Literatura

Jugué de 9 una vez

2 / 01 / 2018

En la práctica, quizás simplemente se llega a ser un suertudo por un limitado período.

“Cuidado con lo que deseas” es una frase popularísima, apostaría lo que tengo en el bolsillo a que todos la hemos escuchado alguna vez (a menos que seás un aborigen en medio de la selva en alguna de esas islas de la India y el sudeste asiático en que aún hay comunidades no contactadas, en cuyo caso, este texto no es relevante en absoluto), está presente en todas las culturas en que la coerción por vergüenza y/o arrepentimiento es un componente constitutivo de las relaciones de poder en su cara ética y moral; aunque no creo que a todos les hayan advertido con la misma (y si es así, entonces dé por sentado que, alguna vez, alguien lo hará; porque lo harán).

Resulta, pues, que lo que uno desea, mientras se desee con mucha intensidad, es muy probable que se haga realidad. Poco recuerdo haber querido de mi sola existencia antes de los catorce años, por una serie de diferentes factores; pero sí recuerdo lo mucho que quise poder convertirme en un futbolista, al menos, medianamente competente. No era gran cosa, teniendo en cuenta que Mozart ya podía componer conciertos a los ocho años de edad, o que hay gente que supera todo el ciclo escolar para cuando tienen esos mismos catorce años.

Pero el gradual transcurso entre la adolescencia tardía y la temprana adultez arroja luz sobre lo tan sumamente complejo y difícil que es convertirse en alguien independiente, autónomo, quizás libre, dentro de los términos en que el régimen socioeconómico capitalista y la sobresaturación de psicotipos, sociotipos y emotipos que permite la modernidad y lo que esta ha hecho de sí misma por dárselas de omnipotente y analógicamente “madura” (y con ello me refiero a todos los seres humanos que hemos vivido en ella).

Por lo tanto, desde hace décadas (tal vez incluso un par de siglos, si se recuerda que la pudiencia económica y los capitales social y cultural emergieron dentro las sociedades occidentales como consecuencia, a su vez, del surgimiento de la clase media diecinuevesca), saber lo que se quiere hacer con sí mismo para cuando se es adolescente, incluso sólo vagamente, puede ser indicio de una personalidad decidida.

En este caso, ver cómo Iván René Valenciano le hacía tres goles al Atlético Huila 1999 se convirtió en ejemplo a seguir, transformándose paulatinamente y acomodándose a otras figuras conforme el balompié moderno se amplió dentro de mi experiencia existencial. Suerte que no seguí su ejemplo al pie de la letra, porque muchísimos de los acontecimientos en torno a su vida resultan profundamente amargos, como la frustración ante la figura paternal y una gula de años que no llenó un vacío emocional.

Pero, ¡en serio! Jamás vaya a desear tener una larga temporada de “descanso” luego de estudiar o trabajar por muchos años, porque ese descanso bien puede depararle un ensimismamiento tan profundo, casi kantiano, que su mundo podría reducirse a sólo un puñado de intérpretes musicales, tres o cuatro alcobas, un campanario despertándole sólo un par de horas después de lograr conciliar el sueño, y lectura de artículos y ensayos sobre el ambiguo carácter de la observación consciente del entorno en que se consideren:

 

  • La posibilidad de que su percibida existencia no sea otra cosa que resultado del limitado funcionamiento orgánico de un raciocinio colapsado y a punto de caducar.
  • La posibilidad de que todos sus quereres sean directas imposiciones de terceros, haciendo que su voluntad dependa de acciones y actores fuera del alcance de su inmediata influencia.
  • La posibilidad de que todo lo que usted conoce y conocerá alguna vez sea sólo producto de una cognición aislada en medio de la infinita indeterminación del universo, sin que tenga modo alguno de exteriorizarla y, por ende, materializarla.
  • O la posibilidad de que todo lo que usted quiere y todos aquellos a quienes ama sean, en su totalidad, nada más que emanaciones de su paranoide ego y manifestaciones del abrumante horror que siente ante el hipotético prospecto de ser un efectivo fracaso y de estar completamente solo.

 

Schroedinger’s cat film (2011), por Christian Schirm, en Wikipedia

Y de todos modos, si esa larga temporada de descanso llega en forma de jubilación, el sólo sentir que sus hábitos arraigados y la vida que conoce nunca volverán a ser su realidad también podría pintarle una rutina plagada de insatisfacción y arrepentimiento, como al anciano que sale de la cárcel para trabajar en un supermercado en The Shawshank Redemption.

