Transmedia

The Post y la desesperanza del periodismo en Colombia.

21 / 06 / 2019

The Post, una película que nos recuerda la importancia del cuarto poder en un país donde los medios son cada vez más serviles.

The Post, una película de Steven Spielberg que aunque fue estrenada a finales de 2017, aún sigue vigente para quienes trabajan en los medios de comunicación o están interesados en conocer los entramados del poder político y los medios, sobre todo en un periodo en la historia de los Estados Unidos bastante convulso como fueron los años sesenta y setenta.

Las primeras escenas de The Post nos llevan hasta la Guerra de Vietnam y el entramado político y militar de los años setenta en Estados Unidos. Luego vemos entrar en escena a Katharine Graham (Meryl Streep) discutiendo con su asesor Fritz (Tracy Letts) sobre la venta de acciones del diario The Washington Post, en este diálogo Katharine argumenta porqué invertir en buenos periodistas, alegando que la calidad y la rentabilidad van de la mano, convirtiendo esto en el lema profesional durante su vida.

La decisión de vender las acciones del Washington Post se da por la precaria situación en la que se encuentra el diario, después de las malas decisiones administrativas por parte del director anterior, Phillip Graham, y esposo de Katharine. La venta genera cierta oposición en uno de los hijos de la pareja, pero ésta es imprescindible para hacer frente a la incapacidad de ser solventes. Pareciera que el drama de subsistir de los diarios viene de tiempo atrás y en la actualidad esta escena tiene más vigencia que nunca, dado que muchos han desaparecido en las últimas décadas porque no soportaron los embates de la modernidad tecnológica, modernidad que también ha abierto espacio a otros medios y formatos de contenidos.

Escena The Post 2017. Imagen tomada de Internet.

The Post debería ser vista nuevamente por los profesionales del periodismo que parece que olvidaron cuál es su función social. Los juegos de poder retorcidos que vemos durante toda la película es algo para lo cual los periodistas deberían estar preparados; uno comprende que la realidad de Colombia es muy diferente a la de los Estados Unidos en los años setenta, pero salta la duda de cuál es el interés del periodista contemporáneo en su carrera: ¿ser famoso?, ¿hacer lobby a las celebridades y los políticos?, ¿cenar con un presidente?

Pareciera que nuestros periodistas se han educado no para hacer control a los poderosos, sino más bien para hacerles trivias rockeras a candidatos presidenciales en entrevistas radiales, dar opiniones viciadas por intereses particulares y profesionales o escribir libros sobre sus frustraciones cuando estos poderosos les recuerdan cuál es su posición y cuál es la del periodista, cosas muy diferentes a las que podemos ver en la protagonista de la película, Katharine Graham, mujer menospreciada por su padre y su esposo.

Nacida en el seno de una familia adinerada de la ciudad de Nueva York, Katharine estudió Periodismo en la Universidad de Chicago y fue reportera en el San Francisco News de California, después de esto regresó a Washington para trabajar en el diario que su familia había comprado, The Washington Post.

Tiempo después se casó con Phillip Graham, un abogado de la Escuela de Leyes de Harvard que tenía la aspiración de llegar al Senado de los Estados Unidos. Pero esto no pudo concretarse por el padre de Katharine, quien logró convencerlo de trabajar como editor en el Post y durante esa época, como lo menciona en su autobiografía, Katharine era humillada públicamente por su esposo, quien de forma despectiva la llamaba “Porky”.

Tras el suicidio de su esposo, y contra todos los pronósticos, ella tomó el control del Washington Post. Pero el de Katharine fue un combate con esa otra mujer que le habían inculcado ser y que durante toda su vida, como mencionó a uno de sus biógrafos, “daba por sentado, como muchas de mi generación, que las mujeres eran intelectualmente inferiores a los hombres, que no éramos capaces de gobernar, liderar o gestionar nada, excepto nuestra casa y a nuestros hijos. Una vez casadas, nos veíamos limitadas a llevar la casa, procurar un ambiente tranquilo, encargarnos de los hijos y apoyar a nuestros maridos. Pronto, esa clase de vida nos pasó factura: la mayoría nos volvimos un poco inferiores”.

