luces de los futuros planes de Ingrid, o por lo menos de la libertad con que vivirá sus días venideros, como colombiana y ciudadana del mundo:

¿Usted ha contemplado volver a la política, o piensa quedarse en la academia o en la escritura?

Yo estoy en un momento de mi vida donde siento una libertad muy grande y le doy gracias a Dios por eso, porque realmente creo que es el yin y el yang. Después de haberlo perdido todo, ahora tengo una inmensa libertad, libertad para decir lo que pienso, libertad para ir donde quiero, libertad para [ver a] quien quiero ver y, obviamente, libertad también para sentir, en mí, que quiero estar activa y servir; eso es algo que tengo claro.

Ahora, servir en Colombia: sí, ¿por qué no? Volver a Colombia, ¿por qué no? ¿Pero por qué no servir en otros países? Yo creo que somos ciudadanos del mundo y, donde uno pueda ser útil, hay que ser útil; y donde uno pueda aportar, hay que aportar. Yo siempre seré colombiana, también seré francesa, es parte de lo que soy, son cosas que no puedo negar; pero vamos a ver lo que la vida trae. En todo caso, estoy abierta a todo.

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A las 5:00 PM, la entrevista llegó a su fin. “Muy bien”, dijeron Javier y su colega; y acto seguido, le pidieron a Ingrid que posara para unas fotos, relajada, como si ellos no estuvieran en el salón; aunque no dejó de hablarles. El obturador sonó varias veces, y al final se tomaron una foto grupal para inmortalizar esta conversación. Luego, el estrechón de manos, los “muchas gracias” y “hasta luego” con que se despidieron. La puerta que se abrió y otro periodista que entró al instante, saludando de tú a tú a su ilustre entrevistada.

Los dos periodistas se marcharon, pero cuando iban a tomar el ascensor, algo los detuvo. “Dejaste la cámara”, le dijo Javier, mirando el celular, a su colega; quien apuró el paso para recuperarla. Agitado, llegó al salón y, cuando la encargada de la agenda de Ingrid se la entregó sonriente, pudo respirar tranquilo. Aún abrumado por lo todo lo que había vivido en 30 minutos, casi se pierde buscando el ascensor; y cuando pasó por el Salón (que estaba a puerta cerrada), volvió a escuchar la voz de una mujer que se ha reconciliado con la vida.

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*Para la realización de esta entrevista se contó con la colaboración especial de Javier Restrepo González, jefe de redacción del periódico El Mundo.

 

*Foto de portada de Carlos Cáceres. Feria Internacional del Libro de Bogotá.