Sin embargo, no necesariamente significa que para todos es o será así de lúgubre, sea en juventud o senectud. No estoy seguro de estar en uno u otro lado del asunto, si es que estoy en algún lado; pero es esa misma lógica la que me convenció de que está bien profesar o no profesar una religión organizada, incluyendo su equivalente moderno en la simbología de los estados nación -el partidismo político- y los imaginarios propios de la cultura popular.

Es irónico, porque gran parte de la asimilación colectiva del sujeto, motivada (entre muchas cosas, pero que no aplica homogéneamente) por querer legitimarse como individuo distinguible entre una pluralidad estandarizada (o disciplinarizada) a partir de las costumbres e iconos locales promovidos por los medios también locales, se da a través de la aceptación de la afinidad compartida por ciertos ídolos y experiencias emocionales y estéticas asemejables que hacen parte de ello: “Yo soy único y diferente porque me gustan X o Y cosas, que son superiores a las N cosas que a usted le gustan por tales y cuáles razones sólo porque me parece que lo son; soy unicidad porque sigo lo que está más allá de lo que todos ustedes admiran, de lo que es trascendental por su contenido y no por su apariencia”.

Parafraseadamente, lo identitario, en su raíz, siempre tiene algo de presuntuoso; y lo establecido puede ser tan benéfico como perjudicial. Muchas tensiones que afectan al sujeto se desahogan en la empatía generada por las afinidades compartidas, pero muchos perjuicios que alienan al sujeto también se producen como resultado de la generalización y estereotipación de lo minoritario entre lo normalizado.

Un ejemplo de ello lo viví en el semillero de fútbol en que estuve a los trece años: como era gordo, lento y despistado; entonces el entrenador, inicialmente, me ponía de cinco y no de atacante. De todas maneras me permitía simplemente poder jugar, hacer parte del grupo, aunque sólo fuese en los entrenamientos; pero a juicio de él, un delantero centro debía ser tan asertivo y prolífico como van Nistelrooy, Henry o Ronaldo, ejemplos muy aclamados y más perfectos para aludir a lo que, por entonces, se creía que debía ser el nueve ideal. Los tres ejemplos son absurdos ya que, además de que estaba tratando con muchachos pubertos, la eficiencia deportiva no es la regla, sino una excepción que confirma la manera de ser exitoso en ello. Para ello no existen parámetros ni criterios específicos aplicables a cualquier temporalidad, más allá del ejercicio físico por sí mismo.

Lo anterior es aplicable para muchísimas profesiones, o para los modos de vida en general: Umberto Eco, por ejemplo, no fue un literato promedio. No escribió extensiones de su ego para reivindicar sus deseos más inmediatos y atacar los obstáculos que, particularmente a él, no le permitieran satisfacerlos; ni escribió sobre lo obvio de diferentes etapas del tiempo de vida para decirle a los superficialmente inconformes lo que sólo llega a entenderse viviéndose en carne propia. Eco reflexionó y escribió paciente, ingeniosa, satírica y minuciosamente, sobre la relación entre los sentidos de los símbolos, los constructos y discursos hechos a partir de estos a lo largo de diferentes períodos de la historia humana (especialmente el medioevo, por supuesto), sus transformaciones, y su influencia en diferentes esferas de la concepción tanto del entorno, como de las dinámicas y sucesos en que le dieron o le dan forma y nombre.

Por ejemplo, también, Aníbal Barca no fue un político y militar típico. No perpetuó una pasividad tolerante y permisible frente a la autoridad romana. Y como tenía las habilidades, el temple y carisma apropiados para liderar a un ejército entero; entonces les llevó desde la sofocante aridez del Magreb hasta el interior de la Península Itálica, atravesando un extenso litoral y dos cadenas de montañas (los Pirineos en su parte baja y los Alpes) con elefantes y todo. Y aunque fueron derrotados a la larga, la figura y logros del líder cartaginense pasaron a la historia por no apegarse a lo establecido.

Ni siquiera es necesario ir a instancias tan magnas: El simple hecho de que usted practique lo suficiente para convertirse en un negociante disuasivo, o que sepa redactar conforme a diferentes protocolos, o que pueda atender afable y diligentemente, o que sea capaz de cortar las puntas sin trasquilar, o que sepa preparar pasteles de pollo con más pollo que papa, ya lo convierte en una excepción a la regla.

La práctica o falta de la misma hacen una diferencia abismal e igualmente requieren de cambiar parte de, o la totalidad de las costumbres, dependiendo de la finalidad. Y hay una relación entre eso y las etapas de transición muy llamativa, razón por la que, en algún punto, fui más o menos adepto para jugar arriba, pese a que lo hiciera irregularmente. Esto también es lo que delata al afortunado, el chepero; y lo diferencia del esmerado, en quien todos nos vemos representados, a pesar de que ser un suertudo es un placer culpable por el que todos convenientemente pasamos en diferentes ocasiones.

