Música

Juancho, el Yeti con J

16 / 06 / 2017

Esta es la historia de Juancho López, líder de los Yetis y gestor de nuestro rock.

Para Juancho López la música traída desde Estados Unidos nunca fue algo ajeno a su casa. Su padre, quien ponía canciones de Perry Como, Tonny Bennet y Frank Sinatra en la radiola, trató de inculcarle el gusto por aquella música que, aunque buena a los oídos de Juancho, no era lo que buscaba.

Faltaba algo que no sabía qué era, más pesado, más rápido, más fuerte que lo que le ofrecían grupos como The Platters. No fue sino hasta el momento que escuchó por primera vez a Elvis Presley que se sintió realmente pleno. Su estilo de balada combinada con country y blues fue el punto de partida para buscar más de aquello que después conocería como rock ‘n’ roll.

Entre amigos del Colombus School y LP’s comprados por su padre, llegó Paul Anka, que tenía una canción rápida y una lenta. Luego Chuck Berry, La Nueva Ola y el Twist.

Las calles estaban inundadas de Twist. El mexicano Enrique Guzmán, quien fuera la primera voz del reconocido grupo Los Tin Top, se convirtió en el ídolo de toda la generación con canciones como “Oye niña”: “Oye niña no me trates mal, y si quieres bailaremos twist”.

La Plaga, El Rock de la Cárcel y todos aquellos éxitos de la Nueva Ola traídos de México, Argentina y España fueron la sensación. Billy Cafaro, Palito Ortega y otros más que salieron de aquel semillero de cantantes llamado El Club del Clan pasaron a ser referentes de Argentina y, con el tiempo, de los países latinoamericanos.

La copia llegó al punto de volver moda la imitación de Elvis: Johny Tedesco, Nicky Jones, hasta el mismísimo Sandro, en sus inicios, imitaron al Rey. Además, la facilidad que brindó Codiscos de conseguir toda la música de The Beatles y la que dio RCA Víctor para escuchar los discos provenientes de México, Uruguay, Argentina, España y Chile fueron el empuje inicial para convertir aquel naciente rock ‘n’ roll en una moda perdurable.

Juancho López no podía quedarse atrás y, después de rayar sus discos de tanto escucharlos, decidió convertirse en cantante pues, según él, no había de otra. Aunque no sabía nada de inglés, comenzó como imitador de Elvis en el Club Campestre, donde los socios, cada año, se reunían a presentar su talento artístico.

Haciendo la mímica de cantar una canción de Enrique Guzmán, vestido como vaquero y con las patillas pintadas, la presentación en el Campestre de “Elvio Pérez”, su personaje, fue la sensación. Fue tanto el éxito ese día que, sin preguntarle, lo programaron para la siguiente versión. Así lo recuerda Juancho:

“Esa otra vez llevaron a un músico a que nos tocara canciones, él me llamó y me dijo que yo era muy aficionado al rock ‘n’ roll, que si era capaz de cantar una canción. Acordamos que cantara La Plaga y no la terminé, me fue muy mal por los nervios y la falta de idea del ritmo, yo iba por un lado y la canción por otra. Ni me felicitó el músico, menos mal que no había nadie. Un oso”.

Los Yetis. Foto tomada de: http://abel63.typepad.com/blog/2008/11/la-bamba-los-yetis.html

Los Yetis. Foto tomada de: http://abel63.typepad.com

Pasaron los días para que en el Bachillerato Técnico de Economía y Comercio de la Universidad Pontificia Bolivariana, donde estudiaba Juancho en 1961, se encontrara con un amigo que, al verlo, lo invitó a un ensayo de su grupo: Los Falcons.

Ya en el ensayo, todos organizaban sus instrumentos mientras la expectativa crecía. Se le prestó un micrófono a Juancho y con este la letra de una canción que parecía perseguirlo: de nuevo La Plaga, de nuevo la vergüenza. “¿Cómo es posible una persona con un swing de éstos tenga una medida  tan cochina?” le gritaban sus nuevos compañeros y Juancho, inocente, ni entendía a qué se referían.

Aun así, siguió en el grupo, viajó a otras ciudades y grabó algunos coros para RCA Víctor, para discos decembrinos como Aquellos Diciembres y hasta colaboraciones con Los Teen Agers, en Codiscos, por unos cuantos pesos.

Pero sólo el matrimonio fue capaz de alejarlo de la música. Con 19 años pasó a vestirse de corbata y ropa formal en una boutique para músicos de Junín, en el centro de Medellín.

Junín, la calle de la elegancia

Junin en los años 60. Foto tomada de https://www.bibliotecapiloto.gov.co

El capitalismo salvaje no demoró en llegar a las calles de Medellín. Aunque la brecha social era enorme, el lado elitista de la capital antioqueña podía brindarse el lujo de vestir a la moda de París, con el pasaje Junín como pasarela principal.

“Fueron tantas las ganas de mostrar el poder económico que uno de aquellos burgueses, el señor José Tobón Uribe, tomó unos planos de Francia y se construyó un castillo de verdad, que hoy lo conocemos como el Museo El Castillo”, recuerda López.

