Mancha negra y furia

Pensando el suicidio como si de autoayuda se tratara

14 / 12 / 2018

Sin embargo, no se puede olvidar que cada vez que piensas en levantar la mano contra tu propia humanidad, el mundo tiembla y la vida lamenta no poder dar otro paso contigo en ella si lo llevas a cabo.

Junto a la bestia

a la caza me lanzo,

y con naturalidad mi cuerpo

da la bienvenida a la muerte.

Andrés Felipe Marín

Ya no “tendremos” que vivir,

sino que “podremos” no vivir.

Jean Améry

Al irme

no sé lo que encontraré

ni lo que he dejado atrás.

Rush

Los procesos en la vida de las personas son individuales; cada quién debe afrontar su camino. Hacerlo, quiero decir. Hay sueños que siempre están latentes y se pueden realizar, pero eso no significa que la vida esté resuelta 0 que hayamos cumplido: ella sigue y uno con ella mientras se esté viviendo, sea cual sea la manera que se haya elegido para hacerlo.

Si tienes identificado un sueño que piensas irrefrenable, no te angusties si no se hace presente, efectivo; llegará si es lo que te corresponde. Si lo intentas y pones tu empeño, claro está. Más hay que tener paciencia, mucha paciencia… la prisa no ayuda para nada.  A fin de cuentas, si ha de volverse realidad lo que estás soñando, se hará realidad. Y no olvides que es un deber hacerlo de la mejor manera, no porque los demás te lo exijan, sino porque es la única forma de no mentirte en lo que haces.

Eso sí, ten presente que tu elección debe ser natural, honesta, verdadera: una elección que te lleve a la vida presentida, esa vida indiscutible e irrefrenable para tu crecimiento y —en lo posible— para el crecimiento general. Una vida pensada bajo el carácter de una sana convivencia contigo mismo, con los demás y el entorno, siempre será bienvenida. Ve lento, en todo caso. Hay que ir con calma siempre que se pueda. Saber de qué depende y de qué se trata, hará que el camino sea más fácil y más tranquilo, por supuesto.

Ir paso a paso para evitar el sufrimiento ante cualquier tipo de fracaso o inconveniente, atentos y con una imperturbabilidad amorosa, es recomendable. Es una ley a la que la vida nos obliga, siempre y cuando queramos llegar hasta sus más profundas posibilidades. Esto no significa quedarse y esperar, estarse sentados e impávidos como si fuésemos una fotografía o la estatua de sal de algún versículo: se debe trabajar cada día y todos los días en procura de la realización de lo que se anhela vivir, sin ningún temor a los cruces de caminos, a los giros que cada experiencia pueda ofrecer. Aprender de todo lo que se presente en nuestro tránsito, de cada eco producido por nuestros actos —del calibre que sean— es el camino del conocimiento.

En eso consiste la vida, esa es su maravilla: permitir nuestra búsqueda mientras nos invita a una enorme constancia en la tarea que nos hemos propuesto, procurando lo necesario para su logro. Te darás cuenta que, elijas lo que elijas al vivir la vida, ésta hará lo posible por cumplirte con su realización si estás en la capacidad de escuchar, de interpretar de buena manera sus señales, de insistir en tu tarea, resistiendo frente a los espejismos del camino. Por tal motivo, medita bien lo que quieras conseguir, la vida consentirá tu rastrera condición, te llevará a conocer las altas cumbres o te dará el empujón para tu salto al lugar del no-retorno. La vida —recuérdalo— no pondrá queja alguna. Sólo te dirá: ¡hazlo!

No te censurará por aquello que hayas decidido y siempre estará dispuesta a ayudarte. Si es lo propicio, se quitará de en medio para que puedas hacer lo que te plazca. Pero eso no quiere decir que no haya consecuencias tras tu elección: todo movimiento las produce y sería una gran necedad negar tu responsabilidad. Lograr lo que la vida significa para ti, puede presentar sus bemoles. Alcanzar nuestros propósitos tiene sus altas y sus bajas, nos ofrecerá una habitación con grandes ventanales por donde contemplar la congestión de las calles, pero también podría dejarnos fuera, en medio del frío y con el estómago vacío. De cada quién depende.

