Música

La Música de la Muerte también es #MusicaPorLaVida

22 / 04 / 2021

El papel del «Arte Macabro» y la #MúsicaDeLaMuerte como hilo conductor, #MúsicaPorLaVida y catalizador en las juventudes de #Medellin, es una historia aún por escribirse.

Durante los años 80 y 90 del siglo XX, miles de jóvenes en Medellín encontraron en la educación, el arte y la música, refugio y alternativas a la violencia. En las barriadas de Castilla, Santa Cruz, Toscana, Robledo, Aranjuez o Manrique, la estridencia subterránea transformaba vidas. Jóvenes que se abrían camino a pulso, con tesón y voluntad, combinaban sus carreras de pedagogía, ingeniería, filosofía o arquitectura con el retumbar de baterías aporreantes y la disonancia de guitarras tan afiladas como desafinadas. Imperceptibles a sus habitantes, corrientes telúricas del inframundo atravesaban y estremecían el Valle de Aburrá.

Desde las cloacas de Medellín, las músicas marginales unieron adolescentes de todos los estratos, fortaleciendo el tejido social de una ciudad fragmentada por la barbarie y la sangre. En contrapeso a la violenta realidad de la muerte, que engendraba monstruos de pesadilla macabra, las ideas revolucionarias adolescentes de esa juventud se traducían en letras, música e imágenes demasiado fuertes y disruptivas que escandalizaron –y siguen sonrojando– a la pacata sociedad antioqueña.

Para esa generación, el arte macabro fue su alternativa y la «Música de la Muerte» su respuesta a los violentos. La sonoridad de ultratumba protegió con su aura negra la vida de miles. El arte y la música son hijos de su tiempo, y las visiones del horror que vivía Colombia quedaron preservadas en las ilustraciones que recreaban imágenes de miedo y muerte: asesinatos, cadáveres y ritos mortuorios, y composiciones de fotografías en escenarios dantescos, presentaban y ocultaban a la vez surcos y registros disonantes, quedando como el documento atemporal del imperio del terror que campeaba en Colombia.

Masacre, IRA, Reencarnación, Fértil Miseria, Blasfemia, Mierda, Bastardos Sin Nombre, Kraken, Parabellum, Holocausto, Posguerra. Sólo algunas de las agrupaciones que recrearon el aullido sepulcral de los muertos sin nombre de la época. Estas bandas, desconocidas para la inmensa mayoría de compatriotas, han trascendido allende nuestras fronteras, plantando el estandarte tricolor en la escena de la música subterránea. Sus “ruidos” semejan el canto de los sepulcros en ruinas cuyas siluetas dominaban la soledad dejada a su paso por la ola de violencia que sacudía la Patria, pero esta «Música de la Muerte» salvó sus vidas.

Sus letras volvían una y otra vez sobre los mismos temas, como una obsesión inducida por una oscuridad oculta. Atentados terroristas, masacres campesinas, cortejos fúnebres, ceremonias postmortem y los cientos de féretros que, poniéndonos de rodillas, desfilaban por Colombia. Sus letras les permitían refugiarse en su “locura” para no volver a esa absurda realidad, la música no sólo fue su escudo y espada; entendieron que la muerte es parte de la esencia misma de la vida, y la fuerza de esta música les empoderó; se dieron cuenta de que no estaban solos y desamparados. Así descubrieron que, a su vez, la muerte salva.

Esta “comunidad de gusto” por una forma de arte marginal creó las condiciones para hacer en torno a ella sus proyectos de vida. Hoy, esos jóvenes (ya adultos) siguen forjando el presente de Medellín, ya sea desde la academia, lo público o el sector privado, aún tejen la urdimbre y fortalecen el tejido social de la ciudad. La educación potenció su movilidad social y en la «Música de la Muerte» mantienen su vehículo de expresión y goce creativo. Enarbolan orgullosos ese gusto incomprendido, ese disfrute de una lúdica macábrica, sólo apta para unos cuantos iniciados. Y esta cofradía tiene hoy su relevo generacional.

Cráneo, Esquizofrenia, Vitam et Mortem, Sepulcro, Atria, Death Kult (Culto a la Muerte), Presagio, Barbarie Medieval, Bacteremia, Morbid Macabre (Mórbido Macabro), Organismos, Gnosis, Oscuridad, Caos. Estos, y muchos otros herederos del oscuro legado sonoro y estético, siguen creando, planteando, proponiendo, cuestionando, transformando.

El arte, expresión de nuestra capacidad de simbolizar, canaliza nuestros impulsos agresivos. La música, como expresión creativa, transforma la violencia en goce y disfrute; la agresión es contenida, controlada y enfocada. Y cuando se hace en ambientes controlados, se transforma en algo positivo. Una suerte de pacificación preventiva, si se quiere. Y estas nuevas generaciones sirven de medio para un fin: acercarnos y reconciliarnos con ese lado, oscuro y sórdido, y confrontarnos con lo que muchas veces preferimos ignorar, celebrando lo que solemos negar y se da gusto con lo que más tememos.

Y así, la «Música De La Muerte» sigue siendo #MúsicaPorLaVida.

*Portada foto banda Masacre. Foto cortesía de la banda.