Música

Estética de la rabia. El punk en Caldas

28 / 12 / 2021

En un pequeño poblado tradicional y conservador al sur del Valle de Aburrá nadie imaginaba que un grupo de jóvenes harían del punk su filosofía de vida. A través de ella desdoblaron su creatividad para construir una estética punkera propia, en la cual estamparon su rabia e hicieron frente a una sociedad violenta y represiva.

El punk emergió en Colombia en la década de 1980 en Medellín, en donde la juventud punkera comenzó a organizar conciertos clandestinos en sótanos, solares y locales de acción comunal de barrios populares.  Mientras tanto, en el municipio de Caldas, Antioquia, apenas un pequeño poblado al sur de la capital antioqueña, un puñado de adolescentes encontró en la cultura del punk el mensaje de lucha y resistencia contra un sistema que los oprimía. Las fotografías de las bandas de punk extranjeras, las películas en las que se abordaba esa temática y la imagen de los músicos punks de diversas partes del mundo sirvieron como inspiración para que a mediados de la década del ochenta esta generación de jóvenes construyera su propia estética punkera.

En 1984 el colegio José María Bernal, al oeste de Caldas, fue el punto en el cual coincidieron alumnos de entre 12 y 15 años con ideas y gustos similares en torno al punk. Esta generación, autodenominada como “La People”, detonó la bomba explosiva de la cultura punkera en Caldas. Si bien ya desde inicios del ochenta existían jóvenes punkeros de mayor edad, eran pocos y estaban dispersos. La unión de aquel grupo de entre diez y quince alumnos sirvió como amalgama para todos aquellos que se adscribían al pensamiento punk y que se encontraban atomizados. Así, empezaron a juntarse en parques como el de la Locería para escuchar música, iniciaron el diseño de su vestimenta y fundaron bandas musicales. Además, acudían a las “Notas”, pogos clandestinos que se organizaban en casas abandonadas en Itagüí, Guayabal, Castilla y Bello.

El primer disco que influyó en ellos fue Fresh Fruit Rotting Vegetables del grupo Dead Kennedys, de San Francisco, EE.UU., el cual llegó a sus manos en LP. Después escucharon otros de Ramones, The Clash y Sex Pistols. Estos vinilos eran prestados por amigos de Medellín y ya en Caldas los grababan en casetes para intercambiarlos entre ellos. 

A mediados de la década aparecieron en la escena de Medellín bandas como Pichurrias, Los Podridos, Mutantex y Pestes (a mediados de los ochenta ambas bandas se funcionaron para formar Peste Mutantex), que también ejercieron una influencia en esta generación de jóvenes. Aunado a esto, aproximadamente en 1984, se presentaron por primera vez en Caldas dos grupos de punk de Medellín llamados Complot y Spol.

Esta influencia musical impactó a tal grado en esta generación de jóvenes caldeños que en 1988 un par de ellos, Wilson Araque y Mauricio López, formaron Bastardos Sin Nombre (BSN), grupo de punk hardcore que se integró a la escena musical underground del momento. De hecho, desde 1986, Mauricio López, junto con otros músicos de Medellín, ya había formado la banda de punk hardcore Dexkoncierto, con integrantes de entre 14 y 18 años. Este grupo grabó la canción “Futuro es muerte” para la banda sonora de la película Rodrigo D No futuro de Víctor Gaviria. Otras bandas de punk que se formaron en Caldas en la segunda mitad del ochenta fueron Crimen impune, Patada en el Culo y Dopación.

A partir de diversas influencias fotográficas y cinematográficas esta generación de jóvenes diseñó su ropa y sus peinados. Así desarrollaron una estética del punk que desentonaba con la cultura pueblerina de su entorno. Películas como Cristina F y Clase de 1984 (que se presentaron en el desaparecido teatro Caldas) fueron referentes audiovisuales para construir su imaginario visual del punk. Las portadas de los álbumes de bandas extranjeras y la vestimenta de los músicos de bandas de Medellín también tuvieron injerencia en la construcción que estos jóvenes músicos hicieron de su propia imagen.

La estética en torno a la vestimenta de estos jóvenes punkeros de Caldas tenía como base el caos y el repudio. Un elemento fundamental fue también la filosofía del “hazlo tú mismo”. Las playeras que compraban las modificaban, pintaban y en ellas escribían frases. Las chamarras que usaban eran de jean y de cuero, a las que pegaban estoperoles (taches) y las desgastaban para que lucieran viejas. A éstas les cosían estampados y parches de tela, elaborados por ellos mismos, con logotipos de bandas y carátulas de discos de punk. Además, les agregaban botones que hacían con pequeñas fotocopias de logotipos de bandas que bañaban con acrílico líquido para cristalizarlos y que no se deterioraran.

Para hacer sus cinturones robaban las cadenas de los auriculares de teléfonos públicos de Caldas. Esas cadenas estaban pegadas a las bocinas y en un extremo tenían una argolla grande y gruesa difícil de robar. Pese a ello, se ingeniaban la forma para desprenderla y usarla a manera de hebilla.

El calzado también fue parte importante de la construcción de su imagen. En el mercado de las pulgas de Envigado estos jóvenes compraban botas platineras de la marca Grulla, que en esa época usaban únicamente los obreros colombianos, a las cuales les incrustaban por dentro clavos de dos picos, de manera tal que éstos quedaran afuera. Esto mismo hacían con las hombreras de las chaquetas para verse más agresivos. Se convertían en una especie de erizos con lanzas para defenderse de una sociedad que los reprimía, pero también para marcar una diferencia frente a las modas y tendencias de los ochenta. 

