Mancha negra y furia

Testimonios de un recluso viral

10 / 06 / 2020

“Las acciones deben ser inmediatas, con una eficacia que sirva para derrocar el establishment que nos empobrece”.

En las carreras atléticas que se suelen hacer desde las olimpiadas griegas, existe una modalidad en la que se va pasando un testimonio de corredor en corredor hasta llegar a la meta. Ese “testimonio”, o posta, suele ser la memoria de un camino recorrido que premia al primer equipo que llegue a la meta.

En este caso, no hay vencedor. En estas palabras solo hay pérdidas, abusos de lo que hemos querido sostener: el control de la historia, la posesión de las armas para cercar a los demás y corroborar un poder aniquilador.

Una cosa me ronda la cabeza desde hace mucho tiempo: por más ganas de vivir que tengamos, no valoramos los dones de la vida y nos vamos enredando en tramas de odio y venganza, de acumulación desproporcionada: ganas incontenibles de nuestra ambición —fijadas en el poder económico— crean fronteras insalvables.

Actualmente se fortalecen las falsas democracias que arengan sobre el cuidado de hombres y mujeres que no hacen mal a nadie, y cuya permanencia “cuesta una fortuna” a las entidades que distribuyen el dinero en el mundo. Entidades con las cuales los gobiernos realizan negocios macabros por debajo de la mesa y cuyos resultados son el olvido de sus propuestas electorales.

“Distribuir” es, entonces, un verbo que no se conjuga en la totalidad de las personas; una forma desacertada de hablar, en todo caso.

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En la construcción de un mundo más viable, se debe prestar atención a la diversidad como valor fundamental, nos sugiere la teóloga y monja española Teresa Forcades. Seguido esto de la subjetividad política que no espera a que le den permiso, sino que ejerce por sí misma las condiciones para lograr un cambio real.

Además, habría que superar la incapacidad de los gobiernos y alcanzar una ampliación de máxime urgencia con la cual se reduzca la pobreza mundial y se direccione un nuevo orden social donde cada habitante del planeta pueda obtener los beneficios de dicho orden.

La revolución no se debe hacer para “después”, no puede esperar más. Una felicidad venidera no es una opción en este caso. Una justicia pensada para el futuro solo acentuaría las injusticias actuales. Y estas, al no tener una resistencia actual, seguirán su curso sin oponentes.

Las acciones deben ser inmediatas, con una eficacia que sirva para derrocar el establishment que nos empobrece.

¿De qué sirve pensar en una transformación si no tenemos la disposición para verla realizada?

Esto incluye, claro está, tener presente que los cambios y las revoluciones crean condiciones que, tarde o temprano, estarán anquilosando el mundo que se ha logrado obtener. Y por lo tanto son falibles y acabarán siendo un nuevo sistema al cual se deberá poner en cuestión.

Esto implica, a su vez, que cada una de las posibles revoluciones deban ser dinámicas y conlleven a un movimiento constante que, por sobre todas las cosas, procure una colectividad que no sea normalizada con categorías definitivas.

Toda revolución debe procurar por no subyugar el carácter de las personas que la conforman. Estén a favor de sus doctrinas o no.

No hay otra manera desde la cual se puedan realizar estos cambios que, teniendo muy presente la libertad individual, no se asuman como retórica, sino como una práctica real para todos los implicados en el nuevo orden social.

Pero —esto es de suma importancia— siempre enfocados en la solidaridad y la equidad necesarias para que dicho orden funcione.

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Lo que hemos creado para complacer nuestra permanencia, ha ido carcomiendo la necesaria rebeldía que nos lleva a nuevos lugares de acción. Dice la ya citada Forcades: “si el sujeto no fuera capaz de crear, es decir, de imaginar y realizar lo nuevo, sería posible manipularlo hasta ahogar su capacidad de rebeldía por completo”.

Y dejamos para alguien más las enmiendas que no estamos dispuestos a hacer, y alargamos la catástrofe que siempre acaba con los demás y nos damos por bien servidos.

A un llamado de auxilio decimos “no” y pasamos de largo. Cada cual tiene “su” proceso y esa es la razón de su acuciante precariedad. Esto tiene su lógica y lo entiendo, pero no impide que podamos dar una mano cuando sea requerida. Aunque dar de más, en lugar de aliviar, podría causar un mal peor. Lo sé.

Y algunos —también lo tengo claro— exageran y piden lo que no se han ganado. Mas ¿cuál es la vara para este tipo de medidas?

No obstante, es legítimo buscar una vida digna para todos los habitantes del planeta, hállense donde se hallen y sin demora. No creo que sea una acción dañina. Es necesario que se busquen medios eficaces para que ocurra un cambio: satisfacer las condiciones básicas de las personas propiciará una salud y un crecimiento que todos, no lo dudo, agradeceremos.

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Quienes controlan el flujo de la economía ven como un absurdo la ética que se busca con este tipo de discursos, y entonces, al menor asomo de rebelión, inventan legislaciones para mantener a los pueblos con la boca abierta, por donde les meten el hambre y el miedo.

Pero se debe insistir, seguir resistiendo y delatar todo asomo de corrupción: poner en cintura a los estamentos que, con injustificadas ganancias para su propio bolsillo, dejan morir un alto porcentaje de la población mundial.

Las mafias gubernamentales que se han afincado en nuestros estados —hablo de Latinoamérica y en principio de la Colombia que tanto padezco— deben ser puestas en evidencia y no mermar la presión para que suelten hasta el último centavo con que han edificado su crimen.

Por tal motivo, refrendan la lealtad de los demás corruptos con los frutos de su estafa: temen ser puestos en la cárcel.

No descansan en su tarea de silenciar la libre expresión y las declaraciones que soportan pruebas de sus robos y asesinatos. Y para aquellos que están embrollados en sus negocios sucios, se ofrecen altas sumas de dinero y un juramentado silencio para evitar que “canten”.

Si cantan, requiem cantim pace.

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La humanidad —es imperativo— deberá dar nuevos giros, una orientación adecuada que genere cambios efectivos y afectivos para adecuarse a las condiciones de una sociedad globalizada donde se respeten sus deseos de bienestar y se protejan sus derechos inalienables.

Tratar con rectitud tales condiciones es inminente.

Esto no puede ser expedito para pequeños sectores de la población: ¡no se puede abusar de los privilegios! Debe ser una conquista que involucre a toda la sociedad y sus diversos actores y estamentos.

Ya estamos cansados de embustes, de hienas tras el botín, de falsas coartadas. No es un secreto que ya son pocos los que creen en sus “buenas” intenciones.

Se tomarán medidas y volverán los enfrentamientos sin la mansedumbre de los cerebros domesticados; no habrá otra cosa por hacer, nada habrá por perder ahora.

Y será  lamentable, porque la sangre será sembrada de nuevo en las calles y las ciudades arderán.

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Por todo esto, debemos tomar las decisiones acertadas, de manera responsable y con una actitud racionalmente honesta y comprometida.

Para la brutalidad no hay vacuna.

Si no aceptamos con humildad nuestros errores, si no lo hacemos y seguimos masacrando la posibilidad del cambio a gritos pedido, no habrá un mundo halagador para nuestra especie mientras sigamos aquí.

Y —es lo más probable— otra especie más sabia tomará nuestro sitio.

 

VÍCTOR RAÚL JARAMILLO

Medellín, 27 de mayo de 2020