Literatura

La espera

17 / 11 / 2017

Siempre que nos vemos envueltos en un final intempestivo, la realidad parece transcurrir como si no perteneciéramos a ella.

Golpea con los dedos el borde de la mesa. Mira el mar a través de los barrotes. Bebe agua.

—Carlos, ¿sabés si se demora?

—No sé. Acabé de tomar el turno. ¿Te dijo que venía?

—Sí, me escribió. Me dijo que estaría aquí a las doce. Son las doce y cuarenta y cinco. ¿Creés que deba esperar más?

—No sé. ¿Quiere que le traiga otro vaso de agua, mientras espera?

Sobre la mesa el vaso está vacío.

—Dale. Un vaso de agua más.

El mar del golfo golpea entre las rocas bajo el piso de madera. Hace calor. El olor de los platos con mariscos y el agua del mar, estancada entre las piedras, envuelve al ambiente en un olor húmedo. Mercedes masca un maní que tomó de un platillo sobre la mesa, y distraída, lo deja caer entre una de las rendijas de las tablas, hacia el mar.

 

—Disculpe la demora. Tuve un inconveniente antes de salir.

Mercedes mira desconcertada. Agacha sus cejas.

— ¿Disculpe?

— ¿Es usted Mercedes?, ¿no? ¿La mamá de…Luis?

—Sí.

—Mucho gusto: Ester García de Uribe.

Estira su brazo.

—Ah, hola…

—Raúl no va a venir, quien escribió la carta fui yo. ¿Le molesta si hablamos un momento?

Mercedes retira despacio la mano de la mesa y la lleva hasta su entrepierna, junto con su otra mano.

— ¿Ya estamos aquí no?

Sonríe.

—Sí—responde—. ¿Puedo sentarme?

—Claro, bien pueda.

Una ola rompe entre las piedras.

Carlos mira desde la barra que se encuentra al extremo contrario del salón. Le murmura algo a Jhon, el cocinero y luego atraviesa el salón y se dirige a la mesa. Deja una servilleta y un vaso con agua.

— ¿Así está bien, señó?

—Sí, Carlos. Gracias.

— ¿Y la señora? ¿Se le ofrece algo? Tenemos: consomé, de pollo o pescado, bandeja con carne, con cerdo o pescado; posta o sobrebarriga, arroz blanco o de coco y…

La mujer interrumpe.

—Una cerveza, por favor.

— ¿Algo más?

—No. Así está bien…

— ¿Y usted, señó?

—Así estoy bien, Carlos. Gracias.

—Tómese algo—interrumpe Ester—. Yo pago.

—No, créame; así estoy bien. Gracias.

Una gaviota se posa sobre la baranda. Carlos la espanta.

—Muy bien, una cerveza. Enseguida se la traigo.

Se retira, pero no deja de inquietarle la escena. Percibe a Mercedes tensa por la presencia de la mujer rubia de lentes oscuros.

—Jhon, ¿quién es esa mujer? La de allá, la que está sentada junto a Mercedes.

El cocinero gira su cabeza y echa un vistazo a la mesa. Luego, gira de nuevo.

—No se meta en eso, Carlos. Atienda las mesas.

—Se le ve la cara de angustia a Mercedes, ¿será que pasa algo?

Jhon enfatiza con la mirada.

—Ya, hermano; me pongo a trabajar—responde Carlos—. Destápeme una cerveza para la señora.

Jhon destapa una cerveza, toma una servilleta y la dobla sobre la punta del envase.

—Entréguela y atienda los otros pedidos—asiente.

Carlos se dirige hacia la mesa donde la conversación entre ambas mujeres avanza. Deja una servilleta en la mesa y pone la cerveza. Ellas se detienen.

—Una cerveza. Si necesitan algo más, no duden en llamarme.

—Gracias, Carlos.

—Gracias—responde también Ester.

La mujer toma la cerveza y, con la servilleta, limpia la boquilla del envase.

—Como le decía— retoma—, es mejor que Luis deje de ver a Raúl.

—Pero…

—Insisto— continúa—. No está bien visto en la empresa y a mis hijos les incomoda mucho escuchar eso sobre su papá en la escuela.

Deja la cerveza en la mesa y sobre los lentes mira, entre la cartera, un sobre. Lo saca y lo extiende hasta el extremo de la mesa. Mercedes la observa.

—Tómelo. Espero que con esto le alcance.

—Pero…

—Mire, María…

— ¡Mercedes!

—Mire, Mercedes—dice la mujer—, no complique las cosas. Raúl es un hombre ocupado y con familia, no le traiga dolores de cabeza con cosas del pasado, ¿me entiende?

Mercedes guarda silencio.

—Hay errores que uno prefiere olvidar—continúa—. No lo tome a mal. Yo también soy madre, lo hago por mi familia.

Una ola rompe de nuevo entre las rocas.

—Entiendo—asiente Mercedes.

La mujer sorbe otro trago de cerveza; mira a Mercedes a través de los lentes oscuros.

— ¿Cómo está Luis?—pregunta—. Ya debe estar grande.

—Tiene dieciocho; el próximo mes se va para el ejército.

— ¿Dieciocho?

Se detiene.

— ¿Cómo pasa el tiempo, no?

—Sí.

La mujer sorbe un poco más de la botella que se encuentra casi llena. Luego, introduce de nuevo su mano en la cartera y saca un billete.

—Para la cuenta—lo extiende sobre la mesa—.Yo pago.

Mercedes levanta la mirada; ve su reflejo en los lentes oscuros.

—Gracias—responde.

La mujer se levanta y extiende la mano para despedirse.

—Guarde el resto. Le deseo suerte.

Un taconeo ruidoso sobre las tablas la acompaña, hasta que su silueta desaparece a través de la puerta. Una ola trae un poco de viento. Mercedes mira hacia el mar y piensa en los años. Luego piensa en Luis y en su pronta partida. En Raúl. En la espera. Luego mira el sobre y aprieta los labios. Se contiene. Una ola rompe de nuevo entre las rocas. Ella empieza a llorar.