En la película de Spielberg podemos ver a esa mujer silenciosa y sumisa, cuando en la reunión con los banqueros para obtener la financiación del periódico al momento de hablar lo hace Fritz, quedando en silencio y asintiendo con la cabeza. Pero en el desarrollo del filme vemos cómo va aflorando esa otra mujer que gobernó dentro de los medios de comunicación y fue una de las editoras más importantes de su época, abriendo el camino para que otras mujeres comenzaran a tomar cargos con más poder e influencia.

Las sombras del poder y el servilismo

Portada The New York Times de 1971. Fotografía tomada de Internet.

Tal y como sucede en la película, los medios en Colombia están ligados íntimamente a las figuras del poder político, quienes en muchos casos operan desde la comodidad de las sombras tal como aparece retratado Richard Nixon, a quien le escuchamos cómo trata de manipular a los medios o amenaza con silenciarlos.

En el caso de The Post la historia nos muestra la confrontación de los dos medios que comenzaron a sacar a la luz los fracasos de la Guerra de Vietnam, The New York Times y The Washington Post, con el gobierno de Estados Unidos. Ambos medios, irónicamente, han publicado en las últimas semanas sendos reportajes sobre los desmanes del gobierno colombiano y sus fuerzas militares, y que los periodistas y medios nacionales engavetaron rápidamente. Si lo hicieron para favorecer al gobierno actual es algo que solo la historia nos lo podrá confirmar o desmentir.

Pero lo que quedó claro es que en nuestro caso los periodistas en buena parte son pro-establishment, porque algunos prefirieron atacar al periodista Nicholas Casey del NYT anteponiendo sus intereses particulares y serviles antes de analizar las denuncias e investigar por su propia cuenta si la información que entregó el periodista era verídica y relevante. Prácticamente se convirtieron en jueces y fiscales, que parece ser el deporte favorito de algunos periodistas con más trayectoria.

En The Post es notable el manejo de algunas escenas con una fuerte carga política y las bromas hacia el vengativo gobierno de Nixon —hasta en eso se parece a la realidad colombiana y a cierto gobierno que prefiero no nombrar—, pero el contraste de la película con lo que sucede con el periodismo en Colombia es bastante desolador.

Mientras en la película vemos cómo los medios en Estados Unidos poco a poco perdieron el miedo a Nixon y comenzaron a investigar y corroborar las informaciones, en Colombia opera el silencio. Claro, no puedo juzgar a todos los periodistas por evitar ser despedidos en una época donde el periodismo está en “crisis” y entiendo que si fuera por los dueños de los medios colombianos le pedirían a Google que acelere su proyecto de Inteligencia Artificial para redactar articulos y ahorrarse esos salarios.

El escenario de la financiación de medios en Colombia es complejo, tal como lo demostró La Republica en un artículo de 2017 —ojala le hicieran seguimiento a esa noticia en este 2019— que si bien se centra en los medios independientes, el escenario se vuelve mas negro cuando recordamos que los grandes medios pertenecen a los tres hombres más ricos del país, según un reportaje del sitio web Las Dos Orillas de 2015.

Podríamos decir que en parte ese servilismo de algunos periodistas se da gracias a la relación poco sana entre los empresarios de “medios” y el gobierno, ya que los intereses entre ambas partes son tan profundos que difícilmente los medios serán autónomos para ejercer control sobre los gobiernos, a no ser que ese gobierno no se alinee a los intereses económicos del dueño del medio y en ese caso veríamos actuar a esa maravilla llamada “cuarto poder”.

Del informe McNamara a los falsos positivos colombianos

Robert McNamara es un personaje que a mi parecer debió tener más protagonismo en la película, pero como ésta es sobre The Washington Post su participación casi que raya en lo anecdótico, aunque su peso en la historia es mucho mayor.

Políticamente McNamara era un hombre con una posición envidiable dentro de las esferas del poder en Estados Unidos; era un protegido del presidente Franklin D. Roosevelt, amigo del que fuera tambien presidente John F. Kennedy —de quien fue secretario de Defensa— y colaborador fiel del presidente Lyndon B. Johnson, quien lo retiró de su cargo de secretario de Defensa cuando McNamara lo confrontó por el fracaso que se había convertido Vietnam.

McNamara, siendo secretario de Defensa, encargó en 1967 un informe completo sobre la participación de Estados Unidos en la Guerra de Vietnam. Dicho informe tenía como finalidad servir de insumo a los académicos en las décadas siguientes, pero sus hallazgos sólo comprobaron que la guerra en Vietnam se había tejido dentro de un manto de inconstitucionalidad al extender operaciones militares sin habérsele informado al Congreso de Estados Unidos.

