El Cronicario
El hambre no tiene fronteras
13 / 05 / 2020
En periferias y centralidades, las banderas rojas se han alzado para unificar el mensaje “tenemos hambre”.
“¡La comida está es afuera, hay que salir a buscarla!”, pasa gritando un habitante de calle a mis vecinos, quienes están sentados en la acera esperando que alguien los rescate del encierro, que alguien les calme el hambre. En la ventana lleva extendida por dos semanas una camiseta roja, que alguno de los miembros del hogar prestó para que pudieran hacer visibles sus necesidades, en un momento en que salir a rebuscar con qué subsistir el día a día, además de peligroso, es ilegal.
Veo su bandera roja —la única de la calle—, y este color empieza a abstraerse de todo lugar al que miro: una tira, colgada de la carreta, en la que el recuperador de la zona se lleva el material reciclado los lunes y los jueves; el collar del labrador que pasea un joven cruzando por la esquina; el letrero grande que dice “Tecnicentro Los Colores”; el carro para mercar que se tropieza con el separador de un andén, cuando la que lo arrastra mira desconcertada la bandera roja de mis vecinos; en la otra esquina hay una señal de tránsito que dice “Pare”, pero desde hace días ya ningún carro le hace caso.
El habitante de calle deja de gritar y sigue su camino. No ha vuelto a pasar en todo el día, no sé dónde está consiguiendo su comida, si es que come. Pese a su incredibilidad, se detiene un primer carro justo al frente de la puerta de mis vecinos, se baja un hombre, se acerca —no demasiado—con el celular en la mano, listo para grabar el momento en que les explica que algunos de sus amigos han enviado ayuda a quienes más los necesitan, señala la camiseta roja para ahorrarse las demás palabras. Minutos después, cuando ya no está, en esta enorme casa de un barrio estrato 4 de Medellín, han dejado de hablar sobre cómo sobrevivirán la cuarentena sin comida, para repartirse el paquete de víveres entre las familias que la habitan.
El primer carro que acudió al único llamado de auxilio que se hizo en este sector nunca volvió a pasar. Sin embargo, al gerente de Coronavirus de la Comuna 11, Alejandro Matta, lo hemos visto varias veces acercándose con paquetes. No es el caso de todas las familias venezolanas que viven en la ciudad, tampoco el de todas las comunas, ni mucho menos el de a quienes, aunque compartan social y culturalmente con los medellinenses, su factura de servicios públicos los sitúa en otro municipio y los excluye de estrategias como Medellín me Cuida y de la posibilidad de recibir paquetes alimentarios de la Donatón por Medellín.
Faber López Amariles es residente de París, en la Comuna 1 del municipio Bello. Su casa está ubicada a dos calles de la Comuna 6 de Medellín. La geografía, pareciera, ha condenado este barrio al abandono estatal. “Este es un problema que hemos tenido siempre, no sólo en la pandemia. Ni en Bello, ni en Medellín encontramos respuestas”, dice. Para él es irrelevante a cuál de los municipios pertenece, o de dónde llegarán las ayudas. Lo importante es calmar el hambre de sus vecinos, porque un estómago vacío no reconoce fronteras.
A mediados de abril su cuarentena fue interrumpida por una vecina, quien llegó hasta su puerta para preguntarle: “Faber, ¿qué significan los trapos rojos que la gente está colgando en la casa?”. Después de haber estado confinado durante días, salió a caminar el barrio y encontró una imagen que, aunque no lo sorprendía, lo llenó de profunda tristeza: todo el sector de la carrera 78 con la calle 20ª estaba repleto de banderas rojas. Camisas, pantalones, trapos de cocina, papeles, cortinas, en los balcones, las puertas y las ventanas. “Tienen hambre”, le respondió a su vecina.
Este barrio, al estar ubicado en la ladera del municipio, no será lugar de tránsito de carros con ayudas humanitarias buscando destinatarios. Por ello, Faber decidió llevar las banderas rojas al único lugar donde es posible darles visibilidad: las redes sociales. Una publicación con cinco fotos que ha sido compartida más de dos mil veces en Facebook bastó para que el nombre “barrio París” volviera a conmovernos, pero no fue suficiente para que las alcaldías de Medellín y/o Bello hicieran presencia.
Amigos y desconocidos lo han contactado para intentar ayudar, enviando víveres o dinero. A él se unieron Alejandra Soto Sánchez, Andrea Cano Naranjo y otros vecinos. Se han entregado mercados, meriendas y cuido, pero muchas neveras de París siguen vacías.
“Yo vi la publicación de Faber, quien ha sido mi vecino toda la vida, leí en los comentarios que algunas personas aseguraban que las banderas rojas no correspondían a la realidad del sector, así que quise verificarlo visitando cada una de las casas y conversando con esas familias”, nos contó Alejandra, mientras caminábamos por París, siendo observados por decenas de habitantes que están sentados afuera de sus casas, al igual que mis vecinos, esperando. De verdad, no queda ninguna otra opción.
Hasta el momento en la manzana del barrio París que abarca el límite entre Bello y Medellín van 131 familias que, con o sin bandera roja, han manifestado necesitar víveres para quedarse en casa mientras termina la cuarentena. Faber, Alejandra y Andrea seguirán intermediando las donaciones, por lo menos mientras alguna institución acoge el caso. Se pueden contactar en el teléfono celular 311 796 80 19, o también puede realizarse una transferencia directamente a las cuentas 41800021284 o 03143340109, ambas de Ahorros, Bancolombia.
Este sector sin ciudad, en el que la única bandera alzada es la roja, seguirá intacto en la montaña que vigila el cristo del Picacho. Nosotros descendemos en la ruta Trans Medellín 254 que pasa también por Los Colores: en el trayecto las calles cada vez son menos estrechas, la distancia entre las personas aumenta y los tapabocas vuelven a hacerse visibles para recordarnos la contingencia que no es tema de conversación en París, pues allí, según las cifras de contagio de COVID-19, la gente está más cerca del hambre que del virus.