La función que cumplían los clavos en su indumentaria y calzado era estética y, como tal, una provocación sensorial, pero también se usaban para marcar una jerarquía dentro de la comunidad punkera: “mientras más extravagante, mayor respeto generaba”, asevera Mauricio López. Sin embargo, en algunas ocasiones, los clavos les sirvieron para defenderse de las agresiones externas. 

Sus peinados eran considerados estrafalarios en el entorno tradicional de Caldas pues eran la representación del caos. Para hacer sus crestas y copetes se untaban el cabello con jabón Rey y así moldeaban los picos que decoloraban y pintaban de diversos colores. 

La estética individual también era importante. En la construcción estética colectiva del punk había jóvenes que experimentaban con formas más personales. Ejemplo de ello fue un integrante de la banda Crimen Impune que se afeitaba las cejas. Otros se pintaban los párpados de color negro; algunos se perforaban las orejas y cachetes para colocarse ganchos; también hubo mujeres que cortaban sus playeras a la altura de los pechos para que se les vieran los pezones. En el ámbito estético del punk en Caldas los tatuajes no eran usuales. Sin embargo, en la década del ochenta existió un solo joven músico, integrante de la banda caldeña Dopación, que se tatuó “a la vieja escuela” (con aguja y tinta china) una calavera con crestas y la leyenda “Epidemija”, nombre de una banda de punk eslovena que se conoció en Caldas por medio de la recopilación Really Fast volumen 1 que llegó a sus manos en LP.

Wilson Araque y Mauricio López, miembros de Bastardos Sin Nombre (BSN), 1989. Parqueadero en el centro de Medellín en un concierto de punk. Archivo personal de Mauricio López.

El objetivo estético de estos jóvenes músicos era marcar una diferencia con el resto de la juventud, a la que consideraban pasiva ante a las problemáticas sociales y políticas que se vivían en el momento. Además, era un símbolo de rebeldía frente a un mundo manejado por adultos. Los peinados, vestimenta y calzado causaron tanto impacto visual que generaron rechazo y escándalo en diferentes espacios sociales de Caldas, principalmente en el entorno familiar. Por su parte, al verlos transitar por las calles, la Policía Municipal asumía que formaban parte de pandillas urbanas o que eran guerrilleros y los detenía para llevarlos a la cárcel. La policía se convirtió así en el primer frente de ataque contra la juventud punkera del momento.

Wilson Araque en el Polideportivo de Caldas, ca.1988. La camiseta que lleva puesta fue intervenida por él mismo. Archivo personal de Mauricio López.

La estética de estos músicos punks representaba una posición política, social y cultural; pero también una filosofía de vida contestataria. Era una forma de mostrar su inconformidad y rechazo a las instituciones, al gobierno, al narcoterrorismo, a la iglesia y a cualquier entidad representativa del poder. La forma de vestir, peinar y calzar era parte del mensaje que querían transmitir, junto con sus propuestas musicales y la forma en la que organizaban sus conciertos. A modo de solidaridad, por ejemplo, las entradas se cobraban entre 200 y 300 pesos de aquel entonces para pagar el sonido y como “aporte para el chorro”; es decir, para comprar alcohol Alelí que se repartía entre el público y que se mezclaba con gaseosa o agua.

Si bien vivieron rechazo social y represión policial por su estética radical, este grupo de jóvenes marcó una diferencia y sentó las bases del punk, rock y ska en Caldas. “Socialmente la juventud había sido mirada como un sector de la sociedad que no tenía nada para aportar”, señala Mauricio López, pero “el punk tiene un mensaje, no es simplemente rebeldía. Por supuesto, no íbamos a cambiar el mundo, pero sí las conciencias de algunos jóvenes. El punk cambia pensamientos y formas de afrontar la vida”.

Después de la emergencia de este fenómeno social de la década del ochenta la sociedad caldeña normalizó paulatinamente la imagen diferenciada de esos jóvenes. Empezó a ser común que jóvenes transitaran por las calles de Caldas con chamarras de cuero, parches, botas estilo militar y cabello teñido sin provocar rechazo social. 

Con el paso del tiempo algunos miembros de las nuevas generaciones substrajeron la esencia underground de la estética del punk y la convirtieron en producto de consumo y moda sin contenido, en expresión vacía, en sensibilidad apacible. Todo se comercializó, desde los parches hasta los jeans y chamarras desgastadas. 

El uso común de la vestimenta relacionada al punk se dejó de vincular con postura social o política alguna. Atrás quedaron el vértigo social y la transgresión que marcaron a esa generación de rupturas que sacudió a una sociedad conservadora, en un paisaje histórico lleno de violencia y de pocas oportunidades para las juventudes no solo antioqueñas, sino nacionales. 

Sin embargo, la primera ola del punk en Caldas desarrolló raíces fuertes y su legado continúa vigente en algunos colectivos de la juventud caldeña, quienes siguen concibiendo al punk como una expresión social y política de protesta. Bandas como Krujido, Artroxis y La Cuestión, entre otras, llevan consigo la semilla de la rabia en las entrañas.

*Artículo basado en una entrevista a Mauricio López realizada por Úrsula Mares Figueras. Caldas, Antioquia, julio de 2020.
*La foto de portada corresponde a un ensayo de Dexkoncierto en un sótano en el barrio Las Margaritas de Caldas, ca. 1988. Archivo personal de Mauricio López.