Música

Un Altavoz a ciegas

11 / 03 / 2019

Decidí asistir con los ojos cubiertos al Altavoz Fest 2018 y esta es parte de mi vivencia.

¿Se han detenido a pensar alguna vez cómo sería salir a ciegas a la calle? ¿Se han imaginado cómo es la experiencia que vive una persona con limitación visual asistiendo a un concierto? La noche que me visualicé saliendo a ciegas de casa, cruzando la calle y cogiendo un bus, sentí cómo se comprimía mi pecho y se hacía pequeña la oscura habitación donde dormía. Justo en ese momento experimenté un ataque de pánico al encontrarme en ese hipotético escenario. Me senté en la orilla de la cama a pensar la cantidad de dificultades por las que pasa a diario una persona ciega, por lo que decidí pasar un día a ciegas en Altavoz Fest, realizado entre el 10 y 12 de noviembre de 2018 en el Estadio Cincuentenario.

Era una tarea que realmente quería asumir para vivenciar el uso de los espacios públicos, el transporte y la apreciación de los conciertos desde la limitación visual, así como para entender mejor esa condición física. Todo el tiempo pensé en mi amigo Mauricio Ceballos, quién es abogado además de Comunicador Social-Periodista, e invidente de nacimiento; cuando le propuse que me acompañara en el ejercicio se entusiasmó y mostró su apoyo desde el principio para ser parte activa de esta crónica.

A Mauricio lo conocí haciendo radio y actualmente escribe para un medio independiente sobre diversos temas. Cuando me lo presentaron tuvimos una empatía inmediata, ya que compartimos pensamientos similares sobre la vida y la música. Él no acostumbra ir a conciertos grandes pero disfruta bastante de todas las sonoridades nuevas que pasan por sus oídos. Hace programas radiales muy dinámicos; lo he visto editar audio sin la menor dificultad y con una rapidez particular. A pesar de no ver las funciones en la pantalla, utiliza una aplicación que le indica lo que aparece en su computador y así, con atajos rápidos de teclas, logra trabajar audio en la mitad del tiempo que yo lo haría.

También es melómano y ha disfrutado algunas presentaciones de artistas como Aterciopelados, Soda Stereo y Andrés Calamaro. Incluso ha asistido a tres ediciones del Altavoz en las que se presentaron algunos de sus grupos favoritos, como Café Tacvba y Jaguares. Me contó que antes no podía acceder por la puerta VIP, ya que  el acceso a personas con discapacidad es reciente y disfrutaba en la fila acompañado por sus amigos. También me confesó, con una sonrisa nerviosa, que aunque fueron experiencias bonitas ahora no se siente tan cómodo con las filas largas, las grandes multitudes, la lluvia y el calor.

Cuando llegó el día del ejercicio (11 de noviembre), sentí cómo se aceleraba mi corazón y mis manos sudaban mientras, con ayuda de mi compañera, me acomodaba los parches en los ojos; era como si me hubieran inyectado una fuerte dosis de adrenalina en el cuerpo. Estaba listo: llevaba puesta una camiseta de la banda de rock Braille (que naturalmente había escogido para la ocasión), en una mano sujetaba un bastón que amablemente me había prestado Mauro y con la otra me acomodaba unos lentes oscuros para que no se notaran mucho los parches. Esa era mi armadura, aunque confieso que repensé por un instante lo que me atrevería a hacer.

Al empezar a bajar las escalas para salir de mi casa llegó un mensaje de audio de Mauricio: “Hermano, está lloviendo mucho y no he podido salir. Creo que no iré nada por allá”. Sentí, literalmente, un frío desbordado que me recorrió desde la cabeza hasta la punta de los pies, porque el ejercicio consistía precisamente en salir con mi amigo y tratar de entender su experiencia en Altavoz; vivenciar el transporte y el ingreso al festival a ciegas; sentir juntos algunos shows de los grupos sólo con el oído. No sabía qué hacer, pero en ese momento escuché la voz de mi novia mientras me daba un empujón hacia la calle: “Yo te voy a acompañar, ya te pusiste los parches en los ojos, ya decidiste hacer esta investigación y la vas a culminar”.

Salí dando pasos torpes y me iba para los lados. La penumbra me causaba pérdida del equilibrio y hacía parecer que estaba borracho, pero al cabo de unos metros me fui acostumbrando a la nueva sensación mientras caminaba apoyado en el hombro de mi novia y el bastón. Al cruzar la calle llegó el bus y el conductor nos esperó subir con toda la paciencia necesaria. Ya sentado, trataba de descifrar la ubicación del vehículo gracias a los sonidos de la ciudad; era increíble cómo prestaba más atención a ciertos detalles que en otro momento habrían pasado por triviales: las curvas que hacía el bus, el viento que entraba con fuerza por la ventana y las voces de los pasajeros que mencionaban la Terminal de Transportes del Norte o el Parque Norte; puntos de referencia que ayudaron a ubicarme mejor y adivinar cuánto faltaba del recorrido.

