Música

Vivir como pobres, pero sin pobres

2 / 01 / 2020

“No está en venta” de AlcolirykoZ, una canción que podría definirse como una exaltación a quienes han resistido las presiones para no abandonar sus hogares.

“Los pobres y los ricos viven con la misma preocupación:
los unos por exceso de plata y los otros por la ausencia de la misma”

Memo Ánjel

Lo popular, entendido en el sentido amplio de la palabra, pasa a ser con el tiempo privilegio de unos pocos. La música, las sustancias psicoactivas, la vestimenta, la arquitectura y demás, terminan en manos de quienes ostentan el poder económico en una sociedad como la nuestra.

Tanto en las empinadas calles de Aranjuez con sus casas deformes y variopintas, como en las planificadas y vanguardistas urbanizaciones al Norte de Bogotá, se escucha la banda sonora que podría definir este fenómeno social: “No está en venta” de AlcolirykoZ.

Esta canción podría definirse como una exaltación a quienes han resistido las presiones urbanísticas, y a pesar de las “ofertas millonarias”, no han querido salir de sus casas grandes en los barrios de las ciudades o de las fincas heredadas por sus padres y abuelos en municipios de Colombia.

Esta temática también encuentra su nicho en la novela La Oculta del escritor antioqueño Héctor Abad Faciolince. Su libro es una reflexión permanente sobre el poder de la tierra y el valor que se le da en la idiosincrasia latinoamericana, asimismo, es un retrato común de lo que se vive en regiones como el Suroeste u Oriente Antioqueño, donde el crecimiento urbanístico está obligando a que los nativos de esas zonas se vayan por el alto costo de vivir en lo que un día les perteneció.

Al parecer, vivimos en un mundo de ricos que quieren vivir como pobres, pero sin pobres. Adela Cortina lo define como aporofobia: el miedo y el rechazo hacia quienes carecen de recursos. En ese orden de ideas, todas las manifestaciones culturales que en su momento pertenecieron -o que aún pertenecen- a esos grupos marginados son adaptadas, privatizadas y vividas junto a quienes comparten su posición social.

Una muestra de ello son las discotecas recreadas como casas campesinas o fondas camineras. En pueblos de Antioquia, a los cuales la globalización no ha llegado con sus maletas repletas de cambios, es común encontrarse esas casas y esas fondas con olor a estiércol, café, maíz, con piso de tierra y fogón de leña. Lo que para los lugareños es una cotidianidad, para los extraños es una novedad o una añoranza.

El mercadeo se ha aprovechado de ello y ha creado lugares propios en los cuales se recrea ese ambiente, pero sin el olor a estiércol y sin las dificultades que día a día vive una persona del campo. También, de alguna manera, estos espacios han hecho una apropiación burlesca de lo que es un municipio: se ven en esas discotecas disfrazadas de fondas a la “buena” del pueblo, el hombre vestido de monja, el bobo, el pseudo-traqueto…

Otro ejemplo de ello podría ser lo que se conoce como “la nea”. En un principio se le decía así al joven de barrio estrato medio o medio bajo que utilizaba su propio parlache y tenía unos códigos de vestimenta definidos. De un momento a otro, los estratos socioeconómicos más altos se empezaron a apoderar de ello y a hablar como ellos, a vestirse como ellos, a sentirse como ellos, pero no a relacionarse con ellos. Se identifica ahí un afán por parecer algo que no se es.

En esa misma línea se podrían mencionar bares y restaurantes en Medellín, Cali, Manizales y Bogotá que mercantilizan la añoranza de algunos por vivir lo que viven las personas del común y del corriente. Eso sí, una empanada, una cerveza, un aguardiente o un almuerzo, vale dos o tres veces lo que valdría normalmente.

Pasa lo mismo con la música: el reggaetón y la música de despecho, parrandera y popular nacieron en la misma clase social: los estratos bajos. El primero en la ciudad y las demás en lo rural. No obstante, ¿qué imaginarios sociales representan estos géneros? No dejan de ser una nostalgia por el barrio y por el pueblo desde la comodidad del privilegio.

“No está en venta” es una mezcla extraña entre la realidad de unos y las añoranzas de otros. Por un lado, tanto en la urbe como en la ruralidad se ven personas que resisten a los procesos de gentrificación. AlcolirykoZ les rinde a ellos un homenaje en sus versos. Y por el otro, quienes fueron absorbidos por la “modernidad” y el “desarrollo” encuentran en el rap de este grupo la casa que ya no está y los acordes de guitarra que solo suenan en el recuerdo.

Gilmer Mesa, en su novela La Cuadra, y Luis Miguel Rivas, en su libro Era más grande el muerto, dejan entrever en algunas líneas y personajes ese afán de los menos favorecidos por ser como los adinerados y poderosos. La reflexión que uno puede concluir al leer esas dos obras y escuchar “No está en venta” es que la carencia se da cuando uno ve que otros tienen lo que uno no tiene, y de alguna manera, tanto Mesa, Rivas y AlcolirykoZ se burlan de quienes quieren ser lo que no son porque les resulta mucho más costoso en todo sentido. Asimismo, aplauden a quienes resisten, a quienes no renuncian a sus convicciones por dinero, a quienes defienden su identidad y tienen sentido de pertenencia por sus raíces.

En otra visión de esta misma idea se encuentra la novela El héroe discreto del premio Nobel de Literatura y escritor peruano Mario Vargas Llosa. Él profundiza un poco más en la iniciativa que tiene un hombre de estrato medio de ascender en la escala social. En su camino se encuentra con muchos obstáculos y la conclusión a la que llega es: para un rico es más fácil posar de pobre porque todo lo del pobre es muy económico. En cambio, para un pobre llegar a rico debe sufrir más, ya que todo le vale el triple.

Con esto no quiero decir que los fenómenos sociales que vivimos sean buenos o malos, simplemente son. A la larga, la cultura se transforma a cada momento. Pese a ello, si sería bueno reflexionar cómo desde nuestras cotidianidades excluimos y no soportamos al otro o a los otros. Y cómo queremos posar de alternativos, diferentes, modernos… y terminamos siendo iguales.