Música

Alejo Durán: canto, mito y leyenda

27 / 03 / 2019

Con motivo de los 100 años del natalicio de Alejandro Durán Díaz, presentamos aquí algunos detalles desconocidos de la vida y obra de este juglar, considerado una de las leyendas de la música vallenata.

La esquina de Palacé con Bolivia, en Medellín, es hoy un espacio de alucinación y surrealismo, lejos de lo que fuera en 1983. Es un territorio dominado por los placeres mundanos, y donde pervive el lugar sin límites del que hablaba Donoso. Dalí hubiera dado la vida por sentir de cerca la pesadumbre de su atmósfera: los cuerpos al aire, muy ligeros de equipaje o casi como en bolas (desnudos), en completo lance de lascivia y a la caza de quienes deseen echarse una cana al aire; o experimentar el deambular de cuerpos lacerados por la tragedia del olvido, la falta de autoestima o el peso del delito cometido y pagado, pero no perdonado por esta sociedad de hipócritas.

Alejo Durán y la directora del programa Una Voz y un acordeón, de la Emisora Cultural de la Universidad de Antioquia, Marina Quintero Quintero. Foto cortesía de Marina Quintero Quintero.

Alejo Durán y la directora del programa Una Voz y un acordeón, de la Emisora Cultural de la Universidad de Antioquia, Marina Quintero Quintero. Foto cortesía de Marina Quintero Quintero.

No se sabe si son hombres o mujeres, o ambos en un mismo cuerpo y en una misma aventura. Pero para que usted no se condene del todo en la hoguera de la perdición, tiene la posibilidad de adquirir las imágenes de todos los santos, vino consagrado, escapularios, medallitas y otros accesorios divinos, pues casi que por cada lugar de “perversión” hay una tienda sacra, de modo que a veces deambulan las almas desnudas al lado de las sotanas y hábitos consagrados. Pues bien, en esa convergencia de calle y carrera, se levanta un hotel, de esos que llaman de “mala muerte”, cuya entrada aparece casi siempre resguardada por dos o más andróginos en plan de rebusque.

Ese hotel de la esquina “caliente”, mitad Palacé, mitad de Bolivia, era el preferido por el Maestro Gilberto Alejandro Durán Díaz, cuando pernoctaba en Medellín. Del balcón, sobre Palacé, donde me concedió la única entrevista que logré con esta leyenda de la música vallenata, en 1983, no queda nada. Está tapiado, rústica y salvajemente con ladrillos, para que nadie sepa cómo son las urgencias sexuales de la Medellín de hoy.

Recuerdo nítidamente el día que me recibió en el destruido mirador. El Negro Grande de Colombia, como solían llamarlo, estaba sentado en una mecedora momposina, que se mecía suavemente al vaivén del viento. Con su inseparable sombrero vueltiao sobre la cabeza, con la nobleza de su sonrisa y la sencillez de su personalidad. Era un domingo soleado y tranquilo por esas calles aledañas a la Catedral Metropolitana, cuando Medellín era una niña ingenua que aún no había sido vendida del todo al narcotráfico por sus proxenetas dirigentes para que la desvirgara. El viernes anterior a ese domingo, el juglar había hecho una apoteósica presentación en el Teatro Camilo Torres de la Universidad de Antioquia, traído al alma máter por gestión del profesor Rito Llerena Villalobos, autor del libro Memoria cultural en el vallenato. Un modelo de textualidad en la canción –folklórica, publicado en 1985, y con el apoyo entusiasta de la también profesora Marina Quintero Quintero, quien lleva 36 años con su programa Una voz y un acordeón, en la Emisora Cultural de la Universidad de Antioquia.

Con el Maestro Alejo hablé de todo un poco. Parte de esa entrevista se publicó en el periódico El Colombiano, el domingo 30 de noviembre de 1997, en las páginas 6 y 7 E. Posteriormente se incluyó en el libro Vallenato, Cultura y Sentimiento, de mi autoría, editado en 2005 por la editorial de la Universidad Cooperativa de Colombia.

Alejo Durán (izq) y Marcos Vega Seña (der). Foto cortesía.

Alejo Durán (izq) y Marcos Vega Seña (der). Foto cortesía.

