Mancha negra y furia
Cambiar las cosas de lugar
30 / 06 / 2021
Crear es subvertir, transgredir, levantar lo que yace dormido, aplacar lo que a gritos nos lleva por la misma senda.
Crear implica una relación entre lo que hemos llamado “tradición”, los acontecimientos del tiempo que nos corresponde y, por supuesto, el ánimo de ruptura, de llevar lejos todo aquello con que nos movemos, las cosas en que creemos, los momentos que nos causan asombro y que despiertan la necesidad de hacer algo, de decir algo.
Crear es desestimar lo que hemos aprendido como una lección inalienable, pues, al hacerlo, al tejer lo que nos apetece, la intención es dar otro paso y ser de manera diferente, llegar a ser quienes somos. No bajar la cabeza ni retroceder.
Para crear hay que dirigirse al lugar en que posiblemente nos podríamos encontrar con el cumplimiento de nuestra singularidad —puesto que un creador debe tener confianza en sí mismo— y estar atentos para escuchar lo que el futuro nos tiene preparado. Y aunque es una obviedad, esto implica disciplina, una constancia que no todos poseen, una voluntad inquebrantable.
Para crear hay que ser un tanto visionarios, estar en sintonía con las reverberaciones de tiempos inhabitados, prestos a descifrar épocas donde la memoria despierta, tener una sintonía con lo que en nuestra cotidianidad se refleja convirtiéndose en algo propio. Hay que darle una dirección adecuada a nuestras intuiciones para que alcancen a ser sentidas por los demás, sin importar si estamos presentes para celebrarlo o no.
Crear es generar un impulso que nos sobreviva, es desatar lo improbable y hacerlo posible. Es alzar la mirada y romper con los modelos a los que nos hemos adherido para poder firmar sin temor a repetir, y no ser uno más bajo el amparo de quienes nos dan sombra. Ser y estar en relación con lo vivo y abrirse a la sensibilidad, sea lo que sea que traiga consigo, es acometer por un inicio, más que subrayar signos ajenos.
Crear es liberar la luz que nos posee, es abrirse campo por la oscuridad que el desconocimiento ha puesto frente nosotros. Es poner la actitud donde más duele, tratar de sanar las heridas que llevamos desde la infancia, no declinar ante los dictados que buscan hacer de nosotros borregos sumisos ante un modo “correcto” de sentir o de hacer.
Para crear hay que ahondar en el lenguaje de aquello que nos llama la atención, conocerlo bien, pelear con él a capa y espada. Amarlo hasta la saciedad. Y es decisivo conocernos a nosotros mismos, haber transitado lo suficiente para tener experiencias que nos enriquezcan y alimenten nuestra tarea y la vida de quienes se acercan a nuestra obra. Hay que saber lo que se quiere y tener presente que las cosas pueden cambiar en cualquier momento, que no hay colores exactos, sino variados matices, diferentes maneras de ver.
No importa si se nos impone la soledad, el silencio o el abandono de los círculos sociales o familiares, e incluso de los llamados “maestros”, puesto que hay que abandonar a tiempo a aquellos que amorosamente nos han guiado. Aunque también es imprescindible tener puntos de referencia, un diálogo con personas que vayan en la misma dirección, que sopesen lo que se ha estado haciendo y que tengan un camino recorrido, una obra que valga la pena o que nos entusiasme lo suficiente. Es de suma ayuda tener a alguien en quien confiar y que tenga buen criterio, que no le pese la lengua al hacernos observaciones y detectar inconsistencias en lo que queremos poner en manos de todos.
Hay que trabajar diariamente, enfocados en lo que se quiere para lograrlo. Pero antes que nada, amar lo que hacemos, sentir que si nos llegase a faltar, ya no habría ningún sentido para nosotros. Si llegase a ocurrir que el amor por lo que se hace se acaba, que podemos seguir con nuestras cosas sin aquello que era nuestro aliciente al despertar, significa que no era tan importante. Y sería inútil insistir. De todos modos, nadie está llamado a ser un creador.
Hay que animarse a crear sin disculpas para poder hacerlo. Lo único que cuenta es la obra en este caso. Pero se debe ser cautelosos con esa trampa de “tú también puedes”, puesto que no brotan genios como cae la lluvia en la tarde. La mirada del mundo se ha ido ampliando con el crecimiento de los caminos que algunos creadores genuinos, de capacidad auténtica, han puesto a nuestra disposición. Responder a ello exige una lectura honesta, una continuación de lo que se ha leído.
Hay quienes buscan la academia —que nos priva de la imaginación y la mirada crítica si se anda distraídos— esperando ampliar sus horizontes. De todos modos, si decides el estudio formal, no dejes que te rompan las alas y recibe con gusto sus ofrecimientos: la lectura, la escritura y la conversación. Sumadas estas a esa peculiar manera de escuchar que acrecienta las vidas arriesgadas, creativas, aún por descubrir.
Crear es subvertir, transgredir, levantar lo que yace dormido, aplacar lo que a gritos nos lleva por la misma senda. Crear es hacer de aquello que aún no es augurio un avivamiento para la profecía. Crear significa ir tras el encantamiento y dejar señales en el aire, no para asegurar el regreso, sino para que la mordedura del desierto advierta que, al liberar la lluvia, los pájaros podrían llegar en cualquier momento. O creamos o sucumbimos. No hay más.
Por eso, no dudes en cambiar las cosas de lugar. Pero pon cuidado a lo que mueves y dónde lo pones, no sea que tropieces cuando ya no tengas fuerza para seguir avanzando y el cansancio te nuble: lo que se crea siempre está delante de quien lo ha creado. Y no hay vuelta atrás.
VÍCTOR RAÚL JARAMILLO
Medellín, 24 de mayo de 2021