Literatura
A mí me emputa ser lindo
4 / 11 / 2020
“… me pidió que le enseñara a ser como yo, quería desaparecer de las entradas de los almacenes…”
Manuel llegó apurado, como siempre. Nos vimos en el mismo restaurantico de todos los días, ahí, en el centro, a dos cuadras de la bodega donde cargábamos bluyines, camisetas, tenis… todo traído de la China.
A él lo habían sacado de la cueva y ascendido a la calle, ya no tenía que echarse al hombro bolsas llenas de telas y con ellas salir corriendo por Carabobo esquivando gente, venteros de mango y tinto y toda clase de estorbos. Algo como jugar Mario Bros y bailar salsa al mismo tiempo.
Su función era decirles a las peladas: “Mami, qué tallita busca, ¡se los ayudo a poner y a quitar! A los manes: “Caballero, le tengo el teni teni teni teni teni teni teni teni teni…” hasta quedarse sin aire. Y le pagaban de acuerdo a los clientes que convenciera. ¡Muy fácil! Además, Manuel es pintoso, eso ayudaba. Aun así, chimbiaba por todo.
-Parce, eso a mí no me está dando. Allá le toca muy duro a uno, hay que hablar mucho y la gente es muy chichipata.
No le respondí y me quedé mirando el menú, sin pensar que solo me alcanzaba pa’ el corrientazo del día.
-Mire como estoy hablando de ronco -siguió- y en cualquier momento se me van a partir los pies del cansancio tan berraco. Uno en la bodega al menos se tiraba a dormir después del almuerzo. Aquí no.
-Ah, no, marica. Entonces dedicate a imitar a Elenita Vargas. Le dije, y me eché a reír.
Me miró medio feo, amenazó con decir algo. Se tragó las palabras. Silencio. Y señalándome con el dedo disparó:
-¡Por huevón le tocó pagar los dos almuerzos! Uno bien triste y vos con chistes tan pendejos ¡No jodás!
El muy descarado, pidió doble presa de pollo asado y jugo de fresa en agua sin azúcar. Me desajustó la platica que tenía pa’l regalo de meses con Paulina: un peluche de los grandes —más grande que las bolsas que yo cargaba— con ojos de aguevado, cachetes rojos y rellenito por todas partes. “Hágale, que la próxima invito yo”, me dijo con la voz ronca cuando nos fuimos.
En mis correrías de un lado a otro llevando mercancía, no volví a escucharlo gritar teni, teni, teni, teni, teni, teni… los primeros días me asusté, creí que la voz se le había vuelto ronca ronca y por eso no lograba identificarlo entre los muchos que ofrecían bluyines, chanclas, camisas, camisetas, medias. Y como uno en este trabajo pa’ donde va, va, y no puede quedarse a chismosiar en ningún lado, me demoré muchos días pa’ volver a saber de Manuel.
Una mañana, antes de salir de la casa, apareció en un programa de TeleArepa sin camisa y desfilando bluyines. “¿Ese es Manuel?”, me pregunté con asombro. Y yo mismo me respondí: “¡Sí, ese marica es!”. Me puse muy feliz porque tenía un amigo famoso. Desde ese día, a todos les cuento la historia de cómo nos conocimos y nos volvimos repanas. En el fondo, me dio algo de envidia porque, si bien yo no quería dejar de ser carguero, si quería ser pinta y aparecer en TV.
En Carabobo se volvió una celebridad: tenían varias fotos de Manuel a la entrada de los almacenes modelando bluyines, desde el Metro se veía una pancarta grande donde aparecía él, de cuerpo entero, con unos pantalones apretados; y hasta en el restaurantico de siempre, lo acomodaron al lado de la cajera con un letrerito: “Aquí almorzó Manuel, y tampoco le fiábamos”, decía. Y Manuel lo miraba a uno fijamente. Ahí me hice una selfie y la puse de perfil en WhatsApp.
Paulina se emputó conmigo al ver esa foto, armó tremendo drama. Cuando le dije que Manuel era amigo mío y que por culpa de él no le había comprado el peluche grande, sino uno más pequeñito; no me creyó. ¡Claro! Es que hasta a mí me cuesta creer que tengo un parcero famoso, me da pena. Yo digo con orgullo que soy pana del hombre más lindo de Medellín. Sin embargo, ¿qué diría Manuel donde el famoso fuera yo? ¡Jmm! Al menos los feos no nacimos pa’ esas cosas.
No me aguanté las ganas de volver a saber de él y le escribí un mensajito. Algo medio tierno, medio serio. Empecé por recordarle el día que llegó a la bodega pidiendo trabajo y terminé reclamándole el almuerzo que me debía. A los 20 minutos, me respondió. Ese tiempo fue eterno, me arrepentí de enviar el mensaje y pensé en eliminarlo. Me contestó con un “Jajajajaja” nada más. Y yo feliz, a todos les mostraba el “Jajajajaja” que me había enviado Manuel.
Después fue él quien me pidió que nos viéramos, que almorzáramos. Le dije que de una, que pusiera fecha y lugar y allá caía. Imaginé de todo: Manuel recogiéndome en tremenda camioneta y yendo juntos a almorzar a Llanogrande. Una cliente me dijo alguna vez que por allá era muy bonito y vendían los mejores pollos asados, que allá solo dejaban entrar a la gente de plata. Pero no, Manuel quería que nos viéramos en el mismo restaurantico de siempre. Ahí, a dos cuadras de la bodega.
Manuel, como siempre, llegó apurado. Al principio me costó reconocerlo. Solo cuando me habló, supe quién era. Tenía la voz ronca, no se quiso quitar la gorra ni las gafas, y se quedó mirando el retrato que tenían de él. El de la foto era sexy, musculoso y seductor. El verdadero Manuel estaba algo gordito y jorobado. Llegué a pensar que en cualquier momento saldrían las cámaras escondidas y los presentadores del programa de bromas.
-Parce, eso a mí no me está dando. Allá le toca muy duro a uno, hay que ser lindo a toda hora y me hace falta ser feo. Me dijo.
No supe cómo reaccionar.
-Hace dos meses me cansé de eso y decidí volver a ser feo.
-¿Y uno cómo hace para hacerse feo? -Le pregunté asustado-.
-¿Cómo que cómo marica? ¡Vos sabés!
-No, no. Yo no sé -le respondí-. Yo he sido feo toda la vida. Nací así, entonces nunca aprendí; sino que se me dio naturalmente.
-Por eso necesitaba verlo.
Manuel me pidió que le enseñara a ser como yo, quería desaparecer de las entradas de los almacenes, de la valla que se veía desde el Metro y, sobre todo, del restaurantico. Se había cansado de ser lindo. Muy huevón, pensé. Ser pinta debe ser una nota. Pero bueno, cada cual pega pa’ donde quiere. Ese día, el almuerzo también me tocó pagarlo a mí.