Juancho, a quien le tocó vivir su juventud entre almacenes de ropa, asegura haber visto tiendas que no tendrían nada que envidiarle a las de Nueva York o a París. El bluff  — forma coloquial de la época para referirse a la moda de la élite —  llegó a ser tal que se diferenciaba desde lejos quien era una persona “de bien”, o quien era simplemente del “pueblo”. Como él asegura, en esa época “nos diferenciaban por la cultura, porque ¿qué educación íbamos a tener nosotros? La gente de pueblo no tenía derecho a nada en ese tiempo, y los jóvenes menos”.

Junín, el epicentro de la moda, tenía tanto poder que Fenalco (Federación Nacional de Comerciantes)  les sugería a los dueños de los almacenes que si algún producto era comercializado en el mercado de Guayaquil, saliera inmediatamente de circulación en el sector.

De esa calle también saldría uno de los movimientos ideológicos más importantes de la época, el Nadaísmo. Doce tipos que, además de tratar de interpretar el sentido de la existencia humana, concurrían el lugar de moda, que se delimitaba en las dos calles de Junín que comunicaba al Parque Bolívar con La Playa y la anterior hacia Colombia. El resto, aunque estuviera en la misma calle, era otra cosa.

Gonzalo Arango, líder del Nadaismo. Foto tomada de: https://www.traslacoladelarata.com

El Astor y Versalles se convirtieron en los lugares más concurridos por los jóvenes. Además, podían comer helado en la Heladería Donald, tomar gaseosa en El Miami, en toda la esquina del parque, o en unos billares, a unos cuantos metros, cuyo dueño era el alemán Gerber Geithner, pero que todos le decían ‘Míster’.

Luego de dos años trabajando en la Boutique, Juancho comenzó a trabajar tomando pedidos en el comercio general, lo que le exigía trabajar en las mañanas y le brindaba todas las tardes libres.

El sitio perfecto para vagar fue el billar de ‘Míster’, donde había una rockola, en ese tiempo conocido como piano, que por cada moneda hacía sonar alguna canción. La exclusividad de tener canciones de Elvis, de los Platters, de Ritchie Valens o temas instrumentales de The Venture hizo que confluyeran allí los jóvenes y los nadaístas a tomar Coca-Cola y a no hacer nada en toda la tarde.

“En una vagancia de esas, por la tarde, yo vivía en el Poblado ya casado y me fui para Codiscos a ver si había un corito o algo para ganarme unos pesitos, porque uno ganaba el mínimo en el comercio. Yo entré y el subgerente me dijo que qué me había hecho, no me había vuelto a ver, que me tenía una propuesta pero se me habían adelantado, porque ya tenían un muchacho grabando, pero igual me lo iban a presentar, porque era igualito a mí, que juntos salíamos con algo”.

No se puede expresar con palabras el gran cariño fraternal que sintieron Juancho López y Juan Nicolás Estela aquel día. Se entendieron inmediatamente y las visitas diarias a la casa de alguno de los dos se convirtieron en algo tan recurrente que dieron como resultado una prueba en Codiscos. Dos meses después de haberse conocido Juancho López y Nicolas Estela estaban allí, frente al micrófono de la disquera, esperando la orden para que ellos dos, junto a Iván Darío López, el hermano de Juancho, empezaran a tocar.

Primera foto tomada a la agrupación Los Yetis. Foto tomada de http://trashmission.blogspot.com.co

Juan Nicolás como primera voz, Iván Darío como segunda y Juancho como tercera o contraalta dieron el primer ensayo de lo que serían Los Yetis: “Yetis, como el hombre de las nieves, y sin J, porque no es un avión”, aclara Juancho.

Subieron rápidamente, y ante la falta de competencia fueron la primera opción para abrir el concierto de Enrique Guzmán en Medellín. Los promocionaron como “Los Yetis y sus fabulosas guitarras eléctricas” aunque la única que tuvieran fuera la de Juan Nicolás, que no tenía nada de fabulosa.

Vestidos de blazers, con peinado Beatle, bailaron Twist en coreografía mientras cantaron. Ese día Los Yetis fueron la sensación, al punto de que el público creyera que era una agrupación extranjera, lo que les acercó las miradas de todos los disk jockeys de la época.

Los Yetis. Foto tomada de http://ghostcapital.blogspot.com.co

Eran invitados en todas las emisoras, los seguidores les cortaban el pelo en la calle, les sacaban los pañuelitos de los bolsillos y se peleaban por las gafas de sol acabadas de arrebatar directamente del rostro de ellos.

“Lo señalaban a uno en la calle, íbamos a las cafeterías del centro, en el Ley de Maracaibo y en el de Colombia, que ahí caían todas las peladas bonitas de las universidades, y allá éramos los duros”.

En 1966 decidieron sacar un LP, y ante las primeras negativas decidieron hacer parte del proyecto musical de Discos Fuentes, 14 Impactos Juveniles. Aquel fue el impulso final, que se extendería en un disco para Juan Nicolás Estela y otro para Los Yetis.

