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Las ficciones posibles de Mr. Nobody

21 / 09 / 2018

A nueve años de su estreno, Mr. Nobody es una película de ciencia ficción que aún sigue despertando interés y variadas interpretaciones.

A un hombre desconocido, pero famoso a nivel mundial, le hacen preguntas sobre su identidad y sobre su vida. “Tengo 34 años”, afirma. Sus numerosas arrugas y su voz temblorosa demuestran que esto no es cierto. En vista de que el viejo no va a entregar la información buscada, es llevado a un estado hipnótico: “Recuerda, recuerda, recuerda…”.

Mr Nobody

Así conocemos a Nemo, el protagonista de Mr. Nobody, una película de ciencia ficción por excelencia con elementos del cine de autor que tanto pega en Europa y en los festivales. Su producción se tomó diez años, algo que parece demasiado ambicioso en el cine; sin embargo, puede apreciarse por el hecho que no fue gratuita la ovación de diez minutos que recibió en el Festival de Cine de Venecia en 2009. Jaco Van Dormael, su director y escritor, logró con esta producción lo que le quedó grande con todas las demás de su autoría: fue crear una película que se transformó en objeto de culto. Mr. Nobody lo es, y se convirtió en una de esas cintas que uno no sólo recuerda porque en su momento fue importante y novedosa, sino porque años después, tomando distancia y viéndola con otros ojos más maduros es posible tomar los elementos de esta pieza que siguen vigentes y separarlos del armazón distópico en que vienen presentados, superando ese vínculo emocional que muchos desarrollaron con el protagonista, el tema o sus espacios.

Nueve años después de su estreno hay un fenómeno que pareciera menos extraño de lo que debería: el público sigue preguntándose por Mr. Nobody, se siguen haciendo análisis de fans y buscando significados ocultos en sus escenas, llegando incluso hasta las teorías de la conspiración. Por otro lado, y curiosamente, la academia aún no se ha preocupado por estudiar la pieza más allá de su propuesta narrativa (una especie de realismo mágico) y filosófica (desde conceptos como el Amor Fati). Si bien esta es relativamente reciente y aún no pasa la barrera del cine de género, logra abordar temas metafísicos y poner en duda todo el conocimiento humano. Esto último bastaría para que la teoría se fije en un objeto de consumo popular, pero hasta el momento (y según la búsqueda realizada por varios recursos académicos) no ha ocurrido. Eso sin mencionar que es una película que, sí o sí, deja al espectador lleno de preguntas, lo que probablemente sea su valor más destacable. Ni su factura, ni su reparto, probablemente tampoco su guion, porque estos no tienen un valor extraordinario evidente. Su capacidad de explorar la condición humana más allá de los límites de la verosimilitud, inquietando y explorando, es la que la hace memorable.

Mr Nobody escena

Es importante recordar la historia de Mr. Nobody. ¿Quién es ese? Nemo es el último ser humano mortal que queda en la tierra. Nadie sabe nada de él, ni quién es, y por eso lo llaman Mr. Nobody. Está próximo a cumplir 118 años y, naturalmente, va a morir. Justo antes, sin embargo, se le acerca un periodista inseguro, que no sabe manejar una grabadora “antigua” y comienza a hacerle preguntas sobre su vida para que la población mundial elija si es mejor conservarlo por siempre, inmortal, o dejar que la naturaleza haga lo suyo. Como respuesta, Nemo le cuenta la historia de sus vidas. Así, en plural. Este anciano que tiene la gracia del niño que una vez fue se toma dos horas y media (en tiempo cinematográfico) en ahondar en lo que considera más importante de sus vidas: sus nacimientos, sus familias, sus amores, sus miedos, sus peculiaridades, sus posibles muertes.

Con uno que otro guiño al mundo extradiegético que rodea la película, situaciones tan con sensación onírica y un tratamiento caricaturesco en los personajes y los espacios, Van Dormael le agrega humor a este monólogo existencial que inquieta, confunde y entristece a la vez que divierte. Es la cuota industrial del entretenimiento, pero que en este caso puede interpretarse como el factor que nos convence de aceptar el relato como posible; nos une a él mediante la emoción más que mediante la representación, y funciona bien.

Entre los temas que menciona Mr. Nobody —y que sus creadores claramente no dominan—están los universos paralelos, el big bang, la expansión del universo, el futuro y la vida antes de la existencia (¿ah?), así como la extensión indefinida de esta. Todo esto para decorar, pues no es crucial para entender la esencia del filme, son factores contextuales que más bien nos recuerdan que estamos frente a una pantalla representando la vida misma, y no viviéndola, ni buscando una inmersión. Es por esto que no hay que ser un experto en metafísica, ni en física cuántica, básicamente no hay que ser expertos en nada, porque el rigor de este tipo es a lo que menos atención le pone Van Dormael. Su intención, como la de casi todos los directores del mundo en casi todas sus películas, es hablar de la condición humana. Se preocupa entonces por representar y no por confiarse de la mímesis para dejar entrar al espectador. Esto hace que se destaque por tratar el tema humano con gracia y por su capacidad de generar duda. Pero claro, esto es el resultado de recursos estructurales y temáticos que garantizan ese vínculo.