Algo similar ocurrió con las denuncias que recibió el periodista del New York Times, Nicholas Casey, sobre el posible regreso de una práctica oscura al interior de las fuerzas militares colombianas denominada falsos positivos, o, en términos prácticos, ejecuciones extrajudiciales por parte de miembros del ejército contra civiles. Esto desató una tormenta política y un aluvión de críticas de diferentes sectores, pero irónicamente no sucedió lo que sucede en un Estado “democrático”, no vimos al Ministro de Defensa renunciar, ni a los militares dar explicaciones.

No, lo que vimos, contrario a lo sucedido en la película donde se ve a un gobierno tratando de callar a los medios por vías legales, fue a medios como la revista Semana despidiendo a uno de sus columnistas* por criticar la complicidad del medio con el gobierno actual. En tanto, otros periodistas prefirieron mirar para otro lado o criticar abiertamente al periodista Casey.

En la película, una vez salió el informe McNamara, la historia de Katharine  Graham comienza a dividirse en dos, pero también la de la prensa moderna estadounidense. Nixon hace su “aparición” como una voz entre las sombras, enojado por la publicación del informe McNamara y calificando a medios del prestigio del New York Times, que primero publicó apartes del informe, como unos “bastardos traicioneros”.

Sí, también aplica esta escena a algunos politicos del partido actual de gobierno, quienes no bajaron de calificar de “guerrillero” y “terrorista” al periodista Casey, provocando que éste tuviera que abandonar el país por su seguridad. Y aun así, tenemos el descaro de decirle al mundo que somos “democráticos”.

Decisiones temerosas

La pelicula se centra en el editor del Post Ben Bradlee (Tom Hanks), quien trata de convencer a los directivos del medio, en este caso a Katherine, de buscar una copia del Informe McNamara, dejando de manifiesto el temor de ella de romper relaciones con sus amigos, ya que era cercana a figuras del poder político como el expresidente Lyndon B. Johnson y el mismo McNamara, algo que Ben le recrimina.

Pero este temor de perder la amistad con figuras del poder también afecta a Ben, a quien Katherine le recrimina su relación cercana con “Jack” Kennedy (John F. Kennedy). Ante los cuestionamientos de la directora del Post, él trata de defenderse diciendo que presionó al presidente Kennedy con reportajes sobre su gobierno cuando era el momento, a lo que ella contrataca recordándole sus visitas semanales a cenar en la Casa Blanca o los viajes a Camp David, para cerrar el diálogo diciéndole que es difícil creer que tuviera ese tipo de relación si le hubiese dado algunos golpes —refiriéndose a que los reportajes publicados por Ben jamás tuvieron la fuerza para dañar la imagen de Kennedy—.

Este tipo de discusiones no ocurren en Latinoamérica o en Colombia, un país donde muchos periodistas son expertos en hacer lobby antes que hacer periodismo. Indudablemente no es una recriminación a todos los periodistas, porque algunos sacrifican hasta sus vidas para cumplir con la labor social que se les encomendó de controlar a los poderosos, pero es cuestionable ver cómo la academia sigue produciendo masivamente a periodistas que, en muchos casos, terminan frustrados como profesionales y en los pocos casos de éxito se convierten en bonitos objetos publicitarios de los politicos de turno.

La publicación de este reportaje basado en el informe McNamara sacudió a Estados Unidos, los ánimos se caldearon, miles de personas salieron a protestar contra la guerra y The New York Times se convirtió en la punta de lanza para denunciar el silencio y la mentiras de las administraciones de Truman, Eisenhower, Kennedy, Johnson y Nixon, lo que conllevó a que éste último abriera un juicio contra el diario y dejara el mal precedente en Estados Unidos de que el Estado limitara a los medios, así se pasara por encima la Primera Enmienda, y provocando, por primera vez en la historia de ese país, que un diario tuviera que dejar de publicar por una orden judicial.

Lo más triste de esto es contrastarlo con nuestra realidad, donde sabemos que los grandes medios pertenecientes a los grandes conglomerados corporativos difícilmente atacarán al establecimiento, y antes reforzarán al mismo por encima del bienestar general. En Colombia también hemos visto durante las últimas semanas un absoluto desprecio hacía la justicia, con casos que a muchos no nos gustaron -como fueron los resultados de los procesos contra Santrich-, pero que más allá de si estamos de acuerdo o no con los resultados de un proceso judicial, su veredicto se debe acatar. Aquí posamos de demócratas ante el mundo, pero cuando se nos pone a prueba brota ese espíritu autoritario que busca erradicar todo lo que no se ajuste a nuestros intereses o necesidades.

