El Cronicario
Travestismo urbano
26 / 06 / 2019
Y entre diferentes reflexiones siempre llega la pregunta ¿Es acaso Medellín hombre o mujer?
A pesar de mis insistentes reflexiones solitarias, de los debates en cafetines de la Oriental con mis amigos y de los innumerables cuentos y libros que he leído, aún no he logrado determinar si Medellín es hombre o mujer, ya que como bien es sabido por todos, toda ciudad tiene un género. Por ejemplo: está el Buenos Aires caótico de Sábato, o la Granada musulmana de España, solo por mencionar un par. Sin embargo, siempre que creo haber llegado a una conclusión sobre Medellín, algún erudito de turno viene a plantearme nuevas dudas y es por lo que este hecho, este misterio, sigue sin ser resuelto.
A veces creo que es una mujer. Una matrona gorda de caderas anchas, piel tostada por el sol y cabello negro, con voz fuerte y firme, pero de hablar lento, como arrastrando las palabras. Cariñosa y bondadosa, y sobretodo santa: rezandera, piadosa y mártir. Entonces, cuando creo estar segura, se cruza en mi camino un artículo de prensa que parece insinuar que no es así, sino que en realidad Medellín es un macho. Sí, ¡un macho! Joven, apuesto y mujeriego; bohemio y bebedor, además de voraz lector. No se explica cómo es que, con el paso de los años, este humilde muchacho terminó por convertirse en un gordo panzón y avaro, cicatero de traje y corbata, orgulloso comerciante moderno descendiente de su abuelo colonizador; aquel culebrero bigotudo de carriel y machete que partió al sur sobre los lomos de una mula a conquistar aquellas tierras para sembrar café.
¿O será acaso que estoy metiendo de nuevo la pata, y finalmente Medellín sí es una mujer? Motivos no me sobran para inclinarme hacia esta teoría. Al fin y al cabo, siempre que la evoco pienso, sin querer, en una puta de labios rojos que se vende al mejor postor, con un contorno curvilíneo y una topografía montañosa, pechos como cerros gigantes, un vientre plano y fecundo como un valle extenso, y largas carreteras como piernas que no llevan a ninguna parte. Empiezo a divagar, me enredo de nuevo. ¡Qué indignada debe estar Medellín! Esa conchuda que siempre habla sobre el modo correcto de vivir y termina por esconder sus borracheras, sus amoríos, su violencia, su drogadicción y especialmente su travestismo.
Sí, ¡Medellín es un travesti! Tuve que conjeturarlo por mi cuenta, puesto que el pobre no se anima a aceptarlo. Siempre pendiente del qué dirán, prefiere guardarse su secreto y así vivir como un hombre de día, cumpliendo con su rol de macho en la sociedad; para salir a la noche con sus tacones, su maquillaje y su vestido de lentejuelas brillante, buscando atrapar a algún gringo despistado que le dé lo que el narcotráfico no pudo. O tal vez he terminado por inventar todo esto, y lo anterior no es más que una prueba de que estoy loca de desamor y no le puedo perdonar que no me haya querido querer. ¿Qué puedo hacer Medellín? Si no puedo vivir ni contigo ni sin ti.