Música
De Ancón y otros demonios de la Medellín goda
22 / 08 / 2017
La historia de cómo el festival Ancón convirtió a Medellín en una Meca hippie y cuyos ecos siguen sonando 46 años después.
A doscientos metros del Santuario de la Virgen de Chiquinquirá, en el municipio de La Estrella (Antioquia), los hippies que ya habían ocupado el campo prendieron los primeros “barillos” de marihuana aquel viernes 18 de junio de 1971, fecha que pasaría a la historia como el primero de los tres días del Festival de Ancón.
Los que llegaron desde el jueves agradecían haber estado adentro en esos momentos, pues el puente de hierro y madera colocado por las autoridades sobre el río Medellín se había vuelto una autopista de hippies que eran requisados, superficialmente, por Gonzalo Caro, ‘Carolo’, que aparte de ser el encargado de decomisar el aguardiente era reconocido como el gestor, promotor y creador del Festival.
Quién iba a pensar que aquel hombre meses atrás se reconocía como integrante activo de los grupos de manifestantes de la Universidad de Antioquia, de esos que realizaron una serie de cuarenta manifestaciones que terminaron con la renuncia del alcalde Ignacio Vélez Escobar tras la visita del banquero David Rockefeller a Colombia en 1968.
Ese hombre, a quien se le viera estallando incontables bombas molotov construidas con los envases de la cafetería de la Universidad, estaría dos años después frente a Álvaro Villegas Moreno, alcalde de Medellín de la época, con el único fin de proponerle la realización del Festival Ancón: un evento que, emulando al Festival de Woodstock, daría lugar a que la juventud se expresara y liberara por medio de la música, el hippismo y la sexualidad.
Para el mismo Carolo el Festival de Ancón no nació de un banco de proyectos, o de una empresa publicitaria, o de una empresa disquera, ni de nada. Ancón fue un grito libertario de independencia vital. Ancón ni se repite, ni se repetirá porque fue la iluminación y el homenaje más verraco a la improvisación. Ancón le rompió la virginidad a Medellín y eso solo se puede hacer una vez.
Gonzalo Caro ‘Carolo’ era conocido por “Cartelandia”, su negocio ubicado en el pasaje Junín, al centro de Medellín. “La Caverna de Carolo”, que llegaría después, sería el epicentro del desarrollo de la idea del Festival. En su negocio se vendían discos de vinilo, afiches y ropa hippie, pues la estética de este movimiento llegó rápido a Medellín: el pelo largo, los zapatos con suela de llanta, las manillas de cuero, el signo de la paz, las camisas floreadas y la marihuana, aunque ésta última entrara al establecimiento con el único fin del consumo del propietario.
“Cartelandia” estaba ubicado en un segundo piso. Los productos que allí se vendían resultaban ser muy económicos pues, según decían, a la gente no le gustaba subir escalas. Luego “La Caverna de Carolo” estuvo ubicada en un sótano, por lo que no se demoró mucho en correr el rumor de que era peligroso entrar allí, y que todo estudiante que tan si quiera se asomara a aquel lugar era desnudado y obligado a fumar marihuana. Esto para la Caverna fue la mejor publicidad.
‘Carolo’ no era un hombre de negocios, ni había organizado un evento en su vida. Según él, todo comenzó un día mientras pasaba las vacaciones en las playas de San Andrés, rodeado de nadaistas. En uno de esos viajes patrocinados por la naturaleza, ‘Carolo’ se imaginó un festival tan grande como el mismísimo mar Caribe que tenía al frente.
Aquel día el presidente Misael Pastrana Borrero iba a visitar la isla. Gonzalo Arango, ‘Pablus Gallinazus’ y otros nadaistas, junto a ‘Carolo’, decidieron irse lejos de la parafernalia del gobierno, por lo que resultaron en un paraje solitario cerca al Hoyo Soplador, donde luego podían visitar el establecimiento del Negro Pepa, quien hacía unas tortas de cangrejo deliciosas. Justo allí, según el mismo ‘Carolo’, la idea del festival volvió a aparecer en su mente como si de una revelación bíblica se tratara:
Yo me tiré un ácido y en las nubes empecé a visionar un festival, y a verlo. Yo no tenía conocimiento, pero empecé a hablar. Como yo era el más joven de ese grupo, me tildaban de mascota, y que me había chiflado. Yo les decía que no, que como en la Biblia, donde ‘el Espíritu Santo bajó en bolas de fuego’, así me llegó la idea y así la iba a hacer.
No esperó mucho. Aunque tuviera un par de días más de descanso agarró una moto, de esas de noventa centímetros cúbicos que alquilan en la isla, y mientras despotricaba por el bendito momento en que cogió una moto que se iba a varar, la agarró, la tiró por el acantilado y la observó mientras se perdía en el agua. Sin mucho más, se fue para Medellín.
