Mancha negra y furia

Frutos del vivir

22 / 09 / 2020

“Habría que tener claro que aquello que despierta nuestro de-seo solo será propicio si estamos dispuestos a darle el tiempo, la atención y la fuerza que reclama”.

Esperé a que crecieran los árboles, durante años.

Sépanlo ustedes que compran en el mercado

los frutos ya maduros.

Geraldino Brasil

Arriesgarse a ser, sin necesidad de encubrir las sombras que nos habitan ni esconder las torceduras que quiebran nuestros pasos, implica estar atentos a las respuestas que se dan frente a lo que hacemos o dejamos de hacer. Estar dispuestos a escuchar las quejas ajenas, sin por ello dejar de ser lo que solemos ser, es un buen inicio. Pero no siempre: lo poco que los demás ven en nosotros, puede dificultar su proximidad. Eso me hace decir que se debe cuidar del otro, cuidando de no hacernos daño a nosotros mismos; siendo sinceros con lo que se desea. Si está claro para uno, pronto lo estará para los demás.

Las explosiones de deseo son convenientes cuando sabemos el lugar que nos corresponde en el mundo del otro, cuando hay claridad ante los movimientos que el deseo despierta dentro y fuera de nosotros. Cuando el placer puede ser compartido sin que nos habituemos a su desgarradura, cuando es otorgado y recibido en confianza, cuando no impide vivir y nos permite dormir tranquilos. Entonces estaremos listos para cumplir con el sueño emprendido. Tendremos buenos deseos.

Deseos que no serán imprecisos, ni residuos de la frustración que solemos ganar al asumir una realidad basada en falsas expectativas. El placer es efectivamente dañino si no se toma con responsabilidad, si no hay transparencia en sus acuerdos. Por eso, si no se sabe de qué y hacia dónde, el deseo que busca placer se convertirá en sufrimiento y pérdida, pues, exponer nuestra intimidad, nuestros más secretos placeres, puede destruirnos.

Hay un gran ojo de múltiples miradas que componen la realidad: todo se va haciendo mientras vamos interactuando unos con otros, al ir hurgando en nuestras necesidades y los ofrecimientos del mundo. Esta articulación de sentidos, esta construcción colectiva que se nos presenta como irrebatible puede ir borrando posibilidades con las que solíamos ser felices.

Eso hace que haya quienes decidan no untarse de hedonismo e intenten borrar la desmesura de los demás. Y el llamado es hacia ese punto medio entre el exceso y la carencia, un estado de sosiego y sensatez. Es la medianía que se gana después de sufrir y gozar con profusión; la respuesta a la agitación exacerbada de los días en que el deseo tiene implicaciones oscuras. Quizá por no saber lo que en verdad deseamos; por ignorar las consecuencias del placer buscado; o sencillamente porque así lo queremos y basta.

Aquello que nos corresponde —sea inherente a nuestra vida o una donación de la cultura— debe ser respetado por uno mismo y merece ser respetado por los demás. No somos lo que otros piensan de nosotros; pero venimos siendo lo que de nosotros se ve. La principal razón para que ocurra de tal manera, es que no estamos aislados y un imaginario “común” ronda las diferentes maneras de ser; dependemos unos de otros para alcanzar a ser lo que somos, pese a no saberlo con exactitud.

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Solemos seleccionar lo que nos causa placer, lo que nos da satisfacción; pero también aquello que nos hunde en la desdicha: ahí están los otros para corroborarlo. La vida propone puntos de vista sobre las circunstancias pasadas, y los momentos ya vividos son relacionados con lo que se va viviendo. Esto hace que deseemos algo con una inquietante seguridad, sin poner atención en las consecuencias una vez el deseo se lleva a cabo.

En un mundo en el que la variedad y la presencia inatajable de estímulos se hace cada vez mayor, tratar de abarcar lo que vemos y escuchamos en nuestro entorno nos “entrega” una realidad fragmentada, que se va formalizando y crea en cada cual una realidad cada vez más imprecisa. Y pese a que las cosas siempre son lo que son, pueden ser, además, otra cosa: siempre estamos en falta al no poder abarcar la totalidad. Por eso el deseo es más perturbador de lo que esperamos que sea.