Para traerlo a colación, Fernando Vallejo es un buen ejemplo. Personalmente me identifico con su apatridismo, pero aborrezco todo lo demás del tipo porque denuncia y critica como si él mismo no hubiera hecho parte de varios de los excesos que hacen de este rincón del trópico un solar intoxicantemente exótico. ¡Es un suertudo! Se ha salido con la suya desde hace décadas porque es un franco y competente prosista, mientras que también es un viejo verde de tiempo completo y escupe en la cara del nacionalismo colombiano (porque es nacionalismo) a costa de vivencias que tuvo aquí y que lo formaron como literato, así como de su adquirida nacionalidad mexicana.

Puede incluso tomarse parcialmente como un análogo de la verga nacionalista más grande del planeta: los Estados Unidos, con su sensiblería llena de simbolismos en el cine de historietas y súper héroes, donde aparecen como la voz de la razón y defensores del bien común en forma de Superman y el Capitán América; pese a que, en la práctica, su respuesta al mero discernimiento propio del libre albedrío y sus políticas en relaciones exteriores son petulantes, egoístas y rencorosas como Batman y Iron Man.

Rencontres philosophiques (2013), por Michel & Michel, en Behance

Pero vale aclarar que no hay queja de mi parte, porque también hicieron capitalizables las guitarras eléctricas que deseo tener y las estéticas orientalista y gótica de las que he estado fascinado desde hace tiempo. Además, en una época en que los estímulos sensoriales priman y forman discurso, la iconoclasia (para disgusto de protestantes e islamistas ortodoxos, probablemente) no necesariamente legitima esencia ni verdad alguna por sí sola (¡Sí! ¡Allah es maravilloso y omnipotente! Por eso mismo es que las imágenes son irrelevantes para su irreductibilidad: que se intente representarle sobre un papel, con formas y colores; no significa que haya sido reducido. Una alusión, aunque permita la experiencia estética, no es una totalidad) y, por el contrario, forma parte de la construcción, deconstrucción y transformación de los diferentes referentes culturales. Y eso está bien, una lectora y fanática de Twilight bien podría ser una futura galardonada de un Rómulo Gallegos.

El caso es que se juntaron varias circunstancias favorables. De algún inexplicable modo (se me hace cada vez más inexplicable cuanto más pasa el tiempo), perdí mis extremidades inferiores y me las reemplazaron por un par de copias de las de Yegor Titov (o tal vez fue simplemente consecuencia de jugarlo tanto en Winning Eleven 2002, porque era mi jugador favorito por esos días), un procedimiento alegóricamente contrario a lo que ocurrió con Maradona en el 94, pero sin tener una aspiradora industrial en lugar de nariz humana. Y casi de la nada, entonces, el atolondrado y ermitaño barrigón pudo un día sacarse a tres defensas seguidos, patear tiros libres con rosca cerrada y poner pases altos de 30 metros.

Lo que siguió fue similar a la caída de las izquierdas latinoamericanas que viene ocurriendo desde hace algunos años, y digo específicamente lo de las izquierdas porque me pasaron de cinco a mediapunta por izquierda. También resulta irónico, en la dicotomía política de izquierdas y derechas, el hecho de que Álvaro Uribe fue elegido presidente, por primera vez, como candidato de un partido de (supuesta) izquierda, justamente el mismo día en que tuve una crisis asmática por última vez; hecho que cerró la etapa de mi vida en que ocurrió todo esto. Es una de las razones por las que dar direcciones puede volverse confuso, y también una de las razones por las que desconfío de la gente que da por sentado que el oficialismo, la palabra y criterio de los gobiernos, es la verdad. Refiriéndome a los gobiernos modernos, por supuesto; ya que, aunque la retórica positivista de los poderes políticos en la modernidad se extienda hasta los más ridículos límites del absurdo en muchas ocasiones, el discurso teleológica y trascendentalistamente tripartito y teocéntrico del Ancien Régime se da muchísimos más lujos en ese sentido.

Es uno de los motivos por los que me parece aún más interesante de estudiar la religión que la política moderna (que, por monótona y cínica que sea, influye en casi todos los aspectos del presente (obvio, teniéndose en cuenta que el “presente” no es un momento en particular, sino el nombre analógicamente dado a una seguidilla de estados de la consciencia que constituyen la continuidad de su propio funcionamiento, formando la carga de experiencias que componen al yo, carreta que ya he mencionado antes) y, por lo tanto, simplemente no puede ignorarse).

