Literatura

Los gemelos retornados

3 / 09 / 2017

Dicen que las comparaciones son odiosas, y más en el amor. Esta es la historia de alguien que quiso quitarse a un rival del camino, con un final impensable.

<<Él y vos se me parecen mucho. ¿En qué? Ha de ser en el bigote, en el gesto orgásmico o épico, en las greñas, en que vos también tenés algo de duro, que se te pone duro como el bronce>>. Ésa fue la cancioncita que me repitió con la intención diabólica de que jamás se me olvidará. Y, en efecto, lo consiguió hasta las últimas consecuencias, hasta el disparatado desenlace.

Me la repitió en las primeras citas, cuando pasaba por ella a la hora del almuerzo. Salíamos del Museo de Antioquia, donde trabajaba, y comenzábamos a caminar por la estrecha y adoquinada Carabobo; yo con nervios, ella con naturalidad, insensible, diestra en el arte de caminar entre chicas de segunda base, tinterillos morbosos, turistas despistados, escaperos sigilosos, palomas coquetas. La primera vez que me la dijo, frenó en seco en frente de la Veracruz, se recostó en una de las columnas de la fuente vieja y sus curvas se alinearon al material erosionado; entonces señaló a mi gemelo y soltó la maldita frase. Yo miré al costado derecho de la iglesia, donde estaba él en su pedestal de mármol. <<Ah, ¿sí?>>, le dije con afán y con esa expresión estúpida de quien pierde el ingenio ante una buena oponente, ante una atractiva oponente. Pero a fuerza de repetición, interioricé la frase. Después, cada vez que pasábamos por el mismo sitio lo miraba como quien mira un espejo, porque temía que perdiera la similitud para ella. Sin embargo, no fue por eso que dejé de verla y que las cosas dejaron de funcionar, sino porque supe que no era al único que comparaba con monumentos.

Cuando quise vengarme –para borrarme la cancioncita y su imagen coqueta– la solución fue sencilla y casi perfecta, de no ser por el final. Fue sencillo que mis secuaces y yo, segueta en mano, derribarámos a mi gemelo a plena luz del día, con la excusa de hacerle mantenimiento. Fue sencillo decirle a los otros dos que lo desaparecieran donde ni yo lo encontrara –para evitar contárselo a ella–. Fue sencillo y placentero ver las noticias al día siguiente, con todo el escándalo implicado a sabiendas que, con el paso del tiempo, ella sería la única que lo entendería y –tal vez– lamentaría de verdad. Fue casi perfecto de no ser porque un oportunista ignorante encontró al desaparecido. Fue casi perfecto de no ser porque el chatarrero al que se le vendió resultó honrado y lo devolvió.

Sin embargo, todo el esfuerzo se fue a la mierda cuando hace poco, después de meses indiferentes, me llamó y me salió con otra perla que será más difícil de olvidar: <<los dos se siguen pareciendo mucho, ha de ser porque a los dos los destronaron…>>