Música

Máximo Jiménez, cuando el vallenato le cantaba al pueblo

7 / 11 / 2017

No sólo el vallenato le ha cantado a la parranda o al amor. Perfil de un hombre que le puso ritmo de acordeón a las causas sociales.

Corría la década de los setenta y el sentimiento de inconformidad agraria en los pueblos de los departamentos de Córdoba y Sucre, reflejo de la Revolución Cubana, estaba en pleno furor. En medio de las luchas campesinas por recuperar sus tierras, despojadas a sangre y fuego por una oligarquía ganadera indolente, surgió la figura de un mestizo que puso el acordeón y el vallenato al servicio de las causas libertarias con la consigna “la tierra es para quien la trabaja”.

Máximo Jiménez Hernández, nacido en el corregimiento de Santa Isabel, Montería, Córdoba, apareció en el ámbito musical como un huracán que a su paso conquistaba conciencias y agitaba la bandera de los derechos campesinos. En las emisoras de los departamentos sabaneros de la región del Caribe sus canciones y tonadas fueron permeando un sentido de pertenencia que molestó a la clase ganadera, que quiso borrarlo del mapa.

Una de las canciones que más lo puso en la mira de quienes lo acusaron de pertenecer a los cuadros de la insurgencia fue el “Indio Sinuano”: composición de David Sánchez Juliao, escritor oriundo del municipio de Lorica, Córdoba. Es una delirante narración sobre la discriminación, el despojo y la posesión cultural del amo imperialista, que impone su historia y la cuenta desde su óptica. ¿Mamertada? Sí.

Antes de continuar con nuestro personaje, quisiera ponerlos en contexto para que entendamos quién es Sánchez Juliao. Fue un escritor cordobés que se distinguió en el ámbito de la literatura nacional no por escribir sino por narrar sus cuentos. Rememoro que en mi natural Sahagún nos reuníamos alrededor de un equipo de sonido o de una grabadora gigante, a escuchar cómo Sánchez Juliao caracterizaba, con su voz, a los personajes. Así nos divertíamos y sufríamos a la vez con las historias de El Flecha, El Pachanga y Abraham al humor, condensadas en discos de vinilo de 33 Revoluciones por minuto (RPM) o en casetes.

De su cantera imaginativa también salieron los libretos para las telenovelas Cuando los Lavalle eran los Lavalle y Gallito Ramírez. Esta última fue la que le dio fama a Carlos Vives y a Margarita Rosa de Francisco, a quien desde esa actuación se le empezó a llamar “la Niña Mencha”. La saga de amor que protagonizaron en la telenovela la volvieron realidad con un matrimonio fugaz.

Luego de este recorderis farandulero, retornamos a nuestro personaje, Máximo Jiménez. Decíamos de su disco “El Indio Sinuano”: “yo soy indio de los puros del Sinú, yo soy indio cholo, chato y chiquitín. Esta tierra, es mi tierra, y este suelo, es mi suelo”. Es el grito desesperado de nuestros ancestros para que respetemos la condición de aborígenes, pues durante muchos años, el insulto mayor que se le infringía a un colombiano era gritarle airadamente ¡indio!, aunque eso no es que haya cambiado mucho que digamos.

“A mi casa llegó un día el español, y del oro de mi padre se apropió, y la tumba de mi abuelo, como guaca exploró”… “Y mi tierra me quitaron de las manos, despojado quedé yo con mis hermanos, al abrigo de los vientos, relegado a los pantanos”.  A propósito de los aniversarios del “descubrimiento” de América, estos versos relatan exactamente en qué consistió el famoso “descubrimiento”.

Además, es el canto al despojo que no sólo los ibéricos han sometido a las comunidades indígenas sino también, y esto es lo más triste, sus propios hermanos mestizos. Con la creencia de ser de mejor abolengo han despreciado y han violentado históricamente al derecho y al disfrute de sus territorios, y siguen intentando, por todos los medios, reemplazar el mundo aborigen por las exigencias culturales de Occidente.

Muchas cosas que los blancos creen de ellos, son producto de la raza’e mis abuelos, como el bollo, la hicotea, huevo’e iguana y el sombrero. Y mi historia la contaron al revés, me dejaron pocas cosas de servir. Y lo único que queda de mi raza, lo usaron para burlarse de mí. La historia del sombrero vueltiao, considerado símbolo nacional, es bastante triste. Los creadores y dueños intelectuales de esta bella artesanía son los indios de los resguardos indígenas del municipio de Tuchín, departamento de Córdoba. Pero como lo narra la canción, unos avivatos se apropiaron de ella y hoy la comercializan en los mercados internacionales, sin que ningún dinero retorne a las comunidades. Ahora cualquier mafioso con poder y plata lo porta como si fuera su dueño. 