A propósito de fe, religión e ironías complejas, está, por ejemplo y a propósito de tener cuidado con lo que se desea, el embarazo de Kaya Sultan, una şehrezade turca (en los nombres nobles turco otomanos, “sultan” se ponía antes del nombre propio de la persona cuando se trataba del sultán; mientras que se ponían después del nombre propio cuando se trataba de un hijo o una hija del sultán) de mediados del siglo XVII AD cuyos últimos meses de vida, por veraz o adornada que sea la historia (registrada por Evliya Çelebi, cronista y viajero de la época), son un fascinantemente trágico objeto de microhistoria acerca del esoterismo folclórico en la era otomana:

Oficialmente, Kaya Sultan, la más hermosa y cautivadora de las sultanas, no gustaba de su esposo, Melek Ahmed Paşa, Gran Visir del sultanato otomano y poco más de treinta años mayor que ella. A tal punto llegó su disgusto, que intentó apuñalarlo en su noche de bodas. Pero el hombre se ganó su afecto con paciencia y diligencia, hasta que llegó a decirse que ninguna de las sultanas congeniaba tan devota y correspondidamente con su esposo como ella.

Enamorada ya, entonces, deseaba intensamente bendecir la vida de su esposo con un hijo. Pero su deseo inspirado en inmensurable afecto pronto se convirtió en pavor ya que, durante su embarazo, una noche, Kaya soñó que caminaba por los jardines del Topkapı con su abuelo (el para entonces ya fallecido sultán Ahmed I, famoso, entre varios motivos, por comisionar la construcción de la gran Mezquita Azul y por destruir un invaluable reloj de piso que la Reina Isabel de Inglaterra le envió como obsequio) mientras conversaban y que, al final, él pasó su mano derecha por el rostro de su nieta, en forma de bendición; pero en cuanto la retiró, ella la vio cubierta de sangre. Al pasar una de sus propias manos sobre su rostro, también la vio ensangrentada. Su esposo, que parece también haber sido sufí, le dijo que, para aliviarse de su horrorosa pesadilla, diera mil monedas de oro a los pobres, en forma de caridad; además de dos mil a sus sirvientes, trescientos a Evliya y doscientos a su hermana.

Kaya continuó teniendo horribles sueños, por lo que gradualmente daba más y más a la caridad, hasta que empezó a ayudar con el mantenimiento de las mezquitas en La Meca y Medina con fondos de futura retribución, eventualmente revelándose que llegó a ser la sultana más acaudalada de la época. También siguió preguntándole a su esposo por posibles interpretaciones de tan tortuosas pesadillas, y él sabía lo que podrían significar en realidad; pero la mirada de desconsuelo de su amada lo entristecía más que ninguna otra cosa, entonces le mentía diciéndole que lo más probable era que su interpretación fuese incorrecta.

Pasaron meses, durante los que Kaya y Melek Ahmed dieron cuantiosas sumas en caridad; hasta que llegó el día en que ella empezó a sentir contracciones. Dio a luz a una niña y, de pura felicidad inicialmente, Melek Ahmed de nuevo dio miles de monedas de oro en caridad. Pero el parto destruyó a la joven madre, la placenta quedó atrapada en su cuerpo, llegándose a decir que se había pegado a su corazón. Las parteras y sirvientes intentaron todo lo que pudieron para sacarla: la cubrieron en sábanas blancas y la agitaron fuertemente, sosteniendo sus piernas abiertas; la pusieron dentro de un barril lleno de miel y zumo de flores de naranjo; se cubrieron las manos con aceite de almendras para lubricar, introdujeron sus manos dentro del útero y jalaron hasta el cansancio, pudiendo sólo sacar trozos de tejido, de la placenta, y lo que creyeron que era su hígado. Al cuarto día de haber dado a luz, Kaya murió, probablemente por hemorragias e infecciones causadas por todo el posparto.

El visir no tuvo consuelo alguno. En el funeral, se arrojó sobre el féretro y lloró hasta desmayarse. Sus propiedades y riqueza personal fueron expropiados, y a su hija la llevaron al palacio a vivir bajo el cuidado de su abuela, Kösem Sultan. Tristemente, Melek Ahmed cayó en profunda depresión; y debido a que eso afectó su desempeño como oficial del gobierno y milicia del sultanato, también cayó en desgracia, lo cual motivó las expropiaciones antes mencionadas.

Un par de años después, se concertó su matrimonio con Fatma Sultan, otra hija de Murad IV (hijo de Ahmed I, padre de Kaya, y famoso porque creía que el café que se vendía en las calles de Estambul convertía en insurrectos a los hombres del común); pero su salud decayó abismalmente como consecuencia de la depresión y murió meses después de que contrajeran nupcias.