Y este es precisamente el punto al que me quería referir en esta ocasión: para un buen número de personas, vivir es una especie de desgracia; una inclemente pesadilla de la que se busca despertar, cueste lo que cueste. El drama aquí es que, para lograr una vida decentemente tranquila —casi feliz—, hay quienes buscan alejarse de ella… y se matan. No tienen otra opción que abismarse por el despeñadero, piensan que es la única salida para el acuciante disgusto que enfrentan al vivir.

Tal vez hayas pensado en este tipo de solución. Y créeme, no hay problema al elegirla. Es más, hay múltiples formas de hacerlo: unas más crueles que las otras, algunas rápidas, otras lentas… existe un gran catálogo a la mano en estos días de desatada e irresponsable información. Incluso hay quienes podrían ayudarte sin ningún tipo de contraprestación si lo que te falta es fuerza o arrojo: tienen la pócima, el brebaje, el método que buscas para lograrlo sin falla alguna. En efecto, como dejó resaltado el escritor de Aire de Tango: cada cual puede escoger su manera de morir.

Sin embargo, no se puede olvidar que cada vez que piensas en levantar la mano contra tu propia humanidad, el mundo tiembla y la vida lamenta no poder dar otro paso contigo en ella si lo llevas a cabo. Se extrañará tu levedad, el casi vuelo de tu tristeza y se llorará por ti, pues alguien te habrá amado lo suficiente para hacer que la vida —ese alguien que te amaba— reconozca la fragilidad y el abandono de tus tiempos estériles y apesadumbrados.

Dígase lo que se diga, hágase lo que se haga, hay personas que no pertenecen a este mundo y se marchan sin mirar atrás. Eso está claro. Hay quienes dicen de estas personas que son invisibles, que nada ni nadie podría saber qué pasa con ellas aunque se las tenga frente a frente. Sólo necesitamos estar atentos para descubrirlo: atormentadas y sin horizonte, algunas personas no quieren seguir y su incomodidad ante las tramas del mundo es definitiva. No hay vuelta de hoja. Aún así, ¿la vida debería ser un fuego encendido en sus pupilas?

¿Qué intención es esta, entonces, de retenerlas bajo la sospecha de falta de adaptación, si ni siquiera saben luchar como los demás que se muerden unos a otros sin excusa, ni entienden el por qué, persistiendo en esta orgía demencial? ¿Por qué deben soportar esta especie de angustiosa caída que los martiriza, a pesar del contacto con sus semejantes que, además, los atenazan con maromas indecentes y grotescas como obligarlos a sonreír ante su propia ruina? ¿Acaso tomar la determinación de irse por voluntad propia es más nocivo que insistir en una vida indigna y no deseada?

¿No es su elección una de las tantas que solemos tener, como incendiar un orfanato o declarar la guerra a quienes no piensan como nosotros? ¿Por qué razón que nos asista no se respeta al suicida y su acto de repudio como lo hacemos con otros más crueles e inhumanos? ¿Qué tipo de superioridad moral es esta que creemos poseer y con la cual sancionamos las actitudes y decisiones con que los otros llevan a cabo su experiencia existenciaria? ¿Cómo negar que la sentencia de nuestra propia muerte está más cercana a la libertad que soñamos, mientras se maquina la destrucción del mundo en un rincón cualquiera del delirio?

Sea lo que sea que suceda con quienes no quieren seguir viviendo, es claro que la vida ha sido un llamado sin previo aviso al que nadie aceptó venir por voluntad propia y que indudablemente hay quienes no disfrutan de tal “invitación”. Es que no hay que responder como un deber a la vida, como una obligación; sino como un goce, como quien conquista un nuevo espacio en su felicidad, con la pasión de quienes saben qué les pertenece y lo hacen suyo. Más eso no siempre es posible. Razones para ello hay en cantidades.

Además, vivir parece implicar mucha atención a las repetidas indicaciones de los demás sobre la forma correcta de actuar, de llevar a cabo cada labor, cada paso que se dé como si fuera algo obvio y un tratado milagroso de conducta brotara para obtener una vida libre de cualquier desgracia. A esto debemos sumar que muchas veces no se tiene claridad sobre nuestras diferencias, sobre las distintas formas de abordar las contingencias de los hechos, ni tenemos presente tampoco los variados puntos de vista ni hemos aprendido la importancia de no tener razón. ¡Estas palabras, por ejemplo, podrían carecer de ella!