La estructura está fragmentada a tal punto que se siente experimental, mientras conserva recursos del relato que ayudan al espectador a no perderse nunca. El uso de los colores en relación con cada vida posible de Nemo simplifica un montón la narración, así como espacios específicos que cumplen un papel importante en su vida, como la sala de la casa de sus padres, la piscina, la estación del metro, su habitación, el lago, la camilla donde vive ahora. Ciertas escenas sugieren un estado alucinatorio debido a la repetición de colores y texturas, con filtros que suavizan el foco en las tomas relativas a la niñez de Nemo y un uso muy plástico de la imagen que va de la mano de la edad que ahora tiene. A medida que Nemo crece, los colores pierden nitidez, la intensidad de la imagen se reduce y Nemo va revelando una tristeza gris en su mirada. La misma que, años después, vemos en el Nemo anciano que acepta las condiciones de esa vida que ni siquiera sabe si vivió y de la que termina apropiándose.

En un primer momento Nemo ni siquiera sabe quién es. Este viejito que se presenta al comienzo de la película asegura tener 34 años y no recordar absolutamente nada de su vida, lo que arroja la excusa para el relato: recordar. La primera escena del filme aparece, pues, justificada; se trata de un experimento con una paloma intentando alcanzar un pedazo de comida, con lo que se introduce el término “superstición de la paloma”. Este famoso experimento se relaciona con el comportamiento humano con base en el azar de las situaciones y cierta superstición que también está presente en las personas, por lo que ellas, como las palomas, basan su conducta en la creencia de que algo va a ocurrir. Así se introduce en la película un espacio para poner en duda las motivaciones existenciales humanas.

Adelantándonos un poco en la historia hemos de mencionar lo importante que es que Nemo logre contar su vida, pues prolongarla o dejarla finalizar orgánicamente dependerá de quienes lo escuchen, y estos están a la espera de sus relatos. Narraciones que corresponden exclusivamente a la memoria individual de Nemo, a esa que él construye con experiencias personales (o lo que creemos que son experiencias) y que nadie tiene posibilidad de corroborar.

La memoria individual termina siendo puesta en cuestión y llamada más bien memoria autobiográfica, pues sólo nosotros confiamos en ella, sólo nosotros la tomamos por cierta, así como tomamos por ciertas nuestras propias ficciones. O en este caso, Nemo. Al no haber nadie que confronte las afirmaciones resultantes, la memoria de Nemo no termina siendo distinta de sus ficciones personales, por lo que sus afirmaciones pueden leerse como simples narraciones. Su personaje y la experiencia que este acarrea es la muestra de lo importante que es poner en duda sus enunciados (y básicamente, todo en la vida), pues a lo largo de la película cuenta diferentes versiones de su vida que, si bien pudieron ser ciertas, no parecen serlo desde una mirada netamente racional. En la película no hay más visión que la de Nemo. Así como en el cine en general, inevitablemente, no tenemos más visión que la del personaje a través del cual se nos presenta la historia (bonita “limitación” a la que Genette llama la focalización y Branigan la subjetividad). Solamente tenemos acceso a aquello que él declara, o muestra, o narra. Todo gira en torno a él y a su forma de ver, a sus emociones y a sus reflexiones, por lo que terminamos inmersos en su cerebro, llegamos incluso a identificarnos con él (muchas gracias, narrativa clásica) y le creemos más a su confuso testimonio que a cualquier otro que se atreva a cuestionarlo o la simple idea que retumba en el mundo racional, por más contradictorio que resulte aquello que afirma con tanta seguridad.

Un detalle interesante que le da un nuevo rostro a la producción es el hecho de haber sido  grabada en Montreal, lo cual bien pudo ser una jugada del departamento de producción porque es una ciudad económica para el rodaje y con una estética acorde para el concepto del filme. Esta pequeña isla canadiense está plagada de reminiscencias y estas no son camufladas en las pocas tomas que dejan ver el espacio urbano durante la película. Su estética es reflejo de una mezcla de inmigraciones que dejaron a su paso huella en cada detalle de la ciudad, y por eso esta muestra el contraste entre lo clásico, las raíces, y lo moderno. Mr. Nobody retoma este recurso, y aprovecha el espacio para hacer la división entre la juventud de Nemo y el futuro, cuando él es el único mortal. Esta representación de un futuro hipotético es simplón, lleno de lugares comunes y, podría decirse, algo perezoso en su construcción. Sin embargo, no termina siendo muy relevante para el objetivo central del filme, lo que puede ser una licencia de creación que los puristas no están (estamos) dispuestos a perdonarle a Van Dormael, pero teniendo en cuenta sus intenciones con el consumo de cine, uno termina por no exigirle lo que no puede entregar.

Contrario a lo que las últimas líneas puedan dar a entender, Van Dormael no es ningún incompetente. Es un belga con ambiciones que logra enfocarse en un par de elementos mientras lo demás simplemente está. Sin embargo, con esto basta para tomar la pieza como un factor que invita a la reflexión, de manera más bien muy directa. Nemo es el único personaje de toda la historia que realmente sufre una transformación; todos los demás son decoración, reaccionan a su conveniencia, están ahí porque fueron puestos. En cuanto a Nemo, nos bombardea con relatos de sus vidas y una que otra frase de esas que salen en las postales de autosuperación. Pero, curiosamente, aquí funcionan. La narración se encuentra en un plano tan alucinatorio y surreal que estas líneas, más que frenar el ritmo de la película, lo complementan y van en concordancia con su tinte manierista. Es así como logra ese efecto de exploración metafísica que normalmente no pasa con la cultura popular, inquieta profundamente y nos persuade para creerle a Nemo cuando apenas tiene 9 años y nos dice: “Mientras no elijas, todo permanece posible”.