Sólo Evliya supo lo que Melek Ahmed creyó que significaban las pesadillas de su primera esposa, contándoselo él personalmente: poco menos de un mes antes del parto, el visir soñó que su esposa se desangraría hasta morir. Pero nunca se lo reveló a ella, la pena y el dolor se le hicieron insoportables.

Otro ejemplo, definitivamente mucho menos mustio, es que oficialmente, según la Falange española, el florecimiento léxico de la lengua castellana durante el siglo XIII se debió a nada más que la profunda erudición de todos los blancos puros, gododescendientes del norte ibérico que hacían parte de la corte de Alfonso X, como los hispanistas más sesgados han promulgado desde que la Segunda Rebelión de las Alpujarras fue sofocada. Pero con eso, se ignoraría el hecho de que la mayor parte de la corte de El Sabio, incluyendo a quienes lo educaron durante su niñez, eran moros y sefardíes radicados en Toledo que llevaban consigo mismos los siglos de producción intelectual con que los árabes preislámicos, arameos, babilonios, egipcios, helénicos, romanos, persas, budistas, hindúes, tibetanos y chinos inspiraron a toda la civilización musulmana medieval y que dejaron, a la hispanidad, un montón de palabras (alrededor de 4000) previamente inexistentes no sólo en el latín vulgar ibérico, sino también en cualquier otra lengua romance; y, al resto de la humanidad (no como invenciones, sino como conservación de saberes producidos por las ya mencionadas sociedades y trabajo desarrollado a partir de los mismos, cosas que el catolicismo medieval simplemente decidió ignorar o rechazar) “idioteces” como los astrolabios, el uso de antisépticos sintetizados para el tratamiento de las heridas y procedimientos quirúrgicos, sistemas de regadío aprovechados luego por los sicilianos posemiratíes y los catalanes valencianos, la filosofía neoplatónica, las empanadas y los alfajores. De hecho, el mismo Alfonso X les contrató para que el epitafio en la tumba de su padre, el anterior rey Fernando III, estuviera escrito, además de en latín eclesiástico y vernáculo ibérico -que, para fines prácticos, es el propio español-; también en árabe andalusí y hebreo sefardí.

Epitafio, en árabe andalusí y hebreo, del rey Fernando III el Santo, en la Catedral de Santa María de la Sede de Sevilla. Cambridge University Press, en Cambridge.

De acuerdo con la intrincada lógica de todas estas vicisitudes y contingencias, puede decirse entonces que, por un momento, en una práctica en la que el entrenador me valoró competente desde las consecuencias orgánicas y funcionales de la pérdida de peso y la terquedad, me escogieron para jugar de nueve en un picado de ocho contra ocho, en el que me desempeñé defensiva y desorientadamente hasta que robé un pase que uno de los dos centrales del contrincante le hizo al otro, corrí hasta verme frente al portero y pateé con las ganas acumuladas de cuatro años enteros. ¡Gol! Y hacerlo me desahogó de tal manera, que nunca más pude ser un futbolista competente otra vez.

Para sintetizar, podemos afirmar que la realidad del sujeto no es más que lo que él mismo hace de sus facultades cognitivas y emocionales, todo en ella obedece a las construcciones de sentido que él otorga a las manifestaciones palpables de los conceptos y artificios que formula a partir de tales facultades y los estímulos que propician todo el fenómeno mismo.

Cada partícula tiene un vínculo con otra. Y ese vínculo es lo que determina, en conjunto, que una cosa sea una cosa y no otra cosa; al mismo tiempo que tal cosa no puede ser tal cosa sin que se ligue su funcionalidad con respecto a otras cosas que hacen parte de su composición, a partir de lo cual aparecen las propiedades de cada cosa, cuya influencia en el propio sujeto que las constituye da paso a las valoraciones benéficas, perjudiciales o indiferentes. Es decir, la ética. Y partiendo de ello, las distinciones morales, lo que es bueno y lo que es malo, lo que es el bien y lo que es el mal.

Por ende, todo aquello que nos signifique ganancia o pérdida, debido a que dichas valoraciones tienden a ser diferentes para diferentes circunstancias, no permanece estático a través del tiempo. El fin sí llega a justificar los medios, sobre todo cuando para tal fin se deben emplear diferentes dimensiones de los medios, según su disposición y relevancia en un momento o en distintos momentos dados.

En la práctica, quizás simplemente fui un suertudo por un limitado período. Lo deseé y lo conseguí, pero sólo una vez.