Una vez en el Estadio Cincuentenario ingresé por el acceso VIP, autorizado para personas en situación de discapacidad. No tuve la menor dificultad porque desde la primera puerta hubo personas guiándome para llegar al interior del Estadio. Aun así, la entrada se me hizo eterna: sentí que caminaba no sé cuántos kilómetros por un tapete plástico mientras escuchaba las fuertes guitarras que me llamaban hacia el Escenario Fest. Saludé a amigos músicos y de producción, pero tuve que preguntar sus nombres ya que no reconocía a quién pertenecían sus voces.

Como había llegado temprano y había poca gente, tuve facilidad para desplazarme y buscar un buen sitio, que inicialmente fue una tarima baja y con carpa habilitada para quienes tenían alguna discapacidad. Cuando logré adaptarme mejor al espacio, y después de una orientación del personal logístico de dónde quedaba cada cosa (el baño, la zona de comidas, las tarimas, etc.), decidí explorar la cancha que el día anterior había caminado sin parches en los ojos. Debo decir que recibí mucha ayuda por parte de los asistentes, me sentí guiado para encontrar las escalas que conducían al Escenario Norte o cuando abrían paso entre el público al verme caminar con el bastón, que se reconoce por ser de color blanco para invidentes o blanco con rojo para personas con sordo-ceguera.

Según un informe de 2016 del Ministerio de Salud y Protección Social de Colombia, se estima que hay 296.000 ciegos en todo el territorio nacional, y la OMS (Organización Mundial de la Salud) estima que alrededor del 15% de la población mundial tiene algún tipo de discapacidad. Aunque en nuestro país no hay una normativa clara de inclusión en los espectáculos públicos, existe la Ley Estatutaria 1618 de 2013, que establece normas para garantizar los derechos de las personas con discapacidad, mientras que en Medellín está el Acuerdo Municipal Número 86 de 2009 que adopta políticas públicas de inclusión a las diversas capacidades de sus ciudadanos.

Luego de disfrutar algunas bandas del festival, me dirigí con mi novia a la zona de comidas. Fue toda una aventura escoger qué comer, porque mientras mi olfato vivía una fiesta reconociendo los olores a papas fritas y los ingredientes en cocción que se filtraban por la nariz, me tropezaba con otras personas que también estaban comprando comida. Al final, logramos comer unas ricas hamburguesas de carne, tirados en el tapete del Escenario Norte durante el debut de 4to de Mente, una banda que no había escuchado antes en vivo y que por andar a ciegas, pude escuchar atentamente dejándome envolver por su sonido indie. Mis oídos me sirvieron de guía, gracias a ellos pude concentrarme en cada instrumento y tener una relación estrecha con el grupo. No importaba si alguien estaba mirándome, tampoco me daba cuenta, pero mis movimientos eran totalmente libres y sentía que estaba sonando un CD dentro de mi cabeza. Lo único realmente importante era mi vínculo íntimo con la música.

Cuando regresamos al Escenario Fest, encontré apoyo entre la multitud distribuida en toda la cancha y me abrí paso guiándome con el sonido que rebotaba en sus cuerpos. Paré un momento y me percaté de que ya había comenzado el concierto de Ángeles del Infierno, una banda que ansiaba mucho escuchar en vivo ya que me recuerda parte de mi adolescencia. Trataba de visualizar a los músicos en el escenario por el contundente sonido y por los comentarios de las personas que estaban a mi lado. Cabeceé y canté durante todo el concierto, y al final de éste, cuando estaba terminando la canción “Al otro lado del silencio”, escuché que alrededor decían que en la pantalla principal estaba la foto de Elkin Ramírez, líder y vocalista de Kraken. Me invadió instantáneamente un escalofrío porque es un grupo insignia en la ciudad y Elkin fue alguien a quien admiré bastante como persona y artista.

Decidimos salir antes del final para que nuestra retirada no fuera tan angustiosa en medio de la muchedumbre. Estaba cansando: no fue fácil estar todo un día en medio de tanta gente y sumido en la penumbra. Era hora de volver a casa para comprender mejor esta experiencia y tratar de resumirla en unas cuantas líneas. Días después charlé con Mauro y le conté cómo fue mi aventura, la cual calificó como una buena e interesante práctica que debería hacerse más seguido como ejercicio de inmersión, ya que muchos periodistas se quedan con las entrevistas o la consulta de datos para contar historias.

La experiencia de ese día, sin parches en mis ojos, habría sido escrita de manera muy distinta y jamás hubiera generado una sensación igual. Sólo puedo decir que esta fue una experiencia bella que me alegró vivir y probablemente las próximas veces que asista a conciertos, o viaje en bus, cerraré los ojos de vez en cuando para poder concentrarme mejor en esos pequeños detalles sonoros que siempre están ahí y que normalmente no podemos ver.