Las cábalas del nueve entre cantos de vaquería

El nueve pareció perseguir la vida de Alejo Durán como cábala del destino. Nació el 9 de febrero de 1919, en El Paso, un pueblo que inicialmente perteneció al departamento del Magdalena, pero con la creación del Cesar, quedó en esta última jurisdicción. Se radicó luego en Planeta Rica, Córdoba, donde fue considerado hijo ilustre. Por ello, en alguna ocasión se declaró magdalenense de nacimiento, cesarense por decreto y cordobés de corazón. Murió en Montería el 15 de noviembre de 1989, es decir, que este año se cumplirán 30 años de su ausencia en los escenarios, y que demuestra que jamás nos olvidaremos de su legado musical. El monumento a su famosa canción “Mi pedazo de Acordeón”, en Valledupar, está sobre la carrera 9ª, y  el 039, en fin…, el 9 por todas partes.

Para iniciar la conversación con el Maestro le pregunté sobre su infancia y la evocó la de la siguiente manera:

«Bueno, es hablar de algo bonito, porque no hay cosa más bonita que la infancia, ¿oyó? Después de la infancia no hay nada más. Primeramente (sic) hay lo más grande: estar uno reunido con la familia. Hablar cuando uno está grande de la infancia es recordar, es revivir, porque se regresa a un tiempo tan bonito, que ya no lo ve más nunca, pero recuerda. Y recordar es vivir”.

¿Qué influencia tuvo su madre, Juana Francisca Díaz, en su carrera? Cuentan que cuando ella supo que se dedicaría a la música, le dijo que se cuidara, porque la música corrompe.

Que no es mentira. Es verdad. Pero la música corrompe al que quiere corromper. No sólo la música; cualquier arte corrompe si la persona quiere corromperse. Pero si la persona quiere ser gente responsable, no se corrompe. A uno no lo corrompe nadie. Uno todo lo hace porque lo quiere hacer. Eso que se le eche cargo… que fulano tiene la culpa que mijo se haya corrompido. No, su hijo quiso corromperse.

Para entender la conformación de la música vallenata, se afirma que existe algún substrato de este en los cantos de vaquería. Sabemos que usted fue vaquero. ¿Alguna vez cantó vaquería?

Mucha, mucha vaquería. Pero veo leyendas que dicen que el vallenato tiene influencias del canto de vaquería. No sé. Cuando yo empecé a tocar acordeón vi que la cosa era distinta. Ahora los escritores dicen eso, pues tenemos que aceptar y respetar lo que ellos dicen. Han podido investigar más que yo.

¿Entonces los cantos de vaquería no influyeron en sus composiciones, en su vida musical?

Eso no influyó en nada, porque yo llevaba la música por dentro. Que no la había desarrollado era otra cosa. Pero hubo la época en que motivó que podía, y yo mismo me di cuenta de que podía ser un… no digamos un gran músico, pero sí un músico aceptable para el público. Y hasta la presente yo creo que no me engañé. He tenido una buena aceptación, que era lo que yo anhelaba, buscaba, y lo he podido conseguir. Por eso le digo que para mí la influencia de la vaquería no tiene nada que ver con eso.

Usted dijo en una ocasión que algunos colegas suyos se habían desviado del origen del vallenato. ¿A qué se refiere concretamente con esa afirmación, Maestro?

No es que se han desviado, sino que mis compañeros de temporada como Luis Enrique Martínez, Abel Antonio Villa, el finado Juancho Polo, ellos no han seguido. No sé qué les ha pasado que se han quedado y yo he seguido. No puedo decir que lo han hecho por esto o que alguno se acabó porque hizo esto otro, no. Debe ser gusto de ellos. Ellos se aburrieron o lo que sea, y como prácticamente uno es temporal, posiblemente a ellos le llegó la época primero que a mí.

Se dice que la primera composición que usted hizo fue «Las cocas». ¿Qué recuerda de esa canción?

Nada. Eso es muy viejo. Eso era cuando yo estaba empezando a tocar acordeón que se me daba por hacer canto, ¿oyó? Pero unos cantos que no tenían… cómo podría decirle… un sentido para el público, porque eran cosas que yo inventaba, tratando de hacer algo que sirviera. Y así fue. Usted sabe que lo que uno empieza nunca sirve.

Alejo Durán, Gustavo Gutiérrez, Rafael Escalona y Gabo. Tomada de www.elheraldo.co

Alejo Durán, Gustavo Gutiérrez, Rafael Escalona y Gabo. Tomada de www.elheraldo.co

La pega pega: quien va allí, se queda

Sahagún es un pueblo ubicado al norte del departamento de Córdoba. Desde la década del 60, con el Festival de Teatro y Danza, este poblado desplegó una tradición cultural arraigada. Por eso, en sus años de esplendor fue catalogado Ciudad Cultural del departamento de Córdoba. Posiblemente esta sea la década en que Alejandro Durán vivió en el municipio. De su pernoctada en Sahagún, quedaron dos canciones en la historia del juglar: “La pega pega” y “La niña Guillo”. Sobre la primera, le pregunté al Maestro:

Hace muchos años compuso una canción llamada «La pega pega». ¿Cuál fue el motivo de esa canción?