¿Amigos o fuentes?

Otro punto clave de la película se presenta cuando los periodistas del Washington Post obtienen una copia del Informe McNamara. En medio de la fiesta de cumpleaños de la señora Graham, llega Ben para hablar con ella y en uno de los diálogos que sostienen, hablan de la relación de la prensa y los políticos, esa cercanía de compartir los mismos espacios sociales mientras se desarrollaba la guerra.

La conversación termina recordando una escena vivida por Ben tras la muerte de «Jack» Kennedy, y es que nunca pensó en él como una fuente sino como un amigo, pero entiende que ese fue su error, ya que Jack sabía muy bien que Ben era un periodista y él actuó como politico más que como amigo. En definitiva, el diálogo termina con una frase por parte de Ben: “no podemos ser ambos, tenemos que elegir”.

Katherin Graham y Benjamin C. Bradlee. Fotografía tomada de Internet.

Aquí, en lo personal, radica el mensaje más directo a los periodistas: ¿ustedes tienen amigos o fuentes? Uno piensa que se inclinan más por la primera opción, ya que esa les permite acceder a otras personas y escenarios sociales que, si fuera de otra manera, no tendrían acceso. No nos mintamos, algunos periodistas son grandes relacionistas públicos y no hay nada malo en que lo sean, pero creo que difícilmente tendrán una posición para, llegado el momento, criticar a esos “amigos” gracias a los cuales ascendieron profesionalmente.

A ese tipo de periodistas debería tenérseles mucho cuidado sobre la credibilidad que tienen, porque son personajes que evitarán a toda costa que sus “amigos” reciban golpes certeros o que los pongan en evidencia frente a la opinión pública. En ese instante el periodista deja de ser periodista y se convierte en una extensión publicitaria del político, el empresario, el artista, el actor, el cantante o el escritor del cual es amigo. Podemos ver cómo algunos periodistas prefieren tener una buena “amistad” con las fuentes, tomarse fotos o ir a cenar con ellas, antes que criticarlas o hacerles algún seguimiento sobre posibles cuestionamientos que puedan tener. The Post abre un debate sobre la pertinencia de las relaciones entre fuentes y periodistas, pero parece que a algunos periodistas este mensaje les pasó por alto, con tal de no perder exclusivas o conexiones.

El cuarto poder vs el poder político

La película cierra con el triunfo de los medios sobre el gobierno y el miedo de perder capital. Acá podríamos decir que a The Post lo salvó haber confrontado al poder, legitimó su imagen y credibilidad porque, como dice hasta la saciedad el editor en jefe de este medio: “la credibilidad es el capital más importante de un periodista y de un medio, sin credibilidad solo haríamos relaciones públicas”.

Y en eso creo que han caído de manera generalizada todos los medios, grandes y pequeños: se han convertido en agencias de prensa de políticos, empresarios y artistas, incapaces de ejercer ese poder que les fue dado para evitar los desmanes de sus líderes.

En Colombia, siendo muy pesimista, creo que los nuevos periodistas seguirán esa senda de agachar la cabeza y escribir lo que el dueño del medio les pide que escriban. Claro, algunas figuras ya establecidas publicarán algún que otro contenido interesante, pero que no serán golpes certeros contra el establecimiento colombiano, porque nunca los dueños de los medios permitirán que se afecten sus negocios.

En tanto, esa crisis que mencioné al inicio es en parte culpa de los dueños de los medios, pero también de los mismos periodistas que solo se quejan en redes sociales y espacios académicos sobre la problemática que deben afrontar en la actualidad, pero poco parecen querer solucionarlo. El periodismo en Colombia no está en crisis, porque este fue asesinado y silenciado de manera gradual no sólo por las mafias en los años ochenta y los noventa, las FARC y las AUC, sino también por los empresarios y con el beneplácito de los periodistas.

Mientras la película The Post nos deja un mensaje del poder que tienen los periodistas y los medios, Colombia nos deja un mensaje de servilismo y complicidad.

 

*Al momento de ser publicada esta entrada el periodista Daniel Coronel fue reintegrado como columnista de la revista Semana.