Música

Más allá del rocksito: Guía introductoria a los grandes del under argentino

4 / 10 / 2017

Al rock argentino no sólo lo han hecho Fito Paéz o Andrés Calamaro; también otros músicos que en esta guía les recomendamos escuchar.

Para cuando leáis este artículo ya habrá pasado algún tiempo desde la visita de Jorge Mario Bergoglio a Colombia. No puedo ignorar los efectos que tuvo en la escena cultural antioqueña dicho movimiento diplomático, que directamente poco tenía que ver. Como parte de los preparativos para hacer amena la estadía del papa argentino en la ciudad, se canceló el festival Anti Mili Sonoro, certamen que durante varios años reunió a bandas de reggae, ska, punk y demás sub-géneros no muy populares ni valorados por el imaginario paisa. Privaron al parque Obrero del barrio Boston y a los jóvenes rockeros de uno de sus encuentros más cargados de sentido político. Poco antes, gracias a Facebook, me enteré de que el Teatro Al Aire Libre Carlos Vieco Ortiz — otro de los amados escenarios de mi adolescencia —  está siendo rescatado de ser tragado por el cerro Nutibara, por estos mismos rockeros que lo reclaman como propio.

La ignorancia hace bien de las suyas en los altos círculos regidores de nuestro cristiano Estado; pero, ¡si supieran con qué música de fondo caminaba el Papa Francisco las calles de Buenos Aires, décadas antes de imaginarse como Sumo Pontífice! No sólo se hubiese permitido la realización del Anti Mili, sino que el mismo «Pacho» hubiese dado un vueltón a pillar el parche en el Obrero.

Dicho esto, paso a exponer tres nombres con un evidente peso histórico para enriquecer nuestras ‘playlists’ de «Rocksito Argentino» (¡Cómo odio ese término!). Olvidémonos por un momento de Fito Páez, Soda Stereo y Andrés Calamaro. Los personajes de los que hablaré a continuación literalmente dieron forma a la ideología de generaciones enteras, en la vertiginosa grieta que generó el paso de la dictadura militar a la democracia neoliberal.

Abrid entonces vuestras mentes y oídos a Sumo, Los Redondos y Norberto «Pappo» Napolitano.

La paradoja del Fragmentado

Sumo, la banda irreverente por naturaleza. Foto tomada de: http://www.cmtv.com.ar

Una sola noche registra mi memoria, trabajando en la barra del bar que hace treinta y pico años fuera la casa de Luca George Prodan, emocionada como si estuviera por encarar una cita romántica. Bajo su psicodélica bendición se me permitió consumir básicamente lo  que quisiera, en pleno horario laboral. «Tenés que estar medio loco para estar trabajando acá»,  decía mi jefe, respetando el legado de quien es, en mi opinión, el mejor frontman de la historia del Rock Argentino, cantante y cerebro de la banda Sumo.

Nace en Roma en 1953. De padre Austrohúngaro y madre China de familia escocesa. Sus años previos a Argentina los pasó en el Londres del rock emergente y sus ramificaciones, pero viaja escapando de la muerte tras un coma por sobredosis de heroína. Heredó la estilizada melancolía del new wave y la suciedad tragicómica del punk No Future. Dueño de una personalidad auténtica y una filosofía de vida desafiante del status quo, no tarda en verse rodeado de prodigiosos músicos que lo adoptan como caudillo. La formación más larga de la banda contó con Germán Daffunchio y Ricardo Mollo en las guitarras  — este último posterior líder de la muy sabrosa Divididos —, Diego Arnedo en el bajo, Alberto «Superman» Troglio en la batería y un excéntrico Roberto Pettinato en el saxofón.

Enamorado de la noche y la calle, Luca fusiona con sus colegas composiciones que integran sin prejuicios reggae, ska, punk, pop y tango, durante ‘zapadas’ en las que la improvisación se dejaba fluir sin filtrarse con el raciocinio. Esto sumado a una puesta en escena teatral y agresiva, en contraste con una voz a ratos melódica y a ratos rasgada, terminó convirtiendo a Sumo en el ‘happening’ por excelencia que pedía a gritos la reprimida nación.

En sólo dos años la banda pasó de ser un brote poético del ‘under’ a tocar para públicos de hasta veinte mil personas. En los tres álbumes de estudio que editaron entre el 81 y el 87 — Divididos por la felicidad (1985), Llegando los monos (1986) y After chabón (1987) —  Sumo condensa todo lo que se pueda decir sobre la pantomima social, agregando una densa carga emotiva y revelando una profunda conexión con la urbe.