Para Juancho fue el momento de gran apogeo del grupo, pues “en esa época los disk jockeys eran los que lanzaban los discos, los comentaban y reseñaban para que uno los comprara, y cuando lanzamos nosotros el disco nos invitaron a hablar con todos los DJ de SACODI, que eran los más grandes de esa época: programas especiales, invitaciones a El Show de los Frenéticos, y aunque me invitaban a cantar solo y la embarraba, el disco tuvo mucho éxito”.

Impactos Juveniles de Codiscos. Foto tomada de https://elfanfatal.tumblr.com/

Se convirtieron en los dueños de Junín, al punto de promocionar en el Teatro de allí un álbum de láminas de artistas, en el que Los Yetis era una de las figuras más escasas.

Los Speakers, Los Ampex, Los Falcons y Los Yetis fueron las cartas de presentación de una generación que necesitaba un cambio. Los Yetis, el grupo que mandaba la parada en Medellín, convirtió a sus integrantes en unos pequeños rockstars de Junín.

Fue tanto el apogeo que llamaron la atención hasta de la iglesia católica, predominante en aquella época, y fueron excomulgados, pues sus movimientos y canciones hacían, según ellos, que las mujeres se desvistieran. No fue nada raro en la época, pues Elvis, con sus movimientos pélvicos, y The Beatles, con su icónica frase “somos más grandes que Jesús”, ya habían sido señalados con el dedo del Papa Pablo VI.

“Yo he pensado que Los Yetis suenan bueno, suenan agradable. Yo he escuchado a mucho conjunto y suenan muy maluco, otros suenan bueno pero cantan mal, pero Los Yetis son agradables, ahí no hay nada qué inventar. No hay estridencia, pero es un grupo alegre, y muy joven, así sea de la época de los sesenta”.

Aquella década fue llegando a su final y el cambio en Medellín fue notorio: las calles, vestimentas y lugares evolucionaron, lo que trajo consigo nuevos pensamientos y, con ello, nueva música. El rock que había visto su furor con Los Yetis había encontrado formas de renovarse, con músicos experimentales que se dedicaron a tocar en discotecas y probaron crear nuevos sonidos, un poco más psicodélicos, lo que Juancho explica como una tendencia fresca, pero que tenía que sonar como si se estuviera en un viaje de ácido.

Sin embargo los integrantes de Los Yetis, para principios de la década de los setenta, ya eran meros espectadores. Iván Darío López tomó la decisión que derritió al hombre de las nieves, pues decidió anteponer sus sueños académicos e irse a estudiar a la Universidad Jorge Tadeo Lozano, en Bogotá, lo suficientemente lejos para que aquellas fabulosas guitarras eléctricas se apagaran.

“Cuando Los Yetis se acaban, había una emisora muy fuerte, la última del dial, que no la oían sino los jóvenes, de rock muy pesado, de hippies y todo eso. Se le ocurrió a Carolo y a otros, en una traba por allá en San Andres, que iban a hacer un festival en Medellín, de Rock. Hablaron con el alcalde y él les prestó una manga en Ancón, en unos morros que había allá, lo que hoy es la estación de Isagen.

Ahí en esos morros se hizo una tarima y un festival, 3 días imitando a Woodstock. Yo no sé si hubo éxito económico, pero gente si hubo: de Suramérica, de Estados Unidos, hasta de Europa y de todo Colombia. Muchachos con sus morrales y sus pintas hippies, eso era todo un espectáculo”.

Allí, en las mangas donde estaba sucediendo el Festival de Ancón, Juancho volvió a sentirse como aquel niño que veía a su padre escuchar las canciones de Perry Como: no entendía mucho de los nuevos sonidos, pues aunque tuviesen un buen ritmo, no era lo que lo llenaba, no era Los Yetis. Allí Juancho era parte del Staff del Festival, lo que en ese momento se traducía en ser quien recogía a las personas que se habían excedido en el consumo de sustancias y llevarlos a la Cruz Roja.

Ese día se dedicó a ver los conjuntos, como cualquier asistente. Saludaba gente, observaba y daba declaraciones. En su bolsillo lo acompañaba la armónica con la que, supuestamente, se presentaría, pero al sentirse sólo le volvieron a temblar los pies. Ya era el momento de otros, de la ola hippie y todas esas tendencias que fueron semilla de nuevas formas de ver el rock, lo que con el tiempo daría luz verde a géneros como el metal, el punk, el hardcore, etcétera.

“Hoy en día es muy diferente la perspectiva. Si alguien quiere apostarle a hacer música puede consultar todo lo que quiera, escuchar todo lo que quiera, asesorarse con el que quiera y presentarse a cantidad de festivales que abren puertas y dan lo que Los Yetis perdimos en algún momento: la constancia y la verdadera vocación por la música. Ya en todas partes encuentras posibilidades para todo, y hay muchos grupos que afortunadamente lo aprovechan. Los únicos que ya ni tocamos somos nosotros”.

*Este artículo hace parte del trabajo de grado Rock en Medellín: la historia sin tarima, con el que obtuve el título de periodista en la Universidad de Antioquia.