El burro leñero y el Presidente.

La persecución a Jiménez Hernández se intensificó luego de que grabara los temas “Burro Leñero” y “Usted Señor Presidente”. En una nota publicada en el portal Vice, se cuenta que “fue atacado por primera vez, en 1973, mientras unos campesinos celebraban la retoma de sus tierras, y Máximo era el invitado de honor para tocarles unas notas. En medio del ron y el acordeón, entró la policía y lo apresó. Duró dos semanas en la cárcel sin tener ningún cargo en su contra. Lo culparon de tener cuestiones pendientes. Cuando grabábamos algún disco nuevo, al día siguiente de que salía nos la montaban. Sobre todo a Máximo. Siempre era en días previos a los feriados y días no hábiles para que el encarcelamiento durara más. Lo más duro fue en 1975, cuando grabamos el LP, ‘Burro Leñero’, con la canción ‘Usted Señor Presidente’ porque se volvió muy reconocida. Incluso si usted la oye hoy aplica a la situación actual, cuenta su amigo y guacharaquero, Juan Payares”.

La letra de El Burro Leñero, de autoría de Máximo, es una provocación al sistema: “Algún día tendré potrero, donde comer por montón, así lo dice mi dueño en una organización. Adelante compañeros, ¡Viva la Revolución¡

Ni hippie ni nada de eso. Yo soy un burro leñero que a veces me ponen preso o me botan de un potrero. Lo malo que a mí me pasa es que mi amo es pobrecito, aumentando su desgracia con muchos hijos chiquitos. Yo soy un testigo mudo de su mísera existencia y por tanto yo lo ayudo para bien de mi conciencia”.

Como lo decíamos al inicio, estas letras no las soportaban los ganaderos despojadores de Córdoba, que lo declararon enemigo de la sociedad y por ello se fue con su acordeón a otra parte. En Estocolmo siguió haciendo lo mismo: cantar las miserias sociales de un país corrupto, explotador y despojador de tierras.  Estuvo 25 años deambulando en Europa, abandonado por un Estado indolente que veía en él a un enemigo por el simple hecho de cantarle sus verdades.

“Usted, Señor Presidente”, canción de autoría de Andrés Beleño, fue la tapa del congolo. Hoy esa canción cobra más vigencia que nunca: “…usted señor presidente si está de acuerdo, que acaben los campesinos de su nación. Si sabe que es un esfuerzo que están haciendo, para no morir de hambre con su opresión. Y manda su gente armada sin corazón, pa’ que vean correr la sangre de un hombre bueno.

Usted sí se ha dado cuenta cómo es que viven, y lo que manda es miseria para esa gente. Eso es lo que hace usted señor Presidente, y así le quita lo poco que ellos consiguen. Usted apoya un corbatudo terrateniente, el enemigo inmediato que los persigue”.

Se debe aclarar que no se trata de un presidente en específico, sino que quienes han pasado por ese cargo en Colombia, en vez de defender los recursos naturales, a los nativos y a sus tierras, se han dedicado a venderle el país a las multinacionales y a defender a los gamonales a los que protege para que sigan despojando de sus territorios a los campesinos, a los negros y a los indígenas: lucha y lucha campesino, la tierra pa’ trabajarla, lucha contra los ricos porque ellos no quieren darla, dice una de las estrofas.

Honoris Causa por la causa

Máximo Jiménez Hernández hoy sigue cantando a la causa libertaria. Se supo que el pasado 20 de octubre, la Universidad de Córdoba le otorgó el título de Honoris Causa licenciado en Artística-Música, que también se lo concedió al cantante ítalo-argentino-colombiano Piero.

Dice Gabriel Gaviria, quien publicó la información en su perfil de Facebook, que este artista “vivió más de 20 años en el exilio, pues así lo quisieron los enemigos de la paz y las ideas de cambios. Lo sentenciaron a muerte porque su música tenía otros mensajes y porque la misma no estaba dirigida al amor de las mujeres bonitas, sino al amor de su pueblo sufrido, explotado, desigual y desarraigado”.

Aunque los mercachifles de la música no le reconozcan su figura y mucho menos el “olimpo” del vallenato en Valledupar, oligarquía que también lo censuró e impidió que se presentara al Festival de la Leyenda Vallenata, Máximo Jiménez Hernández será el símbolo y el referente de un género al que se le olvidó su génesis narrativa y potencial poder de seducción social y está entregado a la ridiculez amorosa. Con Máximo recordamos nostálgicamente cuando el vallenato le cantaba al pueblo.