Luca Prodan se hace mártir y muere en diciembre de 1987, de un paro cardiorrespiratorio consecuencia de la cirrosis. Falleció en su habitación, en esa casa de San Telmo en la que una noche trabajé. Lo que encarnó en vida, así como su mensaje de autenticidad y respeto, cobijan hoy al ‘cheto’ porteño y al obrero del conurbano por igual. «Coquito», como lo apodaban sus compañeros, anticipó su muerte cuando en una entrevista se le preguntó por los planes a futuro de la ahora exitosa banda. Sus colegas lo niegan, pero la impresión que me generan sus declaraciones es la de que todos esperaban para Luca esa muerte liberadora de la degeneración, del estancamiento. Puede no haber fallecido a los reglamentarios 27 — de hecho tenía 34  —, pero esa tradición rockera de morirse en el momento indicado le otorgó a Luca Prodan su lugar honorario junto a Hendrix, Joplin, Morrison y Cobain.

«La Bestia Pop»

Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota. Foto tomada de: http://www.cmtv.com.ar

El surgimiento de buenas bandas, así como la consolidación de músicos que alcanzaron la genialidad gracias al compromiso, no fue un fenómeno centralizado de la cosmopolita capital argentina. Fuera de los límites de la Comunidad Autónoma de Buenos Aires palpita el Gran Buenos Aires, la provincia, cuya capital oficial es la ciudad de La Plata. Fue ahí donde, en 1976, se formó una banda de incómodos enigmas y longevidad controversial: Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota. Podrá parecer un nombre largo, pero hasta el día de hoy quien los escucha se hace las preguntas de rigor: si existe, ¿quién fue, o es, Patricio Rey? ¿Es verdad que  Redonditos de Ricota es una alusión directa al consumo de cocaína? Esta última inquietud fue desmentida más de una vez por la banda y sus fans, tal como John Lennon respondió a la confusión generada por su “Lucy in the Sky with Diamonds” como supuesto juego de palabras con la sigla LSD. Su líder, Carlos Alberto El «Indio» Solari, es tan peculiar en sí mismo que no a pocos nos queda la duda.

La Movida Ricotera se gesta en la misma circunstancia represiva que impulsó la carrera de Sumo. Empapados del arte, la literatura y el cine censurados se difundieron por voz a voz, limitando la publicidad de sus presentaciones a las llamadas telefónicas que Carmen Castro, mejor conocida como  «La Negra Polly» —  novia del guitarrista Skai Beilinson y mánager honoraria —, hacía a contactos clave las horas previas a los recitales. Así mismo, el Indio Solari mantuvo una negativa general a conceder entrevistas a los principales medios, haciendo pocas pero inteligentes excepciones. Ese halo de misterio habría de convertirlos en una bola de nieve rodando colina abajo.

Ninguna de sus producciones emergió gracias a tratos con grandes disqueras, no precisamente por falta de propuestas, sino por el compromiso de mantener la soberanía sobre su música y líricas, superando el obstáculo de la censura. La gente se identificó entonces con la banda no vendida, abriendo su percepción a una notable calidad musical: armonías disonantes conformadas por acordes de séptimas, disminuidos y aumentados, vientos sensuales y melancólicos, la inconfundible y penetrante voz del Indio moviéndose versátil entre el rock and roll y la balada, narrando sórdidas historias de jíbaros, prostíbulos y marginales, todo bañado en ese perfume tanguero de poesía decadente.

Cabe destacar el trabajo del artista Rocambole Cohen, diseñador de las tapas y la iconografía visual de la banda: humanoides gritando con el  puño en alto, rompiendo cadenas o abultados mirándote desde el fondo negro con los ojos desorbitados del instante previo al ataque.

A lo largo de los años el público de Redondos creció a tal punto que tuvo que moverse de los principales centros urbanos. Los adeptos peregrinan cientos de kilómetros a las denominadas «Misas Ricoteras», en donde a través de surreales pogos el público alcanza ese trance místico que trae consuelo a la existencia.

La tragedia, como una maldición, ha dejado desaparecidos y muertos con cada presentación. Las fuerzas de la ley responsabilizan a la rebeldía de la juventud, mal influenciada por las subliminales letras de esta banda sin ética ni moral. Walter Bulacio, joven de 17 años que fue asesinado por la policía federal al término de un recital en el emblemático estadio Obras Sanitarias, el 21 de abril de 1991, fue inmortalizado junto con todas las víctimas del mismo flagelo en la canción Juguetes Perdidos del álbum Luzbelito.