Una vez llegado de San Andrés y sin redes sociales a las cuales acudir, ‘Carolo’ tuvo que ir a escuelas, barrios y locales a preguntar quién tocaba guitarra en Medellín y Bogotá para comenzar a hacer el cartel del festival. Con instrumentos prestados, cada que a la Caverna entraba un bajista, un guitarrista y un baterista se formaba un grupo que tocaría en Ancón.
Desde que se supieron las intenciones de ‘Carolo’ para con la ciudad las mentes más conservadoras pusieron el grito en el cielo. El mero hecho de pensar en un evento donde se juntarían los jóvenes hippies e ‘inbañables’ era para las altas esferas de la ciudad un despropósito, pues era la excusa perfecta, según ellos, a la perversión, el mal turismo, la aglomeración de vagos y desadaptados y a la humillación de toda la tradición cristiana que había tenido la culta, honorable y digna Medellín.
Tanto así que el padre Fernando Gómez Mejía, a través de su programa radial La Hora Católica, decretó que era pecado mortal ir a Ancón, lo que sin embargo aumentó la expectativa y las ganas de asistir de los jóvenes. “Como la gente no era tan mala, la mínima oportunidad de pecar la aprovechaban, y el pecado mortal era una oferta muy tentadora”, afirma ‘Carolo’.
Ahí fue que ‘Carolo’ tuvo que presentarse nuevamente ante la Policía, pero esta vez para hablarles sobre su proyecto:
- Pero ¿usted no es el mismo que el año pasado tuvimos como dos o tres veces aquí porque era el responsable de las manifestaciones y de los quiebres de vitrinas?
- Sí, mi coronel, pero ya me dejé crecer el pelo, ya no comulgo con las ideas revolucionarias sino con las de paz y amor. Las piedras, los cocteles molotov y los garrotes con los que quebrábamos los parabrisas de los carros los vamos a cambiar por guitarras, flautas y armónicas.
Y le comieron el cuento, aunque la seguridad del evento se redujera a dos policías, quienes se limitaron a acompañar a ‘Carolo’ y transportar treinta o cuarenta platos de comida encargados de algún restaurante.
Leonardo Nieto, el dueño del Salón Versalles, fue el primero en patrocinar el festival. Cinco mil pesos de la época, más la responsabilidad de servir de fiador para que Manuel Arcila, el dueño del chance en la ciudad, le prestara al evento otros cincuenta mil a interés. Nieto quedaría tan contento con el festival que al momento de la devolución del dinero le dijo a ‘Carolo’ que dejara eso así, que aquel evento había sido un cambio radical.
Del pasaje La Bastilla ‘Carolo’ sacó los obreros que montaron la estructura de Ancón, pues una semana antes del festival, al visitar el lugar, no había caído en la cuenta de que debía tener una tarima, conectores y amplificadores. La tarima, que se hizo con una altura de 1,20 metros, al terminar el tercer día del festival apenas sobrepasaba los 80 centímetros.
Aquel primero de junio de 1971 ‘Carolo’ fue el primero en pararse al inicio del puente que conducía al festival. Cobró 13,20 pesos a cada asistente; un peso por cada uno de los diez amigos que le ayudaban, para una amiga y para él ; y 1,20 pesos que fueron directos a pagar el impuesto del 10% para promocionar el deporte y crear Coldeportes, ley que se había instaurado desde 1969 y que casi nadie había tomado en serio. ‘Carolo’, orgulloso, comenta: la historia del deporte en Colombia empieza con los marihuaneros de Ancón.
Gracias, maestro
Álvaro Villegas Moreno, por esos tiempos alcalde de Medellín, dio en 1971 el “Sí” que le costaría su puesto como mandatario. Allá estaba, el primer día de Ancón, dando el saludo de bienvenida a más de diez mil asistentes. “Es el reconocimiento a una acción juvenil que no podemos tapar con las manos”, declaró en medio de la tarima.
Aun así la Iglesia, comandada por el arzobispo Tulio Botero Salazar, calificó al festival de aquelarre y al alcalde como permisivo, antimoral y agresor de las buenas costumbres.
Fernando Gómez, en la Hora Católica, no dejó pasar la oportunidad, y en su editorial del veinte de junio de 1971 se soltó diciendo:
Los festivales hippies constituyen el más desgarbado certamen de indignidad, de degeneración, de cinismo, de vulgaridad, de corrupción. De escándalo y de vergüenza para una sociedad. Ese mundo de los vagos, de los perezosos, de los drogados, del desaseo físico y moral no tiene por qué recibir el apoyo de la autoridad ni de los órganos de publicidad ni de una sociedad que se precie de culta y cristiana. El Alcalde autorizó a los millares de hippies a que nos invadieran como una arrolladora avenida de fango putrefacto para que abofetearan con sus manos sucias el rostro de la ciudad, para que invitaran a los niños a ser maleducados, ruines, perversos y para que incitaran a la juventud a embrutecerse en el mundo del amor libre y de los estupefacientes destructores y enervantes.
