Literatura
Cien poemas en español. Reseña tardía de una pequeña joya made in Colombia
13 / 08 / 2017
Nada como conocer nuestro idioma a través de los poemas, y si hay un libro que contribuya a ello mucho mejor.
Hace apenas dos años, la editorial Luna Libros sacó, en formato reducido, Cien poemas en español, una aventura por medir la poesía escrita en la lengua que hoy y siempre nos viene hermanando a uno y otro lado del océano.
Di con esta antología gracias a Andrés Trapiello -uno de los escritores vivos con mejor prosa en español; suyo es el Salón de pasos perdidos, la inabarcable colección de diarios íntimos que escribe desde hace más de dieciséis años–, pues me enteré que estaría en la presentación.- No soy un fanático, pero si uno tiene la oportunidad de escuchar a quien admira pienso que no hay razón para no hacerlo. Pude comprar el libro, luego de terminado el acto, pero esperé unos minutos de más y se agotó. Al parecer los libros habían viajado apilados, no más de veinte, en una maleta directamente desde Bogotá. Esperé casi dos años hasta que, en otra maleta, lo trajo el padre de Diana cuando vino de visita.
La selección la llevó a cabo Manuel Borrás Arana, director de la editorial Pre-Textos en Madrid (España), a petición de Luna Libros, editorial que desde Bogotá (Colombia) dirigen Darío Jaramillo y Catalina González. Está dividida en cuatro partes: Edad Media, Siglo de Oro, Siglo XIX y Siglo XX; aunque son los poetas del siglo XX los que llevan la voz cantante. No es un libro académico y tampoco lo pretende; en sus páginas hallamos un acercamiento personal a la poesía. Y, sin embargo, no deja de ser un libro útil. Reside el valor de una antología justo en eso. Habrá de ser capaz de descubrirnos a otras orientaciones literarias, hacerlas asequibles: un mapa para una geografía en brumas.
Tal vez faltaran anotaciones, así fuesen mínimas, que sitúen a los poetas. A cambio, el poema viene limpio de distracciones.
No conocía, por ejemplo, a Rafael Cadenas ni a Jaime Sabines, apenas había oído hablar de Roberto Juarroz –luego lo encontraría en una de esas librerías de viejo que hay todavía en Madrid– o de Eduardo Carranza. Reencontré, sin embargo, a Blas de Otero y a Azorín y a Juan Ramón Jiménez (JRJ). Y Bécquer, siempre.
Son necesarias las antologías porque adelantan las lecturas de quienes lo leyeron todo antes. Nos ahorran, en parte, la tediosa tarea de buscar y encontrar lo que nos gusta.
Una pequeña curiosidad: la selección excede los cien poemas que la titulan.
Siendo una antología, mostrar sólo un poema sería injusto, pero es lo que voy a hacer. He elegido el de Eduardo Carranza, que me gustó mucho y me fue nuevo.
El otro
Se desprendía la tarde de la tierra.
Me despedí de mí. Me di la mano.
Me quedé en la ventana
mirándome partir.
Volví a mirar de pronto:
estaba en la ventana
abierta hacia el Poniente
en donde ya no estás.
Me fui. Me dejé solo en la ventana.
Y suspiré por mí: solo. Perdido. Lejos.
Y seguí andando sin saber a dónde.
Y no volví de nuevo la cabeza
pues no está bien que así no más un hombre
se eche a llorar.
Me fui pensando que quedaba solo,
en la ventana: triste,
sin mí, sin ti, sin nadie.
Abandonado.
Y para siempre estoy lejos de mí.