“La pega pega”, la recuerdo porque me lo pregunta. “La pega pega” era una casa de citas; total que una vez fui allí y me quedé acostumbrado, ¿oyó? Por eso dice la pega pega.

¿En qué pueblo fue eso, Maestro?

Eso fue en Sahagún, donde viví un tiempo. Ahí de la parte atrás de la finada María Lorenza, donde ahora está el barrio Callelarga. La dueña la llamaban Pasión. Una vez estuve allí y me quedé amañado, por eso que dice la pega pega, porque el que va allí se queda.

La canción fue grabada en 1960 y ya se veía la creatividad del artista para buscarle nuevos derroteros a la música vallenata, pues es un paseo rápido donde inicialmente no inicia el acordeón sino el sonido fiestero y alegre del bombardino, instrumento que Durán Díaz incluyó con frecuencia en sus canciones para darle ese toque singular que hace a este juglar único en el género:

En Sahagún hay una casa

La llaman la pega pega (bis)

Porque ahí tienen una trampa,

todo que va allí se queda (bis).

 

Cuando yo llegué a esa casa,

yo lo hice pa´ divertirme (bis),

pero ahí tienen una trampa,

cómo fue para salirme (bis).

 

A la pobre e mi morena

Que yo la aconsejaré (bis)

No vaya a la pega pega,

porque la puedo perder (bis).

Niña Guillo es pa´que sepa…

Otra de las canciones, entre muchas, que se quedó en la memoria colectiva de la costa Caribe y de los sahagunenses en general, fue “La Niña Guillo”. Un son dedicado a una mujer que, de acuerdo con los datos suministrados por mis hermanas Nilda y Grisalda, quienes en su infancia y juventud vivieron y gozaron con las melodías del Negro Grande, tenía una tienda de abarrotes, donde vendía también cervezas; era visitada por músicos, compositores espontáneos y parroquianos en general. Cuando los borrachos se ponían pesados, la niña Guillo cerraba el negocio. (Niña es un tratamiento de cortesía y respeto que se acostumbra en la costa Atlántica para con las damas, sin importar la edad).  La canción entró en circulación en 1964 aproximadamente:

Lo que guayabo me da,

lo que guayabo me da, 

lo que guayabo me da,

con toditos mis amigos,

ombe ya me llevan acostar,

oye, a casa e’ la niña Guillo (bis). 


Niña Guillo es pa’ que sepa (3 veces) 

Y que goce un sabroso rato (3 veces),

oye, debe de abrirme la puerta,

ombe, mire que vengo borracho (3 veces)

 
Le voy a pedí un favor (3 veces),

A toditos los muchachos,

ombe, que ya no me den más ron,

miren que vengo borracho (3 veces)

039, 039, 039 se la llevó…

La historia de los amores del Negro Grande con Irene Rojas quedó narrada en un paseo memorable: “El 039”. Era el número de la placa del Jeep Willys que se la llevó después que los ojos pícaros y enamoradizos de Alejo la flecharan para siempre. La historia da cuenta de un enamoramiento mágico y fulminante en una carretera con un destino aciago para el compositor y en un lugar que no se menciona, pero posiblemente de caminos destapados, polvorientos y con la resolana del Caribe. Otra vez el nueve se atravesó en el camino de Durán.

 

Cuando yo venía viajando

bajaba con mi morena

Cuando yo venía viajando

bajaba con mi morena

y llegamos a la carretera

se fue y me dejó llorando

y llegamos a la carretera

se fue y me dejó llorando

 

Es que me duele y es que me duele y es que me duele,

válgame Dios

039, 039, 039 se la llevó

Es que me duele y es que me duele y es que me duele,

válgame Dios

039, 039, 039 se la llevó

039 039 039 se la llevó,  ¡apa!

 

Irene se fue llorando

a mí esa cosa me duele

se la llevó el maldito carro

aquel 039

se la llevó el maldito carro

aquel 039

 

Es que me duele y es que me duele y es que me duele,

válgame Dios

039 039 039 se la llevó

es que me duele y es que me duele y es que me duele,

válgame Dios

0039 039 039 se la llevó

Me consuelan los muchachos

porque lloro a mi morena

¡ay! ella me dejó un retrato

para que recuerde de ella

¡ay! ella me dejó un retrato

para que recuerde de ella, ¡ay!

