Arte
Carabobo y Junín, arquetipos de lo cotidiano
12 / 12 / 2017
Un recorrido por dos lugares emblemáticos del centro de Medellín a través de sus habitantes e historias.
El Centro es un espejo que cautiva. Recorrerlo con una cámara réflex es un acto que obliga a observar más allá del estereotipo, a re-significar la riqueza cultural de la ciudad, a conciliar los prejuicios personales y sobre todo, a reconocer las individualidades. Un lugar donde convergen los pasos, los trámites, las ideologías, los patrimonios, las razas, el arte, el entretenimiento, la oferta académica y la bulla comercial.
El Paseo Peatonal Carabobo y el Pasaje Junín- Maracaibo han sido iconos vitales de su memoria histórica y de la transformación urbanística de Medellín. Por esta razón, mi experiencia fotográfica y documental debía ser allí y a pie.
El objetivo es representar con el retrato espontáneo el alma de estos lugares a través de las miradas, las acciones y los gestos de sus protagonistas: nativos, trabajadores, transeúntes y extranjeros.
El recorrido empezó cerca de los Edificios Vásquez y Carré, ubicados entre la calle 44 (San Juan) y las carreras 52 (Carabobo) y 52A (plaza Cisneros). El Paseo Peatonal parecía propicio para retratar los rituales populares de la economía informal. Al sacar la cámara del bolso, el primer personaje en percatarse fue un reciclador con la camiseta del Bayern Múnich, me sonrió como dándome la bienvenida, mientras se fumaba un cigarro.
A unos cuantos pasos, los pregoneros alzaban sus voces con megáfonos, ofreciendo aguacates para el almuerzo y guarapo para calmar la sed. Otros comerciantes vendían cigarrillos, chucherías, artesanías y antigüedades en un silencio profundo, casi contemplativo; la paciencia era la clave de sus ventas. No faltaron los expertos en ropa importada, quienes invadieron mi espacio personal y el de otros peatones adivinando tallas y medidas en pocos segundos; a sus preguntas las contestaba con un “no gracias, no estoy interesado”. Sin mencionar aquellos que acudían a los recuerdos de infancia y su poder nostálgico: los jaboneros y sus irresistibles burbujas, los que vendían globos de helio con forma de súper héroes y quienes ofrecían algodón de azúcar o el famoso mango biche.
Al caer el sol me encontraba en Junín, un lugar para cultivar el espíritu y satisfacer el estómago. Allí se pueden encontrar artistas callejeros cerca al Parque Bolívar, poetas escribiendo en cualquier superficie; señores leyendo la prensa amarillista y jubilados discutiendo el acontecer político del país. Los viejos se quedan dormidos en las bancas de madera sin descuidar sus pertenencias: nada los perturba, ni siquiera las fotografías. La hora del sueño es el agosto para quienes venden el tinto a 500 pesos. Los profesores y estudiantes se reúnen a tertuliar en el Astor y a beber cerveza en los bares de salsa. No faltan los puestos de flores y sus dueños experimentados en perdones, conquistas y ramos fúnebres.
Retratar el rostro de estos personajes fue una experiencia gratificante. Ellos proveen y dibujan la vida de estos espacios, exhibiendo una identidad personal y otra colectiva. Sus retratos son una línea de tiempo que narra la historia del Centro a través de las diferentes generaciones que lo habitan y habitaron. Su encanto radica en el asombro de lo cotidiano, en el día a día.