Por dichos motivos, al ampliar los puntos de vista y mermar los prejuicios, habrá mayor claridad al aceptar o no lo que nuestro entorno propone. Siempre existirán hipótesis de diversa índole frente a lo que se desea, incluyendo la confirmación de que lo deseado no es precisamente lo que se busca obtener. Solemos engañarnos: vivir entre fantasmagorías e ideas recurrentes que generan incomprensiones e incluso obsesiones que se convierten en problemas que no existen en realidad. La imaginación, que tanto sirve para mejorar nuestra existencia, también nos la puede joder.

Así nos vamos enterando de que el mundo es diferente a lo que solíamos creer; a lo que acostumbrábamos pensar de él: la manera de hacerlo propio. Esta humana condición nos lleva a buscar un mundo “mejor”, a propiciar cambios para sobrellevar las malas experiencias o a establecer acuerdos que representarían momentos más placenteros, menos frustrantes en la vida. Eso significa que ante las decisiones erradas no hay que salir corriendo, al contrario: sirven para corregir rumbos, para meditar futuros pasos, para emprender nuevos proyectos con mayor cautela.

Por eso, debemos llevar las cosas con calma: vivir sin los afanes de la carrera que se nos impone al paso de los días. Seguir adelante sin dejarnos llevar a ciegas por los deseos que otras personas crean en nosotros, requiere de atención y saber tomar decisiones; no dejarse engatusar. Tal vez establecer una distancia saludable con lo que se está viviendo y lo que se vivió, nos haga más precavidos ante las búsquedas ajenas: experimentar otro tipo de órdenes y des-aprender lo previamente incorporado nos hará caer en cuenta de lo que requiere una verdadera atención.

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Lo que algunos filósofos llaman el “éxodo del pensar” nos priva de una reflexión asertiva al momento de examinar lo que se nos hace presente. Impide que nos acerquemos a su proceder con mirada limpia, meditando las condiciones que lo hacen ser lo que es. Para que esto suceda, se nos exige una respuesta que solo es posible si conocemos el porqué, el cómo, el para qué; tener presente lo que demanda nuestro interés; acercarnos a lo deseado sin las mediaciones que surgen de intereses ajenos. Si no hay claridad frente a lo que se desea, el deseo es trasladado a un lugar sombrío, se ausenta de todo cumplimiento. Pero desear lo que no nos corresponde hará que quienes se pierdan seamos nosotros.

Aunque haya seguridad frente a lo esperado, el deseo podría llevarnos por un camino diferente, arrojarnos a repentinos abismos o profundidades imprevistas que exigen de nosotros el estar dispuestos a la caída, asumir riesgos, estar preparados para un probable peligro. Saber bucear en nosotros mismos es la respuesta, ya que ahondar en lo que no hemos querido reconocer como propio, nos dará una vida menos frágil, una experiencia legítima al adentrarnos en los laberintos que el deseo propone. ¡Deberías dejarte caer para comprobarlo!

Hay que cuidar lo que somos; ser lo que se es, con firmeza; pues hay quienes rondan las vidas ajenas y nos involucran en deseos que aceptamos sin tener presente lo que deseamos en realidad. Experimentar, en este caso, carecería de un objetivo preciso, sería una decisión cuya voluntad está viciada por los deseos de los demás. Desear, entonces, implica distinguir las probabilidades que tal deseo representa para gozar sin réplica de los resultados obtenidos, sean los que sean. Habría que tener claro que aquello que despierta nuestro deseo solo será propicio si estamos dispuestos a darle el tiempo, la atención y la fuerza que reclama.

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Ya que lo sabes, mira cómo crece ese árbol que tienes dentro, su pausado venir al mundo. Ese árbol te nombra con toda su savia. Espera con calma que sus frutos broten: ver cómo maduran te enseñará que la vida se debe tomar sin afanes; que los placeres pueden ser lentos y discretos; que la amenaza de tener todo de una sola vez podría hacer que pierdas el sabor de la fruta que has deseado desde el principio.

Te lo digo yo que soy un árbol de ramas quebradizas donde no podría hacerse una casa. Te lo digo para que sepas que con la vida no hay marcha atrás; que lo que se vive no podrá ser borrado; que la vida podría pesar más de lo que crees. Que si descuidas ese árbol que comienza a darte sombra, pronto será talado por manos inescrupulosas.

 

VÍCTOR RAÚL JARAMILLO

Medellín, 16 de septiembre de 2020, 1:47 am