 

Es que me duele y es que me duele y es que me duele

válgame dios

039 039 039 se la llevó

Aparece El Sucesor

Al inicio de este siglo, se me encargó la misión de asesorar a las fiestas tradicionales de un pueblo al sur del Valle de Aburrá, en Antioquia. Se planteó que se hiciera una noche caribe, con presencia de artistas de esa zona de Colombia. Por mis escritos que se leían en la sección “Las 10 favoritas del vallenato”, en esa época, en Estrella Estéreo, conocía el trabajo musical de Enrique Trujillo Díaz, un músico también residente en Planeta Rica, Córdoba, y cuyo mérito es tener la misma tonalidad de voz del Maestro Alejo Durán, por lo que lo apodan El Sucesor. La organización del evento respaldó mi propuesta de traer al artista para que actuara en estas fiestas.

El concierto de Trujillo Díaz en ese municipio fue memorable, pero lo más importante es que entre los integrantes de su conjunto musical está don Plutarco Julio, quien trabajó 30 años como cajero (que interpreta la caja, uno de los tres instrumentos típicos del vallenato) al lado de Alejandro Durán. Don Plutarco me corroboró la historia de “El 039”. Explicó que la historia es exactamente como lo cuenta la canción y dio otros detalles como el hecho de quien le avisó a Alejo, que la “niña” iba llorando, luego de que él se bajó, fue el conductor del carro, y el Maestro solamente alcanzó a ver la placa: 039.

También me habló de otras creaciones memorables de Alejo, como “Altos del Rosario”. Don Plutarco contó que esa canción la compuso en homenaje a unos compadres que Durán visitaba, y que cuando terminaban las fiestas, se decía, “Durán si no se va”. Es un son en el cual Durán apela a un tono elegíaco, mezclado con una instrumentación que expresa el sentir por los amigos, por la fiesta y la nostalgia que implica una despedida. Ese sentimiento colectivo es el que caracteriza al vallenato autóctono y es precisamente una de las cualidades que hace que este tipo de música se lleve en la sangre y provoque variadas pasiones. He aquí la letra:

Lloraban los muchachos,

lloraban los muchachos,

lloraban los muchachos

cuando di mi despedida

yo salí del Alto,

yo sali del alto,

yo salí del Alto,

en la Argelia María.

yo salí del Alto,

yo sali del alto,

yo salí del Alto,

en la Argelia María, ¡güepa!

 

Decía Martín Rodríguez,

decía Martín Rodríguez

decía Martín Rodríguez

y lo mismo su papá,

que la fiesta sigue

que la fiesta sigue

que la fiesta sigue

Durán si no se va,

Que la fiesta sigue

que la fiesta sigue

que la fiesta sigue

Durán si no se va,

Y Durán si no se va,

Durán si no se va

Duran sino se va

es que la fiesta sigue, ¡guepa!

 

Pobrecito Avendaño,

pobrecito Avendaño

pobrecito Avendaño

y lo mimo Zabaleta,

quedaron llorando,

quedaron llorando

quedaron llorando

y se acabó la fiesta.

Quedaron llorando,

quedaron llorando

quedaron llorando

y se acabó la fiesta

 

Se acabó la fiesta,

se acabó la fiesta

se acabó la fiesta,

y quedaron llorando.

Se acabó la fiesta,

se acabó la fiesta

se acabó la fiesta,

y quedaron llorando


Lloraban las mujeres,

lloraban las mujeres

lloraban las mujeres

ya se fue el pobre negro,

dinos cuándo vuelves,

dinos cuándo vuelves´

dinos cuando vuelves

y nos dará consuelo.

dinos cuándo vuelves,

dinos cuándo vuelves´

dinos cuando vuelves

y nos dará consuelo.

 

Nos dará consuelo,

nos dará consuelo,

nos dará consuelo

y dinos cuándo vuelves

 

Nos dará consuelo,

nos dará consuelo,

nos dará consuelo

y dinos cuándo vuelves

Alejo vuelve en cada una de sus canciones, en su voz sencilla y atronadora; en su acordeón de notas finas y excelsas; en sus modales de caballero y juglar babilónico. Faltará por contar otras historias de esta leyenda de la música colombiana. Por ahora, nos dará consuelo, nos dará consuelo con sus 100 años de natalicio y  porque, a pesar de su partida al más allá, Durán si no se va, Durán si no se va, y es que la fiesta sigue…

 

*Este texto fue escrito por: Marcos Fidel Vega Seña y Felipe Sánchez Hincapié