Los medios de comunicación de la época, en especial El Colombiano, no bajaban de calificativos como “personas con vestimentas estrafalarias”, “jóvenes rebeldes”, “invasivos” o “raros personajes” para referirse a los asistentes al festival. Sin embargo allí, en Ancón, sólo había jóvenes como Juan Fernando Uribe, ‘El Maso’, cuyo mayor pecado habría sido escuchar rock, vestir a su gusto y consumir un par de sustancias.
Así lo narra Jaime González Restrepo en el artículo “Epicentro Mundial Hippie” del catorce de junio de 1971:
Invasión:
Desde finales de la pasada semana, Medellín comenzó a ser invadido por centenares de extraños personajes, con sus vestimentas estrafalarias y sus largas cabelleras, que deambulan por las principales vías, constituyéndose en otro de los atractivos para los turistas que nos visitan.
En los sectores periféricos se han improvisado viviendas, en las cuales permanecen los “jóvenes rebeldes” a la espera de que se inicie el festival, considerado por ellos como un culto a la paz.
Se han hecho cálculos que permiten aseverar que antes de la finalización de la presente semana Medellín quedará convertida en la sede mundial de los hippies por espacio de cuatro días, y será el centro de atención de todos los países del mundo.
Al bajarse de la tarima, dando paso al inicio del festival, el alcalde recibió quizás las más sincera felicitación que alguien pudo darle en aquella época. Humberto Caballero y ‘Carolo’, sin extenderse, le dieron la mano, diciéndole “gracias, maestro, por creer en la juventud”.
Entre el trancón y la novatada del primer concierto la instalación del sonido se retrasó. Sin embargo el afán no se sentía, pues entre drogas y la placidez que producía el amor, la paz y la amistad cada minuto, con o sin música, era especial.
A la una de la tarde comenzó el festival, con un sonido precario pero con un público feliz. Antes de los actos protocolarios, del “Gracias, Maestro” y de la presentación de La Gran Sociedad del Estado, que abriría el Festival, se escuchó a ‘Carolo’: aún estamos en el ciclo de géminis, el signo de mercurio: con él todo es rápido… speed. Se había dado inicio a Ancón.
La Gran Sociedad del Estado, encargada de inaugurar musicalmente el escenario, interpretó temas bíblicos dedicados a San Juan, en medio del torrencial. Fuera de las canciones, uno de los percusionistas del grupo demostró su talento al hacer diferentes tipos de malabares y al ponerse de cabeza, simulando una V de victoria con sus piernas. Aunque se había anunciado que las bandas tocarían máximo treinta minutos, La Gran Sociedad del Estado dejó de tocar pasadas dos horas y media.
El Festival de Ancón terminó su tercer día sin contratiempos; las personas que llegaban ya no eran hippies sino familiares que iban a recoger a sus muchachos o curiosos que no se querían perder el evento para ver el tipo de personas que estaban allí, como si se tratara de un collage social.
Aquellos tres días marcarían un rompimiento en los estándares de la juventud de la época, aunque poco a poco la llama promulgada por el hippismo fue nuevamente apagada por la tradición. Juan Fernando Uribe, quien vivió el Festival casi en su totalidad, así lo resume:
Los curas y la gente de Medellín no contaban con ese tipo de espectáculos, ellos creían que era una cosa de muchachitos pero no, eso se convirtió en una ruptura para Medellín que sirvió para que las nuevas generaciones vieran que había algo distinto. Era un movimiento imitativo, pero los que lo vivimos, sentimos, bailamos, hicimos música, hicimos la paz y estudiamos las cosas, vimos que la vida era algo más que lo que los papás nos querían inculcar. Yo considero que estuve con mis amigos en Ancón y de diez amigos que estuvimos en Ancón tres quedamos “rayados” para toda la vida. Los otros volvieron al redil, uno los ve casados, conservadores, no son rockeros, prefieren apagar la radio e irse a acostar. Yo creo que hasta rezan el rosario pero no lo dicen de pura pena.
Poco a poco la ciudad fue volviendo a su cauce. Álvaro Villegas fue destituido por obra y gracia del cura Fernando Gómez, el de La Hora Católica. Los hippies se fueron de la ciudad paulatinamente, los jóvenes se cortaron sus melenas, volvieron a misa y dejaron pasar aquel fin de semana donde no les importó nada, nadaron desnudos, probaron la marihuana o el LSD, perdieron la virginidad y conocieron el rock n roll.