Transmedia

Una vida ideal

14 / 06 / 2017

Su mundo parece perfecto, uno en el que el devenir de los tiempos y los problemas sociales se quedan al margen, y donde no hay espacio para la tecnología, la industria del entretenimiento, la cultura de masas ni los avances de la ciencia.

Quizá lo terrible de las utopías es hacerlas realidad. O para ser más precisa en la lógica de la frase: el intento, por los medios que sean necesarios, de que los proyectos radicales se materialicen. Esta premisa sirve para hablar de Capitán Fantástico (2016), la película dirigida por Matt Ross y protagonizada por Viggo Mortensen —nominado al Óscar a mejor actor—. Un filme que cuenta la historia de una familia conformada por el padre ‘Ben Cash’ y sus 6 hijos, quienes viven aislados en los bosques profundos del pacífico californiano, alejados de la sociedad consumista. Allí en medio de la naturaleza más agreste, comienza a desarrollarse una comedia dramática que deja múltiples reflexiones sobre la vida, las ideologías y la eterna pugna del hombre entre razón e instinto.

La trama va avanzando a través de escenas verosímiles en las que el padre entrena a sus hijos en supervivencia, técnicas de caza, lucha, preparación de alimentos, acondicionamiento físico y largas jornadas dedicadas a la formación intelectual —hablan varios idiomas, tienen conocimientos en filosofía, historia, matemática, literatura, hermenéutica—; así como espacios para hacer música y bailar al ritmo de la guitarra, el canto y otros instrumentos que fabrican ellos mismos.

Su mundo parece perfecto, uno en el que el devenir de los tiempos y los problemas sociales se quedan al margen, y donde no hay espacio para la tecnología, la industria del entretenimiento, la cultura de masas ni los avances de la ciencia. Ellos siete encarnan, a la manera contemporánea, el mito del Buen Salvaje de Rousseau, hombres libres que conservan la pureza gracias a la fuerza ideológica y vital de un padre que ama y exige a sus hijos a partes iguales.

Todo ese equilibrio aparente comienza a modificarse luego de que Ben, al salir a un caserío cercano para comunicarse con el exterior, recibe la noticia de que su esposa y la madre de los niños se ha quitado la vida. Leslie es una mujer de 40 años que aparece en flashbacks, y que en algún momento abandona el campamento a causa de una severa depresión. Los dos gestaron el proyecto de criar a sus hijos a contracorriente pero a lo largo del relato, Ben se va encontrando con situaciones que dejan la polémica servida. El conflicto de la historia llega con el viaje que emprende la familia a la civilización para asistir al funeral de su esposa y luego de encontrar una carta en la que ella le manifiesta que si llega a morir no quiere ser enterrada, sino cremada y que sus cenizas sean arrojadas por el sanitario.

De ahí en adelante, la familia inicia un recorrido en un bushome por el que atraviesan los paisajes desérticos y vastos del oeste norteamericano, un road trip muy emocional por el duelo y en el entretanto permanentes alusiones a la sociedad de consumo, referencias intelectuales, un ritual al pensador contemporáneo Noam Chomsky —su gran referente—, con hilarantes diálogos sobre su forma de ver la realidad y lo que los diferencia del resto. En un momento uno de los niños pregunta qué es Adidas, por ejemplo, y en cambio hablan de Dostoievski con absoluta propiedad.

Ellos, a diferencia de sus primos —criados bajo preceptos convencionales—, exhiben costumbres que a los ojos de sus abuelos, familiares y desconocidos parecen las de verdaderos ‘freaks’. En este punto, el abuelo y suegro de Ben —un hombre adinerado y conservador— se enfrenta a su yerno, culpándolo por la muerte de su hija y le dice que hará todo lo posible por obtener la custodia de sus nietos.

Luego de un episodio de peligro y tras leer unas cartas que su suegra le muestra de su esposa muerta, el protagonista se enfrenta a una lucha interior. Lo invaden la culpa y la duda de saber si tomaron la decisión correcta, si tal vez el precio de su obstinación no ha sido demasiado alto.

La película no intenta respuestas y más bien muestra, con honestidad, la conciencia idealista de un hombre que pasa por todos los estados: “Quisimos seguir el modelo de La República de Platón”, reconoce. Coraje, rebeldía, soberbia, determinación, pero también miedo, ese que siente cuando su hija por poco queda parapléjica y que finalmente le marca su talón de Aquiles: de nada serviría todo su esfuerzo si uno de ellos muere por haberlo puesto en un riesgo innecesario.

Creo que de algún modo, todos conocemos o incluso llevamos dentro de nosotros a un Capitán Fantástico. Yo tengo un hermano que se fue al campo y allí, en una casa que él mismo construyó, vive alejado de las dinámicas urbanas, aprendiendo y enseñando la permacultura. Su esposa quedó embarazada. Luego de un tiempo decidieron tener un parto en casa, acompañados por una doula y siguiendo las pautas de un alumbramiento natural.

Todo estaba previsto para el nacimiento pero algo no salió como esperaban: en la semana 40, un dolor agudo los alarmó. Salieron hacia el hospital aunque el trayecto, desde una vereda distante en la que viven, empeoró la situación. El bebé intentó acomodarse en el canal pero se ahorcó con el cordón umbilical y murió sin alcanzar a romper fuente. Ella decidió tener un parto sin anestesia, doloroso y complicado, incluso necesitó transfusiones de sangre para sobrevivir. Más tarde, mi hermano llevó a su niño muerto a la casa y lo enterró en un pequeño agujero en la tierra sobre la que hoy crece un árbol. Muchas veces me pregunté si en medio de su dolor, quiso saber en vano qué habría ocurrido si hubiera decidido tenerlo en el hospital, si hubieran considerado por un momento la posibilidad de una cesárea. No sé la respuesta y es posible que el sufrimiento fuera más fuerte que todos los pensamientos juntos, que todas sus ideas, sus creencias, su cosmovisión. Es la realidad con su fuerza brutal, que nos deja indefensos, desamparados, la bofetada final como prueba de que no tenemos el control de nada.

Quizá lo que la película intenta es mostrar que no hay blancos ni negros, que la vida humana, después de todo, nunca será un paraíso y que más vale a tiempo reconciliarnos con todo lo que nos hace terrenales, imperfectos. Capitán Fantástico es una fábula sobre el propósito de la existencia, el desafío de la procreación, las relaciones de poder, la búsqueda de la libertad, la importancia del individuo y su relación con la naturaleza, que sirve a la vez para reflexionar acerca de la sociedad en la que vivimos, de consumismo vacío, extremismos religiosos, figuras políticas radicales y nuevos oscurantismos. Una historia con escenas surreales como el robo en el supermercado porque no tienen dinero o la profanación del cuerpo de Leslie. Pero también escenas de gran belleza como el ritual de despedida a la madre en un peñasco junto a un lago —que también es alegoría de la renuncia a la utopía—, en el que cantan una versión hermosa de Sweet Child o’ Mine de Guns N’ Roses. Una historia de amor que recuerda el daño de los extremos, aun cuando se trate de grandes ideales. Del riesgo que implica la visión maniquea del mundo a pesar de que el fantasma de la Guerra Fría parezca volver insistente. Intentar ser perfectos: ese es el experimento que no funciona.