Esto me hace recordar que lo que funciona para Juan, para Luis sería toda una calamidad. Que dar consejos sobre cómo actuar y pensar —los tan amados consejos que suelen ser avalados por profesionales “autorizados”— podrían llevarnos por mal camino. Habitar en una cabaña junto a un río, en medio de un bosque alejado, no asegura la paz ni nos exime de encontrarnos cara a cara con la angustia o la desesperación, sobre todo si nuestra mente no está en consonancia con la calma del lugar.

Los fármacos, por ejemplo, podrían despertar trastornos que no estaban presentes antes de su uso, aunque sean recetados por la industria que se lucra de nuestra enfermedad, que la produce. Ten cuidado con ellos y también con estas palabras que te escribo: podrían incrementar tu ahogo y obligarte a levantar la mano contra ti mismo. No te descuides, abre bien los ojos y permanece alerta, más aún cuando lo que encuentras a tu paso es un encadenamiento torpe y sin sentido.

Insistir en ella —intentar seguir en la vida— puede ser un descalabro, una constante fatalidad para esas personas que no consienten un ápice de encierro, la más mínima presión, ver sus sueños desechados de sol a sol, haber recibido la herida de una humanidad desencantada a la que siempre le ha faltado un propósito para alcanzar un sentido de vida, la maltratada vida que sólo un gran amor podría defender.

Ya sabemos que existen aquellos que no aceptarán nunca lo que se traduce en malestar para todo lo viviente, y también que su empeño ha sido trabajar sin descanso para solucionar esa zozobra que viola los sentidos y late rastrera por las encrucijadas que debilitan nuestra capacidad de lucha y su necesario esfuerzo. Así vamos hundiendo nuestro deseo en arenas movedizas y cerramos los ojos para no ver lo que nuestra imaginación pretendía y pasamos de largo y decimos “adiós” sin excusa alguna o con un buen arsenal de ellas para no volver nunca más. Cualquiera cuya respiración continúe lo puede confirmar sin mucho esfuerzo.

La vida está para vivirla si ya se está en ella. Te lo digo sin  ningún tipo de duda. Y quisiera hacer uso de estas palabras del apátrida rumano a quien llamaban El Diablo en Bicicleta (lo cito de memoria): el suicidio siempre está a la mano… ¿para qué agotar esa posibilidad tan pronto? No obstante, si lo que quieres es cerrar la puerta, no seguir en esta danza palpitante —la mayoría de las ocasiones una danza macabra— elige el lugar y la hora y burla tu melancolía… ¡hazte añicos! ¿Quién podría llamarte a juicio después de muerto? ¿Habría la necesidad de un juicio para alguien que ya no está ni puede responder por sí mismo ahora?

Sobra aclarar que lo lamentarán los soles y las lunas, el viento y la lluvia, el oleaje del mar donde alguna vez tuviste un atisbo de libertad o aquél árbol bajo cuya sombra solías dormir. Lo lamentará esa muchacha que te gustaba y a la cual llevabas chocolates a clase. Tus amigos se sentirán acongojados a pesar del daño que se hicieron mutuamente. No faltará quien sienta una breve pena al saber de tu vida fugaz, de tu repentina partida: algún pájaro enmudecerá, alguna flor se abrirá con desgano… es lo más seguro.

Las cosas suelen seguir su marcha, con nosotros al frente o al filo de la sombra, con la evidencia de un rostro amado o al otro lado de la derrota, ya sin tiempo para el abrazo, sin ninguna opción para sonreír, independientemente del espejo que nos refleje. Así es, así ha sido y así será. Si decides irte, ya no habrá más qué hacer. Y pase lo que pase —al romper el vínculo con lo que eras, al dejar vacío el lugar que habitabas en un mundo que no siempre te ignoraba— no por eso habrás evitado una huella temblorosa, una lágrima rodando adolorida, un eco de voz afligida en los que quedan tras de ti.

Deberías saber, no obstante, antes de tomar tan estricta alternativa, que siempre hay otra oportunidad, que las cosas no tienen una sola cara nunca, que una tarde oscura y con lluvia podría darnos el reflejo de un amanecer donde todo será propicio. O tal vez no. De igual modo, si ya no soportas la mueca que te acostumbraste a ver y no aguantas más el cansancio que te embarga, si lo que sucede en este día de saltos y sorpresas y enigmas no te inquieta en absoluto, si no posees la creatividad suficiente para poetizar el hueco profundo que te traga, ni puedes hacer parte de él hasta sacarle la música que todos esperamos mientras terminamos de morir, estás en todo tu derecho de gritar: ¡basta!