No hay mucho que decir con entusiasmo después del cambio de milenio. El peso de los años y las secuelas de los excesos llevaron a la banda a su disolución y subsiguientes proyectos alternativos mucho menos interesantes. En la actualidad puedo afirmar que, con Los Fundamentalistas del Aire Acondicionado, los delirios del Indio se fueron al carajo. Rescato entonces los himnos de la Sub República Argentina interpretados por Los Redondos.

Que Sea Rock

Pappo en su frenesí. Foto tomada de http://www.telam.com.ar

Esta adecuada traducción del evangelio según AC/DC es el pregón del heavy argentino que llega a nosotros gracias a Norberto Aníbal Napolitano, conocido en el bajo mundo como Pappo.

Nació en 1950 en el barrio porteño de La Paternal, en el seno de una familia que ya abordaba la música desde la perspectiva de los grandes clásicos como Wagner y Chopin. De manera sorprendente y sin saber bien lo que hacía, Pappo agarró la guitarra y quiso hacerla sonar como la maquinaria del tren, como el motor de la Harley, como el Cadillac acelerando. Terminó encarnando ese sonido más pesado, el que sus colegas descartaron por andar más involucrados en la acústica de la onda hippie – protesta. Es considerado por la prensa especializada como el mejor guitarrista de la Argentina.

Poniendo el ampli al palo, reventó oídos por doquier abarcando desde el blues hasta el heavy metal propiamente dicho. Su nivel de maestría logró hacerlo participar en casi todas las bandas asociadas al nacimiento y fundación del Rock Argentino como institución: Los Gatos, Los Abuelos de la Nada, Manal, Billy Bond y La Pesada del Rock and Roll, Aeroblues, entre otras, mientras alternaba con su proyecto personal Pappo’s Blues, lleno de esos solos que te paran los vellitos y unas letras que son el mejor ejemplo de la fórmula «menos es más».

Ya en 1971, habiéndose curtido de insatisfacciones de todo tipo, emigra al Reino Unido en donde traba amistad con John Bonham (Led Zeppelin) y Lemmy Kilmister (Motörhead), asimilando los yeites y fraseos característicos del hard rock en su mismísima cuna. Simultáneamente,  en Argentina las disquerías parecían más expendios de droga, en donde comprar un Revolver de los Beatles o un Dark Side of the Moon de Pink Floyd tenía que hacerse con gabardina y lentes oscuros.

De una segunda migración al mismo país regresa en 1980 para formar Riff, banda que sobresale entre sus contemporáneas – Como la poderosísima y brutal V8 por el uso del videoclip como herramienta de difusión y comercio, bien asimilada en su paso por Europa. Esta banda tiene los mejores elementos de Judas Priest, Saxon, AC/DC y Motörhead, como siempre traducidos al argentino de los bifes y el vino.  Riff es la banda cuyo mensaje de rebeldía es transmitido más por la actitud que por canciones  de ínfula filosófica. Pasando por reiteradas separaciones/reuniones hasta el 2005, la banda se disuelve definitivamente cuando un accidente de tráfico, en que estuvo involucrado su hijo Luciano Napolitano, le quitó la vida de forma inesperada, en su Harley y en la ruta.

Para su servidora, la trayectoria de Pappo a lo largo de treinta años desde su hard blues hasta su heavy rock es la más fiel al conjunto estilístico del género en todo el sentido de la palabra. Es mi favorita personal, diría que por influencia, por trayectoria, y por esa agradable sensación de familiaridad y cercanía con un género que se presume ajeno por extranjero. Supongo que también lo fué en su momento para don B.B King, quien en un despliegue de camaradería sin precedentes lo invitó a tocar en el Madison Square Garden de Nueva York, en 1993.

Supongo que una moraleja que le daría a esta historia sería cultivar el valor de la flexibilidad, aprender a escuchar con respeto y humildad para lograr aproximarse al conocimiento. Sé lo contradictorio de hablar de humildad en un contexto argentino, pero una cosa que confundimos los colombianos es la humildad con la falsa modestia. Nuestra escena cultural entre teatro, música y literatura es fértil y prolífica. Solo hay que lanzarse y pasar del campo de la planeación y la fantasía al de la acción. Como siempre, los rockeros son los que primero dan ese paso en Medellín, por lo cual los admiro.

Con ustedes termina esta invitación a la reflexión cortesía de Fernet Branca. Seguíd atentos al magazine Laterales para más reseñas musicales y mazamorras varias. ¡Nos vidrios!